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domingo, 14 de octubre de 2007

11. La Séptima Casa

No era que el clima se hubiera vuelto amenazador, pero cier­tamente no era lo que podía haber sido. Mike ya estaba tan acostumbrado a un tiempo soleado, acompañado de tempera­tura suave, como al ataque de los elementos, que podía pro­ducirse casi al instante y aporrear una sandía hasta dejarla como si fuera una pasa en sólo diez minutos. En ese día espe­cífico, el cielo estaba encapotado y gradualmente se iba vol­viendo de color gris metálico, uniformando el aspecto de todo cuanto allí había. La temperatura había bajado un poco, y so­plaba una ligera brisa que, de algún modo, se percibía amena­zadora, ya que no era constante, sino intermitente, como si fuera un mensajero rítmico y prohibido. Las nubes no evolu­cionaban hacia una situación inquietante, pero tampoco pare­cían dar señal de dispersarse. Mike había estado recorriendo el camino durante poco más de una hora. No le preocupaba el clima, pero era consciente del cambio.

Mike había estado funcionando con el «automático» du­rante gran parte del trayecto a la siguiente casa. Seguía vigi­lante, mirando a su espalda por si había algún problema, pero su mente estaba llena de pensamientos respecto a la decisión que había tomado. Al iniciar el recorrido hacia la última casa tuvo la fuerte sensación de que había pasado un indicador espiritual invisible, un punto de demarcación en el viaje. To­davía no había abandonado la visión de estar de vuelta en la Tierra con Anolee y los niños, todos juntos y sonriendo. Cuan­do sus pensamientos iban hacia ese punto, su corazón se rea­nimaba y se sentía relajado. Cuando miraba hacia delante y veía el sinuoso sendero que le conducía a un desafío desco­nocido, se sentía solo y el corazón le pesaba con una profunda sensación de pérdida permanente. Nadie había muerto, pero había una parte de su corazón que le afligía. A pesar de todo, siguió andando, inmerso en profundas cavilaciones, sin notar que el terreno iba cambiando lenta pero espectacularmente.

Mike pasó una curva especialmente cerrada y vio que ha­bía entrado en una especie de cañón de laderas escarpadas que se alzaban abruptamente a ambos lados del camino. Ob­servó por primera vez que en lugar de colinas ondulantes y hierba exuberante, estaba dentro de un paisaje casi desértico, con accidentes geológicos consistentes en enormes riscos y acantilados, y algún enorme árbol ocasional que acentuaba la aridez del entorno. Reconoció que el cambio de la topografía le había pasado completamente inadvertido porque estaba preo­cupado y absorto en sus cavilaciones. El camino conducía a un desfiladero con laderas muy escarpadas. Esto, sumado a las nubes grises, disminuía todavía más el nivel de la luz, así que parecía más un crepúsculo que una mañana incipiente. Mike estaba siendo «atizado» por su intuición. Los objetos que se veían a lo lejos no eran claros. ¿Eran rocas o...?

¡Vigila más! ¡Atento al peligro!

De pronto, Mike fue consciente de que había estado men­talmente aturdido durante la última hora. Se detuvo e hizo va­rias aspiraciones profundas, y con ellas despejó su mente. Sentía una sensación de hormigueo. ¿Qué significaba eso? Obedeció a sus instintos y miró a su alrededor para detectar posibles problemas. Escudriñó el camino en la retaguardia, buscando al ente que había estado siguiéndole cada vez que se arriesgaba a estar al aire libre, pero no vio nada. No había movimiento. La gris uniformidad de la pasada hora se había su­mado también a un falso sentimiento de seguridad y a su ale­targado pensamiento. Independientemente del extraño clima y del nuevo aspecto de su entorno, no podía detectar nada que fuera anormal o amenazador, aunque sus instintos le decían que estaba siendo preparado para algo. Mike dio las gracias gentilmente a su nuevo poder vibratorio por cumplir con su función. Sacó el mapa; quizá le revelaría alguna cosa. Lo exa­minó. Había algo raro en él. Mostraba el estrecho cañón en el que estaba y la zona circundante inmediata a él, pero había algo que era diferente. Lo miró más de cerca: ¡Allí! Aproxi­madamente a cien metros, por el camino del mapa, justo fue­ra del alcance visual de donde se encontraba Mike, había un espacio en blanco. No era normal. Habitualmente, el extraño pero muy útil mapa tenía el punto rojo con la inscripción «Estás aquí». El plano no mostraba gran cosa respecto al pasado o al futuro pero, en general, lo que mostraba era exacto, re­presentado con elegante detalle. Ahora, allí aparecía un espa­cio en blanco, como si hubiera sido borrado. ¿Qué podía sig­nificar?

–Azul, ¿qué significa una mancha blanca en el mapa? –preguntó en voz alta.

Azul no respondió, pero la intuición de Mike, sí. La res­puesta le llegó casi inmediatamente. Recordó que la «cosa» que le había estado siguiendo se había mantenido fuera del alcance del mapa. ¡Quizás ésa era la razón por la que aparecía como una mancha blanca! Azul le había explicado que el mapa era compatible con el «ahora». Representaba el tipo de ener­gía del «presente» que circundaba un viaje sagrado, y refleja­ba una cierta vibración. Había algo más adelante que no per­tenecía al presente. Ese algo estaba justo en el ángulo que era invisible para el alto índice vibratorio del mapa. La falta de información del mapa se debía a que esa cosa no estaba vi­brando al mismo nivel que la tierra sagrada circundante.

Mike sentía que su análisis era exacto. La cosa se había instalado a esperarle. ¡Debería haber estado más alerta! ¿Qué habría hecho si sus nuevos poderes intuitivos no lo hubieran despertado? En voz baja maldijo a su mente romántica, apa­rentemente inútil, y se concentró en la mente del nuevo gue­rrero interior. No pasó mucho tiempo. Sintió una paz y un poder que reflejaban su propósito. Estaba despertando a to­das y cada una de las células con el mensaje de que algo esta­ba por suceder; algo que era importante.

«¡Venga, despertad todos!» Mike sonrió ante la idea de hablarle a su organismo, y de nuevo creyó oír la risa de Verde. Echaba de menos al ángel. El humor era una maravillosa medicina en esa etapa de preparación. ¿Preparación? ¿Para qué? ¿Para una batalla?

Súbitamente, Mike tuvo una revelación. Como si fueran un enorme maremoto de comprensión, los pensamientos y visualizaciones se estrellaron en él con el horrible peso del he­cho de tomar conciencia de algo. Se quedó inmóvil. Verbalizó su nuevo temor a quienquiera que lo estuviera escuchando.

«¡Dios mío!, ¿y si realmente tengo que usar estas armas?».

Mike estaba desconcertado. Sintió que la ansiedad reco­rría su cuerpo. No, eso no era posible.

–¡Estos son símbolos de la Nueva Era que identifican a un guerrero de la luz! ¡Símbolos! –gritó mientras miraba ha­cia el cielo e iba girando, como si esperara ver a alguno de sus ¡ amigos ángeles escondido en las paredes del cañón escasa-mente iluminado. El eco le devolvió su propia voz.

–¡Naranja, tú nunca me enseñaste cómo luchar! Por eso di por sentado que no les daría un uso real... –se detuvo en mitad de la frase. Se dio cuenta de que estaba gritando. Oyó el eco de su voz que rebotaba en las paredes del cañón. Infini­dad de pensamientos acudieron a su mente, y las palabras de aquellos que había encontrado a lo largo del camino empeza­ron a sonar en su cabeza. Recordó que Rojo le había adverti­do de que algunas de las pruebas le atemorizarían, pero él había dado por sentado que el ángel se estaba refiriendo a la tormenta que ya había afrontado. Ahora se daba cuenta de que Rojo hacía alusión a cosas que iban a ocurrir y no a cosas del pasado. ¿Qué iba a suceder? Recordó las palabras recien­tes de Blanco mientras describía a Mary en la habitación del hospital:

«No dejes que las apariencias te engañen, Michael. Ella es una guerrera de la luz. ¡Ha matado al gigante y es poderosa!».

¿Matar al gigante? Entonces, recordó las palabras que Blan­co había pronunciado mientras Mike dejaba la casa de campo blanca:

«Esto no ha acabado, mi amigo humano.»

Todas esas advertencias y matices. «¿Estará apunto de pre­sentarse una batalla? ¿Una verdadera batalla? ¿Una en la que tendré que usar verdaderamente la espada?». Mike se sentó en el sendero. Las rodillas le flaqueaban por el miedo y el pánico. Él no era un guerrero; ¡no uno de verdad!

–¡Angeles, no me habéis preparado para esto! –dijo, di­rigiéndose al cielo gris y a las amenazadoras paredes del ca­ñón–. ¡No peleo! ¿Por qué tendría que ser así? Las batallas reales y las armas reales representan una vibración antigua. Representan una vieja manera de pensar. ¡Aquí no son apro­piadas !

Se produjo una extraña calma; el viento cesó. Había una quietud sepulcral, y entonces empezaron a oírse voces.

«A no ser que estés a punto de luchar contra una vieja ener­gía.» Mike oyó claramente la voz de Naranja y se levantó instantáneamente, mirando a su alrededor intentando identi­ficar el lugar de donde provenía.

«Y a no ser que estés a punto de luchar con un organismo que no vibra tan alto como el tuyo.» ¡Reconoció la voz de Verde! Las voces de los ángeles provenían de su interior.

«Y a no ser que estés a punto de encontrar a alguien que verdaderamente no es parte de tu familia, Michael.» ¡Era la voz de Rojo!

«Y a no ser que no haya amor allí, Michael.» ¡Oyó la voz acariciadora y maravillosa de Blanco!

–¡No lo sabía! –gritó angustiado Michael Thomas–. ¡Blanco, no soy un verdadero guerrero!

–Tampoco lo era Mary, Michael. La voz de Blanco era reconfortante.

–La vieja energía responde al viejo paradigma, Michael. Eso es lo que ella entiende.

¡Era la adorable voz femenina de Violeta!

–¡Naranja, dime cómo luchar! –Mike estaba afligido.

–Te lo dije.

Escuchó de nuevo la voz de Naranja que le animaba:

–Estás preparado, Michael Thomas de Propósito Puro. Estás preparado.

–¿Qué debo hacer? –gritó Mike hacia las paredes del cañón.

Sólo hubo silencio como respuesta. Luego, identificó la voz de Azul.

–¡Recuerda, Michael Thomas, que las cosas posiblemen­te no son lo que parecen!

Las palabras sonaron como nunca antes lo habían hecho. ¡Llevaban implícita una advertencia, un consejo y una reco­mendación que podían ser necesarias justo en ese momento! Todo el séquito de ángeles estaba allí con él. «Si acude en mi auxilio un poder como éste», pensó Mike, «es que debe de haber algo verdaderamente espeluznante ahí delante.»

Mike estaba nervioso, porque sabía que realmente carecía de habilidad para librar un combate, aunque los ángeles le estuvieran afirmando que sí la tenía. Debería confiar en ellos porque, después de todo, ¿qué otra cosa podía hacer? Estaba allí, en primera línea. De nuevo miró a su alrededor y movió la cabeza sarcásticamente. «No hay manera de escapar», pen­só. Cualquier cosa o quienquiera que le estuviera esperando había elegido un buen lugar para perpetrar su ataque: las pa­redes eran demasiado altas para escalarlas, y había pocas po­sibilidades de batirse en retirada, dado que el desfiladero era muy estrecho. Era una caza fácil. Todo había sido perfectamen­te calculado. Por lo menos sabía dónde estaba Eso, y no le cogería por sorpresa.

Cuanto más pensaba en ello, más seguro de sí mismo esta­ba para afrontar la terrible experiencia que le aguardaba. Su nueva vibración le estaba ayudando y él lo sabía. Empezó a experimentar una sensación de paz que sabía que no era lógi­ca, sino espiritual. Empezaba a sentirse capacitado, a pesar de que no sabía exactamente a qué tenía que enfrentarse o cómo lo haría. «Es apropiado», pensó Mike. «Después de todo, éste es el estilo de este lugar.» Hizo un análisis: «No tengo acceso al conocimiento del futuro pero, de alguna manera, esto ya ha sucedido en la mente de Dios. Por consiguiente, la solución a esta situación ya ha sido revelada. Lo que pasa es que todavía no la conozco. Como antes, lo sabré cuando lle­gue ahí. Tengo el conocimiento y el poder, y ésta es mi tierra. ¡Tengo la ventaja del hogar!».

Mike habló en voz alta:

–Muy bien. He sido vapuleado por una tormenta; un án­gel me dio un pisotón brutal; perdí mis queridas pertenen­cias; mis emociones han sido estrujadas una y otra vez; mi biología ha sido elevada y modificada; y me han arrancado el corazón, lo han examinado y me lo han vuelto a poner, pero encogido. ¿Qué más me espera? Tengo los implementos. Es­toy preparado.

Mike reflexionó un momento, y luego añadió:

–¡Sólo desearía saber cómo luchar! –suspiró y miró en dirección al desafío inminente.

Decidió hacer algo que unas cuantas semanas antes le hu­biera parecido ridículo e insensato. Se puso de rodillas y lle­vó a cabo una pequeña ceremonia ante la inminencia de lo que estaba a punto de ocurrir. Tocó cada pieza de su equipo de combate y nombró su propósito. Repasó las cosas que Naranja le había enseñado sobre el equilibrio. Dedicó casi veinte minutos a agradecer el haber sido elegido para comba­tir con eso que le esperaba en la curva, fuera lo que fuera. Honró esa tierra y su propia existencia. Reconoció el lugar que ocupaba en la familia del Espíritu. Después, Michael Thomas se puso de pie, preparado para el combate; en cual­quier caso, todo lo preparado que podía estar en esas circuns­tancias.

Reanudó la marcha. Tomó la curva del camino, lo cual le reveló la gran distancia que quedaba por delante. Las escar­padas paredes del cañón convertían el camino en un túnel mortal, oscuro y fatídico. Mike sabía que Eso estaba allí de­lante; el mapa se lo había mostrado con claridad. Normal­mente, todo este episodio hubiera sido un reclamo para que el organismo de Mike entrara en un estado de conmoción. To­das sus alarmas de miedo habrían sonado y se habría conver­tido en una masa temblorosa. Después de todo, ¡él solamente era un vendedor y no un guerrero preparado para enfrentarse a un demonio siniestro y descomunal! A pesar de todo, sus sentidos estaban alerta, y estaba entregado, no lleno de mie­do. Todos sus poderes vibratorios y sus nuevos dones estaban empezando a contribuir. Su intuición era regia y la escuchaba a cada paso, sabiendo que no le fallaría.

Nada.

Y entonces, ¡detectó movimiento a su izquierda!

Michael se volvió rápidamente y descubrió un árbol enor­me a la orilla del camino, a unos treinta metros de distancia. ¿De dónde provenía el movimiento? ¡Esa maldita oscuridad a pleno día! ¿Era parte de la prueba? ¿Por qué el Espíritu no proporcionaba más luz?

¡De nuevo hubo movimiento! Mike vio que se localizaba justo debajo de las ramas del árbol.

¿Quién está aquí? ¡Salga! –la voz de Mike era enérgi­ca e imperativa–. ¡Si no sale, iré yo a buscarle!

Esperó, con cada una de sus células en estado de alerta. Un hombre de aspecto normal salió pausadamente de de­bajo del árbol y se detuvo justo bajo las ramas más extemas. Iba vestido como un granjero, a excepción de los pies, que estaban descalzos. Alzó las manos haciendo un movimiento de rechazo, con las palmas vueltas hacia Mike, y dijo:

–¡Mike, por favor, no me hagas daño! Ya vengo. El hombre se hizo paulatinamente visible al salir de deba­jo del árbol, y avanzó hacia Mike. Mientras avanzaba y su imagen se hacía más nítida, Mike pensó que conocía ese modo de andar. ¡No! ¡No era posible! Ahora, la cara del hombre era claramente identificable.

–¿Papá?

El padre de Michael recorrió lentamente el trayecto y se detuvo a unos dos metros de Mike, quien hubiera jurado que estaba percibiendo el olor familiar de la granja que el hombre desprendía.

–Sí, hijo, soy yo. Por favor, no me hagas daño. Mike no era tonto. Sabía que aquello podía ser un engaño. Después de todo, las cosas no siempre son lo que parecen. El hombre, que en apariencia era su padre, en realidad podía ser otro ente; de hecho, las probabilidades de que así fuera eran muchas. Por tanto, se mantuvo vigilante y permaneció alerta para detectar cualquier engaño mientras conversaban.

–Estás exactamente en el lugar donde se suponía que es­taría mi enemigo. No te acerques más.

–Ya lo sé, Mike. Ése que buscas está un poco más ade­lante en el camino. ¡Te están engañando! La cosa que te está esperando va a capturar tu alma. Todo esto está mal. ¡Por fa­vor, debes creerme!

Mike seguía sin creerle.

–¿Qué estás haciendo aquí?

–Por Dios, estoy aquí para detenerte antes de que sea de­masiado tarde. ¡Se me ha permitido regresar a este lugar para advertirte! He estado esperando aquí durante días, sabiendo que finalmente vendrías a este lugar. ¡Todos los que se aven­turen a ir más allá serán derrotados por la bestia! Muchos han venido por este camino, y todos están muertos. Ésta es una tierra maligna. ¡Te están engañando!

Mike seguía sin creer que ése fuera su padre. Después de todo, era demasiada casualidad.

–Perdóname, padre, pero necesito pruebas. Dime cuál era mi apodo de niño.

El hombre respondió al momento:

–Mykee-Wykee.

Mike se estremeció porque era cierto.

–¿Qué sucedió en el granero del señor Connell en 1964?

–Se celebró una gran fiesta por el nacimiento de las ge­melas, a las que llamaron Sarah y Helen.

Mike analizaba minuciosamente todo lo que le estaba di­ciendo el hombre, hilando muy fino. La voz y la figura eran perfectas. Continuó el examen. Pidió al hombre que le expli­cara su infancia (colegios, amigos, manera de vestir y aconte­cimientos). Así estuvieron uno frente al otro durante media hora, su padre hablando monótonamente, relatando perfecta y precisamente cada etapa del pasado de Mike. Éste empezó a relajarse paulatinamente; el hombre conocía todos los deta­lles. Realmente, había estado allí. Ningún ser maligno podría memorizar cosas que solamente Mike sabía. La intuición de éste seguía en estado de alerta, ¡pero ése era verdaderamente su progenitor! Su padre, que estaba empezando a sudar.

–Padre, ¿qué pasa? Sigo sin entender.

–¡Michael, te quiero tanto! En estos momentos yaces en una cama de hospital, con graves lesiones en tu cuello. ¿Re­cuerdas? Seguro que tienes que acordarte de lo que pasó en tu apartamento. Has estado flotando hasta ahora, en coma, vul­nerable a las acciones del diablo. Todo esto... –el padre de Michael hizo un movimiento de recorrido con la mano, abar­cando las montañas adyacentes– es un país de hadas. ¡Se trata de una farsa! Nada de lo que hay aquí es real. ¡Todo lo que te han mostrado y todas las casas de hadas primorosa­mente coloreadas no son más que un engaño para despojarte de tu alma!

La respiración del hombre se volvió fatigosa. Mike sabía que lo que su padre le estaba diciendo no podía ser verdad. ¡Era todo tan confuso! Mike sabía perfectamente quién era y lo que había experimentado, pero las palabras de su padre parecían resonar con autoridad. ¡Y ese hombre sabía tanto! ¿Por qué su padre estaba teniendo problemas de salud mientras estaba allí? ¿No era él mismo un espíritu? Después de todo, ya estaba muerto y venía de la otra orilla. No tenía por qué presentar problemas físicos.

–¿Padre, te encuentras bien?

–Sí, hijo, pero no puedo quedarme mucho más tiempo. Este lugar es maligno y yo vengo de un lugar celestial. Ya sabes que ambos no se mezclan.

–Eso me han dicho –confirmó Mike.

–Mike, ven conmigo. Debajo del árbol hay un portal ce­lestial. Puedo hacer que vuelvas. Puedes recuperar el conoci­miento en la Tierra y salir del coma. Salvaré tu vida y tu alma. ¡Por favor, ven conmigo!

El hombre se estaba debilitando cada vez más, y a Mike le pareció ver que la imagen empezaba a diluirse ante sus ojos.

Se sentía atormentado por la indecisión. Sabía que tenía razón en no fiarse. Todas las partes de su organismo se lo estaban diciendo, pero allí estaba su leal padre con una histo­ria más que creíble. ¿Y si esa tierra era un engaño? No. No lo era. El ser interior de Mike lo sabía. Entonces decidió hacer una prueba más. ¿Cuál era el nombre? Lo había memorizado. Lo recordó y lo dijo instantáneamente.

–¡ Anneehu! –Mike miró a su padre, y éste le devolvió la mirada.

–¿Qué, hijo?

–¡Anneehu! –Mike lo dijo de nuevo, mientras retroce­día lentamente.

–¿Es alguna palabra mágica que has aprendido aquí, chico?

El hombre estaba visiblemente nervioso. El sudor empe­zaba a mojar su ropa.

Mike se quedó muy quieto. Sintió escalofríos que reco­rrían su espalda. Su padre nunca le había llamado «chico». Mike aguardaba, preparado. Había llegado el momento. Sin­tió que la armadura que llevaba puesta empezaba a vibrar. El escudo que colgaba en su espalda empezó a oscilar, como si quisiera que lo desenganchasen. Mike tenía la respuesta ade­cuada.

–No, señor. Anneehu es tu nombre celestial... y tú no lo sabes.

Las dos figuras se observaron mutuamente, en un punto muerto que pareció durar una eternidad, pero que en realidad duró unos cuantos segundos. El juego había empezado. El engaño no había funcionado lo bien que se esperaba y Eso no fue capaz de perpetuar la energía para mantenerlo. Eso estaba preparado para luchar.

¡Basta! –con un grito que tenía el volumen de las vo­ces de diez hombres, la figura que tenía la imagen del padre de Mike empezó a transformarse completamente. De un modo gradual, el sudoroso granjero se convirtió en una figura desco­munal, amenazadora y diabólica. Mike retrocedió rápidamen­te, alerta y listo para entrar en acción, a medida que Eso iba creciendo. Medía por lo menos cinco metros y tenía unos ojos rojos espantosos. Su piel era moteada, estaba cubierta de ve­rrugas, y era de un horrible color verde. Parecía como si la criatura no se hubiera lavado en milenios. Tenía unas manos enormes, con uñas largas y sucias, y sus brazos eran demasiado largos para su simetría. Y además, ¡apestaba! Las piernas, cortas y chatas, contribuían a darle una apariencia extraña, aunque Mike sabía lo veloces que podían ser. Le había visto muchas veces ir detrás suyo, con un aspecto indefinido. La distancia que había entre Mike y la horrible criatura se había incrementado unos tres metros, y él iba a mantenerla así du­rante un rato, y quizás incluso la aumentara más.

Mike sentía repugnancia por la cosa que se estaba expan­diendo ante él, que no era ni una bestia ni un ser humano. Era antinatural y no pertenecía a ninguna dimensión en la que Mike hubiera estado. ¡Su hedor era increíble! La enorme ca­beza calva tenía una cara que cambiaba constantemente de una forma horrible a otra similar.

Cuando Eso abrió la boca, Mike pudo constatar que era grande y con dientes como navajas. Cuando Eso cerró la boca, la espantosa cavidad desapareció perdida en una fea masa de piel y verrugas. Era evidente que no funcionaba su nariz bulbosa, o Eso no podía haber vivido consigo mismo a causa del hedor. Esa criatura personificaba todo lo repugnante y nauseabundo que un ser humano podía imaginar. ¿Era real o se trataba de una ilusión? Mike no lo sabía. Cualquier cosa que pudiera ser, era una estremecedora revelación de la ener­gía de las cosas y formas antiguas.

Eso representaba la antítesis de la paz y el amor, y hedía a muerte. La perversidad y el odio de su conciencia eran abru­madores. Miró a Mike con desprecio, como si éste fuera una hormiga a la que hubiera que aplastar sin contemplación ni remordimiento. La criatura estaba movida por el odio que sen­tía hacia el mundo de Mike y proyectaba dicha energía direc­tamente hacia éste, que se había convertido en el punto focal de su cólera.

Apenas podía soportar mirarla. Sentía aversión y repug­nancia. Sentía el odio que la criatura le proyectaba. Pero cuan­do se dio cuenta de que estaba reaccionando de la forma en que Eso quería que lo hiciera, suprimió las oleadas de náusea. «No todo es lo que parece», se repitió Mike a sí mismo. De pronto se percató de que Eso estaba fanfarroneando al crear la ilusión de que era un ogro espectral y desalmado, sólo por impresionarle.

El cuerpo de Mike respondió instintivamente a la situa­ción. El nivel vibratorio de su nuevo ser estaba plenamente alerta. Como un guerrero experto, veterano de numerosos combates, Mike sintió que estaba preparado para cualquier movimiento del espantoso ser de piel verdosa que estaba ante él. Aunque su cuerpo bullía de fuerza y vitalidad, permaneció inmóvil. Su espada empezó a vibrar. ¡Podía oírla! El zumbi­do sutil de la nota/a estaba empezando a cantar. Pero Mike no hizo nada; su curiosidad era demasiado grande. Necesita­ba saber más. Ahora, le había llegado el tumo de engañar.

–¡Qué grande eres! –exclamó Mike fingiendo miedo. –Se encogió de terror y levantó sus armas defensivamente para cubrirse la cara. Hizo que su voz temblara convincente­mente–. Eres una auténtica bestia. ¿Estás aquí para llevarte mi alma?

Los pliegues de piel verde con verrugas se separaron cuando la criatura abrió la cavidad de la boca para hablar. Por prime­ra vez, Mike oyó su verdadera voz.

–¡Qué débil! –la cosa se relamió jactanciosamente–. Lo sabía.

Su voz era profunda y amenazadora. A Mike le daba la impresión de que era un personaje de una mala película de terror.

–¡Por favor! Haré todo lo que quieras –chilló Mike–. ¿Quieres que vaya al árbol? ¿Al portal?

Mike sintió que su espada empezaba a saltar arriba y abajo en la funda. Tenía la esperanza de que la criatura no percibie­ra el ruido metálico.

–No seas ridículo. Estoy aquí para matarte. La criatura parecía haber crecido más todavía, ¡si es que eso era posible! Mike se dio cuenta de que Eso con toda pro­babilidad tenía la habilidad de adoptar cualquier tamaño que quisiera.

–¿Quién eres? –gritó Mike.

Esperaba que su actuación no fuera demasiado torpe, pero la cosa parecía creerle completamente. ¡Qué ego más grande tenía Eso!

–¡Yo soy la parte de ti, Mykee-Wykee, que es el verdade­ro Michael Thomas! –se jactó la criatura–. ¡Soy la parte más fuerte! ¡Observa tu propio poder! Soy la esencia de tu in­telecto y la base de tu lógica. Adoptar la apariencia de tu pa­dre ha sido solamente un disfraz, pero las palabras eran au­ténticas, chico. Realmente, estás postrado en la cama de un hospital, en estado de coma, y estoy aquí para sacarte de esta pretenciosa tierra de seres descabellados y brujas buenas, y devolverte a la vida real. ¡Para sacarte de aquí tengo que des­truir al ridículo espíritu duende en el que te has convertido!

Mike se dio cuenta de que, en cierto modo, lo que le había dicho esa cosa demoníaca era exacto. Eso realmente formaba parte de Mike; una parte que él quería desechar para siempre, una parte vieja y fea que reconocía y que esperaba no volver a ver nunca más. Se estremeció, encogiéndose un poco. «No exageres», le advirtió una voz en su interior.

–¿Y debes matarme?

En este punto, su espada ya estaba sacudiéndose violenta­mente contra la funda, pero Mike vio que el ruido quedó inte­grado a la simulación de que estaba temblando de miedo.

–En sentido figurado, sí. Tu muerte en este país de hadas de imbecilidad acabará con tu autoengaño y te llevará direc­tamente de regreso al mundo real. Me enteré de tu insensatez desde el momento en que pasaste por la puerta, y por suerte fui capaz de deslizarme detrás de ti. Desde entonces he esta­do intentando llevarte de regreso a la realidad.

La cosa había empezado a avanzar hacia él.

–¿Tan mal estoy? «Haz que Eso siga hablando», pensó Mike. «¡Espada, sigue vibrando!» Mike envió sus pensamien­tos a su arma. «Eso sirve para mantener el engaño.»

–A causa de tu debilitamiento físico, te has aferrado a sus disparates y a sus ridículas insensateces. Nada aquí es real. Has estado tan cegado por las ilusiones que hay aquí, que debo destruir completamente esa parte tuya para poder salvar tu mente y tu alma. ¡Detesto eso en lo que te has convertido!

Mike tenía que actuar rápidamente.

–Antes de que me mates, ¿puedes probar que es verdad lo que me estás diciendo? ¡ Si eres lógico e inteligente, enton­ces me ayudarás a ver la lógica de todo esto!

Mike sabía que la horrible cosa no iba a esperar más para entrar en acción, pero pensó que podía ganar un poco de tiempo si apelaba al monstruoso ego de la criatura. Se encogió un poco más y empezó a temblar convincentemente. Su vibrante espada contribuía al engaño.

–Pues claro que puedo hacerlo.

Eso sabía que tenía el control, y que estaba a punto de acabar para siempre con ese país mágico de la Nueva Era. Odiaba esa tierra de ensueño. Eso representaba al mundo real, en el que no había individuos patéticos y débiles como Michael Thomas. Eso se aferraba a la lógica y al pragmatismo, a un sistema de creencias basado en las experiencias anteriores y corroborado por reputados hombres de ciencia y de historia.

La criatura se irguió cuan alta era y sentenció:

–Quien tiene la razón aquí tiene el poder absoluto. ¡La lógica y la razón representan la verdad! Ése es el motivo por el que puedo existir en este mundo circunstancial: por­que yo soy la verdad. ¡Nada aquí tiene poder sobre mí!

Eso dejó escapar un rugido que lastimó los oídos de Mike, y que realmente pareció doblar la hierba que estaba bajo sus pies, volviéndola inmediatamente de color marrón grisáceo, color que ligaba con el tono de la horrible piel de la criatura.

–¿De verdad? –preguntó Mike, sonriendo afectadamente a la bestia. De pronto, cambió su actitud y se levantó irguiéndose tanto como le era posible–. ¡Entonces, deja que empie­ce la prueba! –gritó.

Mike nunca se había dado cuenta de que podía moverse tan rápido. Usando el equilibrio idóneo y la velocidad resul­tantes de sus prácticas en la casa de Naranja, se subió a una alta roca que medía casi dos metros, y que estaba a unos cin­co metros de la bestia. ¡Realmente, se había adelantado al monstruo! Su espada literalmente saltaba de la funda, y mien­tras Mike la tenía firmemente empuñada empezó a emitir la nota fundamental fa con un acompañamiento armónico; era un sonido extraño pero lleno de fuerza y promesa. Michael empuñó la espada, pero no apuntó hacia la criatura sino hacia el cielo, y se percató de que también estaba empuñando el escudo con la mano izquierda. De una manera indetermina­da, mientras se dirigía como un relámpago hacia la roca, el escudo había ido al encuentro de su mano. Ahora lo mantenía en alto, con sus vistosas incrustaciones de plata encaradas hacia la bestia. Michael Thomas, el guerrero, permaneció en guardia.

Decir que la criatura fue tomada por sorpresa sería quedar­se corto. Eso observó la situación. Súbitamente, su asustadi­za y mentalmente débil presa se había convertido en una ame­naza y estaba haciendo cosas inesperadas. ¿El chico le iba a atacar? «¡Qué locura!», pensó. Aplastaría a ese insolente como si fuera un molesto mosquito, y hacerlo sería muy fácil.

La proximidad de Mike hizo necesario que la criatura re­trocediera para poder usar sus largos y monstruosos brazos. Así lo hizo, cerrando en un puño sus poderosos dedos, y se preparó para atacar.

Mientras la criatura se ponía en posición de embestida fre­nética, se oyó la voz de Mike que decía:

He aquí la espada de la verdad. Dejémosla que deter­mine quién tiene el poder.

En cuanto hubo acabado de hablar, la bestia le atacó. Mike sintió como si estuviera viendo un trasatlántico acer­carse a toda velocidad. ¡Todo lo que podía hacer era no cerrar los ojos! En ese momento, una luz de increíble intensidad pareció saltar de la hoja del arma de Mike y golpeó a la bestia con increíble fuerza. El golpe no detuvo su movimiento, pero sirvió para desviar su ataque hacia un lado. A pesar de que la criatura perdió el equilibrio, todavía fue capaz de lanzar un golpe en dirección a Mike. Éste alzó automáticamente su es­cudo para protegerse, aunque estaba seguro de que el podero­so puñetazo iba a hacerles puré a él y al escudo.

Pero el escudo y la armadura funcionaron tal como lo hi­cieron durante la primera tormenta, a pesar de que Michael

Thomas no se había percatado de ello. La armadura rodeó instantáneamente a Michael Thomas con una burbuja de luz protectora. El escudo disparó al brazo en cuestión una serie de intensas pulsaciones similares a dardos. ¡La luz parecía estallar alrededor de Michael, volando en todas direcciones! El aire ionizado y la interacción del encuentro de la materia y la antimateria desprendían un acre olor a ozono. Mike pensó que el puñetazo estaba a punto de estrellarse en su persona pero, en lugar de eso, la monstruosa extremidad fue repelida instantáneamente por la luz protectora. Tan poderosa era esta fuerza, que incluso tuvo el efecto de levantar a la criatura del suelo y golpearla lanzándola hacia atrás, a cierta distancia. Mike estaba ileso y se quedó donde estaba.

La luz era muy bonita. ¡Michael Thomas estaba asombra­do de los dones que sostenía en sus manos! Habían funciona­do perfectamente coordinados, repeliendo el ataque del gi­gante. Mike notó que, mientras que a él le era grata la luz creada en el combate, la voluminosa bestia tenía que cubrirse los ojos para protegerlos de su intensidad. La luz seguía ac­tuando a favor de Mike, ya que la criatura estaba acostumbra­da a la semioscuridad del día gris y estaba teniendo proble­mas para adaptarse a la gradación lumínica. Mike sonrió en reconocimiento a la dádiva que el clima le estaba aportando. ¡Realmente estaba pisando el suelo de su tierra! Habló a la bestia con seguridad, algo que recordaba que Naranja le ha­bía dicho.

–¿Te saca de quicio el escudo del conocimiento, mi ho­rrible adversario verde? La oscuridad no puede existir ahí don­de hay conocimiento. No hay secreto que pueda sobrevivir en la luz, y la luz se creará cuando se revele la verdad.

Al oír estas palabras, la criatura se puso de pie y embistió de nuevo a Mike, con una resolución amenazadora. Mike pen­só que esta vez no podría detener el ataque de esa apisonado­ra. Parar un brazo era una cosa, pero ¿podría detener a la masa completa? Mike esperó hasta el último momento posible, y luego salió disparado de la roca justo cuando la criatura llega­ba a ella. De nuevo, Mike avanzó en vez de retroceder y, una vez más, creó una situación inesperada, en la que estaba de­masiado cerca para ser capturado o manipulado con facili­dad. El tamaño y el peso de la bestia estaban actuando a su favor.

Mike se encontró corriendo entre las enormes y gruesas piernas del gigante. Mientras pasaba debajo de la criatura, extendió el brazo y empujó su espada de tal modo que la hoja desgarró la horcajadura de la bestia con un espléndido des­pliegue de luz. Además, Mike torció el escudo para golpearle una pierna, y la extremidad de piel verde fue repelida con gran fuerza, como si se tratara de una magneto golpeando contra un elemento más grande de polaridad opuesta. Un re­pentino estallido de luz procedente del escudo tumbó a la cria­tura, que retrocedió instantáneamente siendo transportada por el aire. Eso se sujetó a sí mismo y se retorció en el aire, como un campeón de salto de pértiga que ejecuta un «doble giro». Aterrizó en el duro suelo sintiendo un brusco e indigno dolor. Se revolcó y rugió protestando, para terminar convirtiéndose en una aovillada masa humeante. De entre sus piernas, en el lugar en que le había herido la espada de Mike, seguían bro­tando chispas.

–¡No habrá pequeños y horribles seres de piel verde en tu futuro! –declaró Mike, pronunciando las palabras con cal­ma y satisfacción.

Se acercó al enorme y repugnante espantajo, andando len­ta y cautelosamente mientras empuñaba su espada en alto. La repulsiva bestia yacía en el suelo; Mike se detuvo justo fuera del alcance del colosal brazo.

–¿Te rindes? ¿Quién es el que posee la verdad aquí? ¿Exactamente, dónde está el poder?

–¡Antes, muerto! –rugió la infeliz criatura. Su voz era un quejido áspero, apenas inteligible.

–Así será –anunció un intrépido Michael Thomas, ig­norando el creciente hedor de la bestia herida.

La pestilente criatura aún no había terminado. No era un ser espiritual. Era, como Mike, un ente biológico en esa ex­traña tierra de ángeles de colores y espadas luminosas. Estaba herido y sangraba. Mike pudo ver la grave herida que le había infligido con su espada mágica en la última incursión, y su rostro se contrajo. Una sustancia negra y pegajosa salía a bor­botones de la grave herida, tiñendo la piel, de por sí fea y de apariencia insana, por lo que las piernas del gigante se vol­vieron negras. Mike pensó que la criatura debía de estar pa­deciendo un increíble dolor ¡pero volvía a ponerse de pie! Una vez erguida, se tambaleó un poco. Ahora, sus ojos pare­cían rendijas estrechas, pues la luz que la rodeaba era dema­siado brillante como para que pudiera resistirla. Mike sabía que había ganado.

Matar no estaba en la idiosincrasia de Mike. Jamás había matado a nadie o a nada adrede; incluso en la granja se había negado a matar pollos. Pero ahora sabía que cualquier asesi­nato allí era simbólico, y que la abominable cosa que estaba ante él no iba a morir de verdad. Sólo sería derrotada de una manera dolorosa y definitiva.

La escena de los dos seres combatientes era clásica. La luz proveniente de los estallidos pirotécnicos iniciales seguía ful­gurando en la espada, el escudo y la armadura. Las chispas seguían crepitando y reventando en las diferentes partes del humeante cuerpo de Eso, mientras se recuperaba, preparán­dose para el ataque final. La armadura de Mike empezó a entonar un canto de victoria. Las sombras nítidas y suma­mente perfiladas creadas por la luz de la verdad, el conoci­miento y la sabiduría, revelaron la visión tenebrosa, espantosa, de una criatura enorme, vil, tambaleante y herida, a punto de sacrificarse con desesperación al poder de la pequeña arma de Mike. Eran como David y Goliath, y la visión era surrealista, enmarcada por las paredes del estrecho cañón del que no ha­bía escape. Los dos guerreros desproporcionadamente empa­rejados estaban a escasos nueve metros de separación, cada cual resueltamente situado en su territorio. De nuevo, fue Mike quien se movió primero.

El era demasiado rápido para la monstruosa criatura heri­da. Puso su atención en las zonas más vulnerables y, antes de que la inmensa bestia pudiera reaccionar, ya estaba dejando que actuaran la punzante luz de la espada y la polaridad con­traria del maravilloso escudo. En un intento desesperado e irracional por evitar a su atacante, la criatura se debatió salva­jemente, y con ello se hizo más daño aún al golpearse contra las armas espirituales e invencibles de la luz, la verdad y el conocimiento. El espectáculo era digno de verse. ¡No sólo era un espectáculo de luz de proporciones increíbles, sino que los sonidos eran estremecedores! Las armas espirituales de combate alzaron sus voces, fusionándose en una canción de vic­toria armoniosa y sonora. ¡Naranja nunca comentó que todas las armas cantaban!

La escaramuza final concluyó en menos de un minuto. La energía que descargaban la espada y el escudo venció rápida­mente al monstruo. Su cuerpo nauseabundo quedó tendido en el suelo, cuan largo era, ante Mike, como si fuera un montón de carne putrefacta, temblorosa y en descomposición. El he­dor de la sangre que brotaba de las múltiples heridas agredió el olfato de Mike. Súbitamente, las armas de combate cesa­ron su canto, y la cosa latente de piel verde que yacía en el suelo empezó a perder esencia.

–No me voy, Michael Thomas. Volveré cualquier otro día –gruñó, mientras empezaba a desvanecerse.

–Lo sé –dijo Mike, mientras miraba los ojos rojos del repugnante titán.

Sabía que la muerte de la maligna criatura era simbólica. Pero también sabía que el combate fue extremadamente real. Se estremeció sólo de pensar que el desenlace podía haber sido a la inversa. Hubiera podido ser Michael quien resultara herido de muerte. De no haber sido por sus armas espiritua­les, podía haber sido él quien se desvaneciera en la oscuridad.

Estaba contento de que todo hubiera terminado. Lentamen­te, enfundó su maravillosa espada de la verdad, pero no sin antes darle las gracias en voz alta. Hizo lo mismo con su es­cudo mientras volvía a colgarlo en el gancho que estaba en la parte posterior de su armadura. ¡Entonces, sucedió!

Mike sintió que los tres dones empezaban a evaporarse. Se estaban esfumando como la bestia.

–¡No! –gritó–. ¡Os necesito! ¡Por favor, no! Pero la biología de Michael Thomas estaba absorbiendo las armas. Se estaba realizando una fusión, que sólo era posi­ble gracias al propósito del propio ceremonial de Mike y por la victoria que las armas le habían facilitado. Estaba sorpren­dido. Gritó pidiendo una explicación.

–¿Y ahora qué? ¿Por qué me están dejando?

–Michael Thomas de Propósito Puro, tus maravillosos dones siguen ahí, ¡pero ahora los llevas dentro de ti! –era la vigorizante voz de Naranja. Había sido Naranja quien le ha­bía dado los dones en su casa. El ángel continuó–: Has ga­nado el derecho a asimilarlos. Ahora son parte de ti, Michael Thomas, y residirán dentro de tus células.

Mike se sentó en una roca cercana.

–¿Y la siguiente batalla...? –le preguntó a Naranja.

–Será ganada de la misma manera, Michael, pero sin la presencia tangible de las armas. Ahora, la verdad reside den­tro de ti, lo mismo que el poder del conocimiento y la sabidu­ría. No existe bestia alguna que pueda arrebatártelos jamás.

Mike meditó las palabras de Naranja, y luego invocó a otro ángel.

–¿Verde, he cambiado otra vez?

–Sí, Michael. Al absorber los dones te has perfecciona­do. Solamente te queda por conocer a otro de nosotros. Era reconfortante volver a oír la voz de Verde.

–¿Y quién será? –Michael no quería esperar hasta llegar a la última casa.

–El ángel más espléndido de todos, Michael. Ya lo verás –respondió Verde.

Michael se levantó. Se sentía raro. Todo había sucedido con tanta rapidez... el encuentro con la criatura transformada en su padre, comprender que tenía que librar una batalla real, vencer al monstruo, y ahora la aparente desaparición de los dones a los que ya se había acostumbrado. Nuevamente se sentó y empezó a repasar los sucesos de los últimos veinte minutos.

–Blanco, ¿quién era en realidad la bestia? –preguntó Mike, dado que intuitivamente sentía que la respuesta de este ángel podría ser la más ilustrativa. Y no le defraudó.

–Era la parte de ti carente de amor, Michael. Era la parte humana que siempre está presente y con la que siempre tene­mos que lidiar. Si no se la controla, realmente, la humanidad sin amor crea oscuridad.

La voz de Blanco era admirable y tranquilizó inmediata­mente a Mike.

–¿Regresará?

–Mientras seas humano, estará en el fondo, lista para ata­car de súbito –replicó Blanco–. ¡Pero el amor la mantiene débil!

En ese momento, Mike estaba introspectivo. «Sólo me que­da una lección más aquí, y luego puedo deshacerme de mi forma humana», pensó. Mike ansiaba abrir la puerta del ho­gar. Esa puerta mágica era su meta final. Pensó en lo que sig­nificaba: una existencia llena de amor y paz, una existencia con un propósito espiritual. De pronto, Mike se dio cuenta de que la atmósfera estaba totalmente limpia de nubes. Bajo la luz del sol, examinó el escenario del combate. Pudo ver las marcas chamuscadas en donde las poderosas armas habían derrotado al enemigo. Se tocó la cintura, donde había estado el cinturón de su espada, y se tocó el pecho que había cubier­to la armadura. Los echaba de menos, pero sabía que era cier­to lo que le habían dicho los ángeles. No sentía que nada fue­ra diferente o más luminoso. Ahora llevaba el poder dentro de sí, y eso lo convertía en un poderoso guerrero del amor, igual que Mary lo había sido en el hospital. Sonrió al pensar en la fuerza que ella tenía, y le dio las gracias mentalmente por la visión. ¡Entonces, Mike palpó de nuevo su pecho y se dio cuenta de que el mapa también había desaparecido!

–¡El mapa! –exclamó Mike en voz alta. Se sentía defraudado.

–También está dentro de ti, Michael –era Azul quien le hablaba otra vez–. Tu intuición será igual de valiosa.

Mike se sentía desnudo. «Está bien», pensó. «Ya no seré humano por mucho tiempo más. No necesitaré estos dones cuando entre en el cielo y regrese al hogar. ¡Sólo falta una casa más!»

No tardó mucho en salir del cañón, pero había una magní­fica visión esperando a Michael Thomas mientras éste avan­zaba acercándose al límite del escarpado perfil. Cuando em­pezó a vislumbrar el final del estrecho barranco, pudo ver que a lo lejos le esperaba un paisaje más sereno. Mike también contempló un espléndido arco iris que se arqueaba sobre el barranco. Resplandecía contrastando con el cielo cada vez más claro y azul de esa tierra mágica; marcaba el final del cañón y simbolizaba el final del viaje. Mike avanzó, admira­do por la majestuosidad del arco iris, mirando sólo de vez en cuando al suelo para ver por dónde iba caminando.

Entonces se dio cuenta de qué era lo que había creado el arco iris. Seis amigos enormes, encendidos de color, estaban en el cielo, ante él. Eran tan imponentes, ¡tan orgullosos! Cogidos de las manos, formaban un arco iris de celebración por el ser humano que ellos llamaban Michael Thomas de Propósito Puro.

Este pasó por debajo de ellos y, emocionado, llamó a cada uno por su color, dándoles las gracias. Ahí estaban: Azul, que le había entregado el mapa y la dirección de su viaje; Naran­ja, que le había proporcionado los maravillosos dones espiri­tuales que habían matado al gigante; Verde, su amigo cómi­co, que le había explicado biología, le había dado un fuerte pisotón en un dedo y le había proporcionado la experiencia de su primer cambio vibratorio; Violeta, el ángel maternal, que le había expuesto las lecciones de su vida y revelado la responsabilidad que él tenía en todo ello; Rojo, el pésimo comensal y maravilloso presentador de su familia espiritual;

y el amoroso Blanco, la esencia de la pureza, de quien Mike había aprendido sobre el amor verdadero observando a una mujer pura de increíble fuerza, y donde había sentido la con­goja de la oportunidad perdida. Mike sabía que ésa era la for­ma en que ellos celebraban su victoria, porque la siguiente casa ya era la última, y él no les necesitaría más en esa tierra. Su entrenamiento casi había concluido. Había aprendido bien y había pasado una gran prueba, conquistando a la bestia por sí mismo. Sabía que le estaban diciendo adiós.

–¡Os honro, amigos míos! –les dijo Mike, y observó cómo los espléndidos colores se difuminaban lentamente, des­cubriendo otra vez un cielo absolutamente azul.

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Mike no tuvo que andar mucho para divisar la siguiente casa; pero ésta era diferente. En realidad, no era una casa, ¡sino una enorme mansión! Mientras se iba acercando, observó que no sólo su tamaño era inusual, sino que se dio cuenta de que lo que en un principio le había parecido una casa marrón ¡se reveló poco a poco como la Casa de Oro!

A medida que se iba acercando más a la casa, su percep­ción del tamaño de ésta siguió cambiando. Lo que parecía ser una gran estructura de un solo piso se convirtió paulatina­mente en un edificio colosal de múltiples pisos y gigantescas proporciones. Y no sólo era de color dorado, ¡realmente pare­cía estar hecha de oro!

Un jardín extenso, de césped verde y bien cuidado, hacía resaltar al edificio aportándole un gran estilo. Estaba rodeado de numerosas fuentes de aspecto suntuoso, así como de mul­titud de arroyos, de espléndidos sonidos. Todo esto estaba equilibrado con vistosas flores de casi todas las clases con­cebibles, arregladas en grupos de extraordinarios colores. Mike vio algo más que le dejó momentáneamente sin aliento. El camino acababa en la entrada de la casa. Sin duda, ¡la meta final debía estar allí dentro! Eso no era solamente una casa, también era un portal, una entrada al mismo cielo. ¡Era la puerta que conducía al hogar!

Mike se dio cuenta de que tenía ansiedad y respiraba con dificultad, mientras abandonaba cautelosamente el camino principal y empezaba a recorrer el largo y sinuoso sendero que conducía a la puerta del enorme palacio dorado. Final­mente, llegó a la gran puerta adornada y hecha en su totalidad de oro. Se preguntó cómo podría abrirla. ¡Realmente, debía de pesar mucho! Se agachó y se quitó los zapatos, colocándo­los en el lugar destinado a ese fin, y esperó. Sabía que no volvería a verlos nunca.

No acudió ningún ángel.

Se preguntó si sería apropiado intentar abrir la voluminosa puerta y entrar; entonces recordó que esto ya le había sucedi­do en la sexta casa, cuando Blanco no quiso arriesgarse a salir al patio. Mike, por fin, se decidió y empujó la enorme puerta dorada. Era demasiado grande y alta para cualquier uso prác­tico, ¡pero Mike sintió que se abría fácilmente!

Entró y se quedó completamente estupefacto. ¡Todo era de oro! Las paredes, las columnas y los suelos. ¡Por todas partes había una suntuosa decoración! ¡Era extraordinario! Y otra vez, ese olor... ¡a flores! La fragancia de miles de lilas estalla­ba en su olfato, llenándole de un maravilloso sentimiento de amor. Era un lugar verdaderamente sagrado y sorprendente.

Entonces, Mike entendió inmediatamente la broma. En tanto que las otras casas de esa gran tierra parecían pequeñas en su exterior pero eran inmensas en su interior, ésta era enor­me en el exterior, pero su interior, aunque esplendoroso, era reducido. No había un laberinto de habitaciones que se suce­dieran una tras otra, como en las otras casas; por el contrario, todas las puertas y vestíbulos daban a un lugar común. No se podía elegir en qué dirección ir, ya que sólo era posible tomar una sola dirección. El trayecto a través de la casa era simple:

elegante, suntuoso, espléndido y exquisito, pero simple. No había habitaciones auxiliares, ni aposentos destinados a alo­jar a Mike. En nada se parecía a las otras casas, y provocaba otra sensación. Mike estaba intentando identificar en su men­te qué sentía mientras recorría lentamente los pocos vestíbu­los que desconocía adónde conducían. Sí. Recordó que era la misma sensación que tenía cuando entraba en un gran salón de culto. Sentía reverencia por él. Era majestuoso, como un santuario sagrado.

Mike no sabía qué esperar. Todavía no había aparecido ningún ángel. Ésta era la primera y única vez que entraba en una casa sin que le dieran la bienvenida. Después de su gran combate y toda la agitación vivida, Mike debería haber esta­do hambriento, pero no lo estaba. Se sentía demasiado emo­cionado.

Continuó avanzando hasta llegar a una puerta que parecía un tanto distinta. Había un nombre grabado en ella. La ti­pografía era la misma de caracteres extraños, de tipo árabe, que había visto en las etiquetas de la Casa de los Mapas y que luego volviera a ver en los gráficos de Violeta. Sabía que eso debía ser el nombre del ángel dorado, dondequiera que éste estuviera. Mike abrió la puerta y entró.

La bienvenida que le dieron a Michael Thomas era como para no ser olvidada jamás. Se encontró en un enorme salón de majestuosa belleza. Era un gran salón de culto, o eso pare­cía. Se asemejaba a una catedral, y en las paredes podían ver­se vitrales multicolores delicadamente trabajados. En cada es­pléndido vitral, la luz que se filtraba del exterior se convertía en varios arco iris que se derramaban sobre el inmenso suelo dorado, formando estanques de color ondulante. Cuando miró hacia arriba, pudo ver una zona dorada infinita. Las paredes del salón eran circulares y Mike observó que la puerta por la que había entrado era el único acceso a la sala. Una niebla dorada se arremolinaba delicadamente por todo el salón, pro­vocando que el escenario diera la sensación de ser un estan­que al alba, cuando todo es fresco. La niebla interactuaba con la luz de una manera extraordinariamente vistosa. Cada vez que la niebla se arremolinaba dentro de los estanques de luz irisada, absorbía un estallido de brillantes colores y convertía el aire húmedo en un arco iris sutil, pintando el área con los tonos de todo el espectro de color. Mike se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento y se obligó a respirar.

Lentamente, fue consciente de que todo –la luz, la deco­ración y el enfoque de la arquitectura– estaba dedicado a honrar el centro ovalado del santuario. Unas grandiosas esca­linatas partían del gran óvalo, pero solamente conducían a unos balcones que daban justo en el centro de la habitación. Mike se concentró en el enorme salón. Su centro rebosaba de niebla dorada, pero allí había algo más. Mike empezó a andar, siendo consciente de que estaba llegando al final de su viaje.

Mientras se dirigía hacia el centro de la zona de niebla dorada, se dio cuenta de que el santuario era bastante más grande de lo que había creído en un principio. Todo el oro y el engañoso diseño hacían que se distorsionara la percepción espacial del ojo humano. Mike caminó hacia el centro y notó que tardaba bastante más de lo previsto. Finalmente, a unos cuantos pasos del punto central, se detuvo. ¿Qué había allí? Dentro de la capa de niebla había algo sólido. ¿Era otra es­tructura?

Casi había llegado al centro cuando le golpeó un asombro­so estallido de energía. Súbitamente, ¡Mike estaba de rodi­llas! Una sensación de increíble sacralidad y santidad había descendido sobre él con un poder que le había exigido que se arrodillara. Mike contuvo el aliento y bajó los ojos para no violar un protocolo tácito y sagrado. Su cuerpo estaba empe­zando a sacudirse con una sorprendente sensación de vibra­ción que sólo podía provenir de la presencia de Dios. ¡Había llegado el momento! Se estaba acercando a la puerta final del cielo... ¿y al hogar? Quizás allí no había ningún ángel. Y, sin embargo, los otros ángeles le habían dicho que estaba a punto de encontrar al ente más grandioso de todos. Percibió que allí se encontraba frente a una presencia que infundía un respe­tuoso temor. ¡ La ungida y milagrosa presencia del propio Dios! Mike tenía serias dificultades para respirar.

Elevó la mirada y vio que la niebla se disipaba. Siguió arrodillado, pero en una postura más erguida para ver lo que estaba aconteciendo. La niebla, al ir despejándose, dejó al descubierto una estructura que era como un bloque enorme y dorado. Al desvanecerse más aún, reveló que el bloque tenía tallados unos escalones. Una escalinata conducía a la parte superior. ¿La puerta que conducía al hogar estaría al final de la escalera? La energía se estaba haciendo más intensa, y Mike no se sentía digno de estar allí. Hay ocasiones en las que un ser humano sabe cuál es su sitio, y no importaba lo que Mike hubiera tenido que pasar, no estaba a la altura de la santidad y la grandeza de lo que estaba ante él. Se encontraba ante el portal del cielo y se sentía como si fuera un muñeco de goma. Estaba inmovilizado por el poder del espíritu y por el resplan­dor de Dios. Sabía que a sólo unos cuantos pasos se encontra­ba algo más poderoso que cualquier otra cosa que pudiera imaginar nunca, ¡algo tan poderosamente amoroso y espectacu­lar en su belleza que representaba a la creación misma!

Mike sintió que estaba esforzándose por absorber oxíge­no, pero mantuvo en alto la cabeza. Necesitaba verlo. Ahora sabía que realmente había una entidad por conocer: la más grandiosa de todas, según le habían dicho. ¿Qué estupenda cria­tura podía despedir tal energía? Tuvo la esperanza de poder sobrevivir a la intensidad de la vibración el tiempo suficiente como para conocerla. Aunque en los próximos minutos fuera atomizado en un estallido de luz celestial multidimensional, ¡tenía que verla! Recordó los relatos respecto a lo que les había pasado a quienes habían tocado el Arca de la Alianza en la historia judía. Se habían esfumado en una explosión de vapor por el hecho de haber tocado a Dios. Mike pensó que también podía sucederle a él si la energía del momento au­mentaba demasiado. Sintió como si sus células fueran a esta­llar. ¡Todas ellas intentaban celebrar al mismo tiempo! Mike tenía una sensación de expansión desde su interior. Estaba empezando a sentir miedo, no por su vida, sino por no lograr ver a la entidad que residía en esta última e increíble casa. La niebla siguió disipándose.

El bloque dorado y ornamentado que tenía escalones, se volvió más nítido. No era un simple bloque, ¡era un trono! Adornado y radiantemente indescriptible, construido con majestuosidad e indiscutiblemente hecho de oro; parecía res­plandecer con su propia sacralidad. El ángel debía de estar sentado en él. ¿Quién podía ser?

De pronto, ¡Mike se dio cuenta de que estaba sollozando! Su biología estaba estallando por dentro con la grandeza de esta energía sagrada, y Mike pudo sentir oleadas de gratitud y amor fluyendo de su corazón. Simplemente, no podía contro­lar sus emociones. La energía que estaba sobre él era densa, y sabía que la dorada entidad a la que estaba esperando ya esta­ba bajando por los escalones. El ángel más grande de todos estaba a punto de surgir de entre la niebla dorada que oculta­ba la parte superior del trono. Se estaba acercando. ¡Mike lo sabía! Tal vez estaba a punto de conocer al guardián de la puerta que conducía a casa, al que había querido encontrar durante todo el tiempo. ¡El que lo sabía todo!

Mike era un caso perdido. No quería que le vieran así. Quería ser fuerte, pero ni siquiera podía ponerse de pie. Que­ría que el ser dorado supiera que había pasado las pruebas y que había matado al gigante, pero ni tan siquiera podía ha­blar. Se sentía pueril e incapaz de controlar sus emociones. Su pecho estaba henchido de gratitud y honor... y carente de oxígeno. Empezaba a dolerle la cabeza. ¿Quién era este ser que se aproximaba y poseía tal poder? ¿Qué entidad en el universo representaba la fuerza de Dios de un modo tan es­pectacular?

–No temas, Michael Thomas de Propósito Puro. Se te ha estado esperando –dijo el enorme ángel cuyo torso iba apa­reciendo difusamente mientras descendía por la escalera. ¡La voz era familiar! ¿Quién era?

La voz, a pesar de llevar consigo una sacralidad del orden más elevado, era tranquila y llena de paz. El ente que se esta­ba acercando era quizás el más elevado de todos, pero el en­cuentro se había iniciado en forma tranquila, sin pretensio­nes, con un mensaje de alentadora seguridad. A pesar del men­saje, Mike no pudo usar de modo adecuado su voz en ese momento. Estaba demasiado conmovido para hablar, y el apa­rente sobresalto de su estado emocional no estaba mejoran­do. Siguió observando mientras se ponía la mano en el pecho, cubriéndose el corazón para que no fuera a salírsele del cuer­po por la expectativa que sentía ante el maestro dorado del amor, que ahora le hablaba. No quería perderse lo que estaba ocurriendo y tenía la esperanza de poder vivirlo hasta el final. Su visión empezó a volverse borrosa.

El espléndido ángel celestial bajó flotando los escalones esculpidos, relucientes de oro, y se fue acercando lentamente a Michael Thomas, que estaba arrodillado y temblaba. A pe­sar de su estado de éxtasis, Michael se planteó la aparente dico­tomía de unos escalones para un ente al que no le hacían falta.

Lo primero que vio Michael fue el magnífico cuerpo ful­gurante; la cabeza del dorado ser estaba todavía oculta por la neblina del mismo color. El ángel se detuvo un momento; su cara seguía oculta. Mike vio que era enorme, más grande que los otros ángeles que había conocido. El matiz dorado de su ropaje era tan brillante que los pliegues parecían eléctricos. Ahora ya podía ver la parte inferior de las alas. ¡Sabía que tendría alas! Vibraban como diez mil mariposas, pero sin emitir sonido alguno. Mike estaba seguro de que cuando la cabeza fuera visible, tendría un halo majestuoso, tal era el sentimien­to consagrado de esta gran criatura.

No era que Mike se estuviera habituando a esta energía, pero se dio cuenta de que algo le estaba ocurriendo cuando el ángel se detuvo. Le estaban haciendo un regalo y él lo sabía. Una burbuja de tenue luz blanca se estaba formando a su alre­dedor, protegiéndole y creando en su interior sensaciones tranquilizadoras. Mike suspiró aliviado. ¡Sabía que no podía absorber mucha más de esa energía divina! Lentamente, em­pezó a respirar con normalidad mientras se sentaba en el sue­lo. El baño emocional de intenso amor se convirtió en un baño de paz, y lentamente recobró su normal equilibrio humano. Pasaron diez minutos y el ángel permaneció estático. Mike se estaba fortaleciendo y sabía que el ángel había creado un lu­gar para él, protegido por esa burbuja de luz, donde la vibra­ción de Mike podía coexistir con la vibración divina de la estupenda criatura que venía del cielo. Finalmente, Mike ha­bló, pero sin levantarse.

–Gracias, gran ángel dorado –dijo y respiró profunda­mente–. No tengo miedo.

–Sé exactamente lo que estás sintiendo, Michael, y de verdad no tienes miedo.

El ángel seguía inmóvil. Mike estaba intentando situar la voz. Tenía el mismo tipo de serena energía que la de Blanco, y tendía a reconfortar el alma de Mike cuando la escuchaba.

Era una voz intensa, que llenaba todo el espacio que le rodea­ba, pero que al mismo tiempo era tranquilizadora. Sabía que la había oído antes, pero, ¿dónde? ¿En qué otra zona de ese gran lugar espiritual la había oído? Cuando supo que podía hablar otra vez, lo hizo.

–¿Te conozco, gran ser sagrado? –preguntó apacible y reverentemente.

–Por supuesto –respondió el gigantesco ángel, a quien Mike sólo podía ver parcialmente–. Nos conocemos bien.

La majestuosidad de la voz era poderosa, llena de gloria y esplendor. Mike no entendía, pero no quiso forzar el tema. La situación rebosaba protocolo y ceremonia. Era mejor sentarse y dejar que le hablaran en ese nivel de energía, y Mike honra­ba la diferencia de vibración que existía entre ambos. El án­gel volvió a hablar.

–El tiempo total que estaremos en esta casa, Michael Thomas, no pasará de unos pocos minutos. Estará lleno de pro­pósito y revelación. La diferencia vibratoria entre nosotros es tan grande que no podemos mantener el encuentro durante mucho tiempo, pero sí el suficiente.

«¿El suficiente para qué?», pensó Michael. El ángel conti­nuó y los espléndidos compases de su voz calmaron de nuevo todas las moléculas del organismo de Michael mientras lle­gaban a sus oídos y eran absorbidas por su biología interna.

–Michael Thomas de Propósito Puro, ¿amas a Dios? Las células de Michael zumbaron ante la pregunta. ¡Otra vez esa pregunta! Escalofríos de comprensión recorrieron su espalda. Había supuesto que Blanco sería el último que le preguntaría eso, pero se había equivocado. Se lo estaban pre­guntando de nuevo. ¡Éste era el momento! Sus células vol­vían a intentar hablar todas al mismo tiempo. ¡Dile que sí!, le suplicaron. Quizá la respuesta que le daría al ente dorado sig­nificaba su pasaporte para pasar por la puerta del hogar. Esta era la última vez que le harían esa pregunta, y la más impor­tante. Deseaba que ese momento fuera profundo. Hizo una pausa pero no podía idear una respuesta lo suficientemente elocuente. Su mente estaba vacía y lo único que cabía en ella era el honor, predominantemente al concepto de un ente pia­doso.

–Sí –su voz era honesta, pura, y no temblaba.

–Michael Thomas de Propósito Puro –la voz maravillo­sa continuó desde la invisible cara que permanecía en la arre­molinada niebla–. ¿Quieres ver el rostro de Dios? ¿Ese ser a quien profesas amor?

Michael se quedó congelado ante las posibilidades que su­gerían esas palabras sagradas. ¿Qué significaba? ¿Cuál era la revelación? ¿Cómo iba a acabar esto? Sus células volvieron a pedirle que dijera que sí. Respondió automáticamente y de una forma sencilla.

–Sí, quiero –esta vez, su voz tembló y sabía que el ángel le había escuchado.

–Entonces, Michael Thomas de Propósito Puro –expre­só el ángel mientras empezaba a bajar la escalera–, contem­pla el rostro de Dios, a quien nos has asegurado que amas... ocho veces.

La reluciente magnificencia del más sagrado de todos los seres se acercó a Michael Thomas. Con todo y la protectora burbuja que le habían proporcionado, Mike sentía cómo au­mentaba el nivel de energía mientras el ser empezó a surgir de la espesa niebla dorada y a bajar los escalones dorados para llegar al nivel en que estaba Mike. El ente era tan alto que parte de la niebla se quedaba pegada a él mientras des­cendía. Cuando por fin llegó ante Mike, habló mientras la niebla se disipaba gradualmente de su cara.

–Levántate, Michael. Necesitas estar de pie para esto. Michael sabía que iba a suceder algo trascendental. Lenta­mente, se incorporó sobre sus piernas temblorosas y, con los ojos y la mente alertas, buscó entre la niebla que se disipaba, observando el lugar de donde podía surgir la cara del ángel. Finalmente apareció, y Michael Thomas de Propósito Puro –el ser humano que había vivido intensamente todo lo rela­cionado con su viaje, que se había enfrentado a la bestia y la había matado, que había hecho el trayecto mejor que ningún otro ser humano en ese lugar espiritual– quedó desarmado ante la revelación que tuvo lugar. El asombro llenó sus ojos arrasados de lágrimas. La comprensión osciló entre su mente lógica y su mente espiritual, mientras intentaba dilucidar lo que veía y el significado que podía tener. Sus emociones que­daron paralizadas, incapaces de procesar la información que sus ojos de pronto le revelaban. Las piernas le empezaron a flaquear e, involuntariamente, cayó de rodillas por segunda vez en ese salón sagrado recamado de oro.

El rostro de la gran entidad espiritual que había descendi­do por la escalera cincelada en el gran trono dorado ¡era el de Michael Thomas! No era una ilusión, pertenecía al ángel. era el ángel. ¡El ángel era Michael!

–Por consiguiente, si amas a Dios, me amas a mí. El ser dorado sabía que en realidad Michael no le estaba escuchando. Su mente seguía confusa. Una abrumadora con­moción llenaba todas y cada una de sus células. Seguía inten­tando encontrar una explicación. «¿Qué significa esto? ¿Es real?» El ángel continuó. Mike estaba de pie, inmóvil, inca­paz de comprender nada.

–Ha llegado el momento de hacerte otro regalo, Michael –la voz del ángel seguía siendo tranquilizadora y reconfor­tante, y transmitiendo paz y comprensión al propio ser de Michael–. Te hago el regalo del discernimiento, Michael, mientras escuchas mi explicación.

La mente de Mike empezó a despejarse. Se dio cuenta otra vez de que el ángel le estaba proporcionando una ayuda cons­ciente con su propia comprensión. Ésta sería para limpiar su mente de predisposición y prejuicios humanos. El ángel ha­bló de nuevo:

–Hay algo dentro de cada ser humano que lucha dramáti­camente con la última sinapsis lógica de la materia cerebral para impedirle creer que es algo más que un ser humano, Michael –el ángel sonrió, y a Michael le pareció de nuevo que estaba mirándose en un espejo y sonriéndose a sí mismo.

La voz del ángel era la suya, pero no la había reconocido. La única vez en que los humanos pueden escuchar su propia voz con absoluta precisión es en una grabación, lo que él había hecho sólo unas pocas veces. Necesitaba escuchar lo que el ángel le estaba diciendo, y ahora su mente se estaba despe­jando para permitírselo. El ángel prosiguió:

–Yo soy tu Yo más elevado, Michael Thomas, la parte de Dios que reside en ti mientras vives en el planeta Tierra. Esta es tu última revelación y lección antes de que continúes hacia tu meta. Ésta es la última valla de información final que tie­nes que absorber. Es la verdad más elevada y poderosa para toda la humanidad; la que está mejor guardada y la más difí­cil de aceptar.

Escuchar al ángel era fascinante para Mike, pero mirarlo lo distraía ¡porque tenía su misma cara! A pesar de ello, la información le dejó absorto y deseoso de aprender su signifi­cado. Debía avanzar. Necesitaba saber más. El ángel flotó li­geramente hacia un lado, dejando ver algo más de la parte superior del lugar donde, previamente, ocupaba en la escale­ra cincelada.

–Ésta es la Casa dorada de la Autovaloración, Michael –continuó–. Nada te detendrá más rápidamente en tu viaje de iluminación que el sentimiento de que no eres digno de él. Por consiguiente, decidimos revelarte quién eres realmente. Tú eres una parte de mí, Michael. Somos un ángel del más alto nivel, de igual forma que todos los seres humanos. So­mos los que hemos elegido visitar el planeta Tierra, pasar por las pruebas de la vida humana y elevar la vibración del plane­ta mediante las lecciones y la experiencia de nuestro viaje. Somos quienes podemos crear una diferencia para toda la hu­manidad así como para el universo. Créeme, Michael Thomas, que lo que hiciste en la Tierra provocó grandes cambios en otras áreas.

–¡Pero no me quedé allí! –Michael soltó impulsivamente lo que había en su mente, al oír esta información y sentir de nuevo que se había rendido demasiado pronto–. ¡Y no aprendí nada!

–No importa, Michael –declaró el ángel–. Lo que te honra tan grandemente es el propósito de hacer el viaje y el acuerdo original para participar en el sacrificio. Tu sola presencia en el planeta ya es honorable y correcta. ¿No te das cuenta de esto? ¿Has escuchado alguna vez la historia del hijo pródigo? Todas las culturas la tienen, ¿sabes?

Mike conocía la historia, pero no sabía cómo aplicarla a esta situación. Recordaba que el hijo de la historia fue bien recibido y amado por su padre a pesar de que no había honra­do las costumbres de la familia. El ángel volvió a moverse mientras seguía con su explicación.

–¡Michael, los demás ángeles te quieren muchísimo! ¿No te has preguntado por qué eres merecedor de tal cosa? Ahora ya lo sabes. Nosotros, tú y yo, estamos en un grupo de élite. Estamos entre aquellos que son sumamente amados y honra­dos que han elegido venir a la Tierra, vivir en una biología inferior y no ser conscientes de ello al ocultárseles este he­cho. Tú realmente eres una parte de Dios que está en el plane­ta para aprender. Su razón obedece a un propósito mayor, y ahora estás viendo esa parte ante ti.

Michael se sintió sobrecogido por todo cuanto se le reve­laba. Pensó en lo ocurrido durante las últimas semanas. En­contraba sorprendentes las enseñanzas recibidas sobre los con­tratos y la familia en la Casa de Violeta. ¡La familia que le habían presentado en la Casa de Rojo era asombrosa! Pero ahora, se encontraba con la revelación de que el humano Michael Thomas podía contarse entre los ángeles más eleva­dos. ¿Y los otros humanos también? ¿Realmente podía ser él tan grandioso?

–¡Sí, lo eres, Michael! ¡Sí, lo somos! Ha llegado el mo­mento de que comprendas y te des cuenta de que eres digno de estar en la Tierra. Tú planeaste venir ¡y realmente aguar­daste para poder hacerlo! Se te honra entre todos los entes por lo que has hecho, y ahora mereces pasar a la fase siguiente. Dado que has manifestado tantas veces amar a Dios a lo largo de tu viaje, ¡debes también amarte a tí mismo! Piensa en ello, Michael Thomas, porque la verdad que encierra ha de cam­biar tu perspectiva y la esencia misma de tu propósito humano.

Ahora Mike estaba bastante más atento a la información, dado que el ángel le había dado el regalo de la calma y el discernimiento. Estaba despejado. Esta información era ver­daderamente difícil de digerir. El ángel siguió hablando:

–Ahora, el paso final, y lo hubiera sido si hubieras segui­do en la Tierra, consistirá en absorber esta asociación. ¡Debes saber que es real! Siente la divinidad y el mérito de tu huma­nidad. Ahora sabes que en realidad eres un ente sagrado del cielo. ¡Percibe el hecho de que perteneces a este lugar y que eres eterno! Haz tuya la insignia de oro que se te da, Michael Thomas.

Mike recordó el tiempo que pasó en la Casa Blanca, cuan­do Blanco le había mostrado la visión de Mary en el hospital. Ahora recordaba algo que había permanecido oculto en su mente: Blanco había pronunciado unas palabras que ahora cobraban significado. El ángel había dicho que Mary ¡había aceptado al ser dorado!

–¿Sabía Mary que existes? –tuvo que preguntar Mike.

–Mary conocía a su propio yo superior, Michael, si eso es lo que quieres averiguar. Ella estaba acompañada por su yo superior durante todo el tiempo en que la observaste. Eso es lo que sentías. Ella sabía quién era, y sabía que existían el salón dorado y el trono dorado. Ella sabía que era sagrada y que se merecía estar en la Tierra. Había hecho suyo su propio carácter sagrado.

De nuevo, Michael sintió un respeto reverencial por Mary, esa pequeña mujer que tanto le había enseñado y que nunca sabría de la existencia de Mike.

–Ella te conoce, Mike –le dijo el ser dorado.

–¿Me conoce? ¿Cómo es eso?

–De la misma manera que todos nosotros nos conocemos –respondió el ángel–. Ella era muy consciente de que el regalo que le hacía ese día a su padre estaba teniendo efectos trascendentales en otros seres. Su intuición se lo decía. Inclu­so sabía que la estaban observando. Como tú, poseía todos los dones, instrumentos y mapas en su interior, y también el regalo dorado del discernimiento divino que te estoy transmitien­do. Tal es el poder de una iluminación humana en la Tierra.

–¡Caramba! –Michael estaba aprendiendo mucho, y el respeto que sentía por Mary iba en aumento, superando con creces al que ya sentía. ¡Ella, pues, lo sabía! Su intuición le decía que sus acciones eran observadas y utilizadas para ayu­darle.

–La prueba está al caer, Michael Thomas. El ángel estaba yendo al grano. Michael sabía que tendría que someterse a una especie de prueba. ¿Cuál sería? ¿Cómo podría esta entidad, que tenía su cara y su alma, saber si el humano Michael Thomas había aceptado o no la realidad de su autovaloración?

–Sólo hay una manera de averiguarlo –el ángel flotó ha­cia un lado–. No te alarmes, Michael Thomas, pero debo su­primir el regalo de protección vibratoria durante el resto del tiempo que estemos juntos. Tú has absorbido la verdad, o tal vez no. Esta prueba aparentemente no es difícil, pero es im­posible pasarla a menos que seas puro y hayas aceptado la verdad de la asociación.

–Lo sé –dijo Michael inquieto.

¿Qué era lo que iba a hacer el ente dorado? La burbuja blanca estaba empezando a esfumarse a su alrededor, y nue­vamente se sintió acometido por la vibración de la santidad de la fuerza de Dios que le rodeaba. Allí estaba otra vez todo ese amor. Toda esa energía de propósito y concentración pro­veniente de millones de seres. Sin embargo, esta vez Michael sintió algo más: un ligero estremecimiento por ser parte de todo eso. ¿Se trataba de la prueba?

–¡Lo estoy sintiendo! –gritó Michael.

Tenía la esperanza de que fuera eso. ¿Era posible que la prueba, cualquiera que fuera, ya hubiera acabado? No hubo suerte. En lugar de eso, el enorme ángel dorado con la cara de Michael Thomas se le acercó.

–Michael Thomas de Propósito Puro, siéntate en el tercer escalón.

Mike de nuevo estaba empezando a respirar con dificul­tad. Sus células simplemente no comprendían que estaban en una vibración demasiado elevada. Mike le habló a su cuerpo en voz alta, sin considerar el hecho de que el ángel dorado aún se encontraba allí. Tenía que controlar su organismo ¡en ese preciso momento!

Estamos bien –aseguró Michael a sus células–. ¡No reaccionéis con miedo! Nos lo merecemos. ¡Somos dignos de esto!

Mike estaba gritando y era consciente de ello. Estaba ha­ciendo automáticamente lo que Verde le había enseñado y estaba consiguiendo resultados inmediatos. Se sentó en el ter­cer escalón del gran trono dorado y empezó a tranquilizarse. De pronto, se percató de que el ente dorado le miraba fija­mente ¡y vio que la faz dorada esbozaba una inmensa sonrisa!

–Realmente sabes lo que debes hacer, mi equivalente hu­mano. Estas son cosas que yo no podría transmitirte, pero que has aprendido bien de los otros. Ahora, déjame ver si ya has absorbido por completo lo que te he dado del mismo modo.

Lo que ocurrió a continuación conmocionó a Michael Tho­mas mucho más que el descubrimiento de la cara del ángel unos minutos antes. El gran ser dorado, que momentos antes había representado el compendio de la fuerza de Dios, estaba empezando a arrodillarse ante Michael Thomas. La magni­fícente entidad dorada separó las alas y las desplegó de una manera regia, como si fueran una capa de oro desenrollándo­se y extendiéndose hacia el suelo con los movimientos del ángel. Los dos admirables apéndices se abrieron en abanico lo suficiente para permitir que el enorme cuerpo bajara con gracilidad sin que las alas tocaran el suelo.

El cuerpo de Mike reaccionó de modo contundente, pero esta vez no le incapacitó. Antes bien, se sobrecogió de una forma adorable mientras seguía observando lo que el ángel iba a hacer.

Mientras se arrodillaba, el magnífico ángel sacó, de quién sabe dónde, un tazón dorado y lo sostuvo suavemente ante él en actitud ceremoniosa. Miró directamente a Mike y le dijo estas cariñosas palabras:

–Este tazón contiene, de manera simbólica, las lágrimas de mi alegría por tí, Michael Thomas. Con esto, deseo ungir y lavar tus pies, porque eres digno de este honor.

«¡Oh, no! ¡Este ente divino realmente va a tocarme!». Ahora Mike comprendía en qué consistía la prueba. Un sólo roce de ese ser dorado determinaría si las células de Mike habían en­tendido realmente el tema del mérito, y si su cuerpo era ver­daderamente consciente de su linaje sagrado. Como era de esperar, la prueba no podía fingirse. ¡Era esto! El ángel se detuvo un momento, antes de tocar el pie izquierdo de Michael Thomas, y respondió a las preguntas que éste formulaba men­talmente.

–Ésta no es una prueba de cambio vibratorio, Michael. Porque tú y yo nunca tendremos la misma vibración hasta que nos fundamos juntos otra vez, al final. Esta es una prueba de tu fe humana. Nosotros debemos reconocer el hecho de que nosotros, como Dios, somos dignos de ser humanos. Esto comprobará si verdaderamente has comprendido que mere­ces que el propio Espíritu te lave los pies, y si el amor que sientes por Dios está reflejado en el amor que sientes por ti mismo.

Mike se relajó. Conocía su propia mente y sabía que había aceptado tanto la idea como la lección del espléndido ser. Súbitamente, fue consciente de que la prueba le serviría al ángel como constatación. Estaba preparado. Seguía allí, sen­tado frente al más grande entre los grandes. El ángel, a pesar de sus enormes proporciones, se había colocado por debajo del nivel de los ojos de Mike. La ceremonia que estaba implí­cita no pasó desapercibida para él, y sintió cómo afloraban sus emociones ante lo que estaba teniendo lugar.

El noble ser cogió delicadamente el pie de Mike, provo­cando un increíble hormigueo en todo su cuerpo, que subió a su corazón y a su mente. Se sentía rebosante de compasión y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas. No dijo nada mientras el ángel le lavaba delicadamente el pie. Michael sin­tió que era amado ilimitadamente. No desapareció ni se des­vaneció en un relámpago de energía. Sentía la presión de la energía vibratoria existente entre ambos y, aunque apenas empezaba a asimilar la situación, era consciente de que mere­cía ese trato. Permaneció en silencio, porque sabía que el amor es silencioso. También sabía que el amor puro no tiene agen­da, de modo que el espléndido ser de oro no iba a pedirle nada a cambio. Sabía que el amor no era arrogante, y que el ángel no iba a ser acompañado por una legión de huéspedes celes­tiales. Esto era personal, y el ángel le estaba pidiendo silen­ciosamente a Michael que aceptara el honor y se limitara a ser. El sentimiento que experimentaba Michael Thomas era indescriptible. De sus ojos seguían fluyendo lágrimas de gran gozo y gratitud, pero no estaba avergonzado. Sabía que el ángel comprendía que era su manera humana de decir gra­cias, aunque pudiera parecer extraña. Finalmente, el ángel volvió a hablar. Su voz estaba llena del orgullo que sentía por Michael.

–Michael Thomas de Propósito Puro, realmente has pa­sado esta gran prueba, una de las más grandes de todas. Pero ahora te mostraré algo que es más grande aún. Aunque supe­raste todas las pruebas, y sigues preparado para dirigirte a la puerta de casa, te lavaré el otro pie. Es un honor para mí ha­cerlo, y ejemplifica el amor que Dios te profesa. Ya no es una prueba, ni hay nada que ganar en ello. Lo hago porque te quie­ro. No olvides nunca este momento.

Mike no podía imaginar un momento más sagrado en su vida. Las lágrimas seguían fluyendo de sus ojos, y ambos en­tes, que pertenecían a la misma fuerza espiritual, siguieron compartiendo el amor, mientras el enorme ángel dorado lava­ba delicadamente el otro pie de Mike, que parecía muy pe­queño entre las enormes manos del ángel. Finalmente, todo acabó. El tazón se esfumó mágicamente, y el ángel se puso de pie irguiéndose cuan largo era; sus alas volvieron a plegarse al cuerpo de una forma adecuada y perfecta.

–Ahora ya puedes levantarte, Michael Thomas. Tu pro­pósito ha demostrado ser verdaderamente puro. ¡Estás listo para ir al hogar!

Michael se puso de pie, miró a su alrededor y luego miró al ángel. Como si leyera su mente, éste le cogió la mano y señaló algo que estaba detrás de Mike.

–Sube la escalera, Michael.

El ángel sonreía de nuevo.

Mike se volvió y miró hacia arriba, donde se arremolinaba la niebla dorada. Los escalones del trono dorado le llamaban para ir a otro sitio desconocido de gran propósito. Se volvió y miró al ángel como confirmando que iba a subir los escalones.

–La puerta que buscas está allí, Michael. Ah, y recuerda esto: las cosas no siempre son lo que parecen.

Habiendo llegado a este punto, Mike no se detuvo a inqui­rir sobre dicho enunciado, el cual se estaba volviendo el mantra de ese lugar. Mike era consciente de que no podía permane­cer mucho tiempo allí. El ángel también lo sabía y, con deli­cadeza, se puso al lado de Michael; esta vez rodeó con su enorme brazo sus hombros. Con una voz suave y alentadora, el ser pronunció sus últimas palabras:

–Yo acabo de salir de ahí, Michael. Todo está bien. Aho­ra debes ir ahí. El objetivo está al alcance de tu mano. Me reuniré contigo en breve. Nunca debemos decimos adiós, dado que somos uno.

Mike sabía que tenía que salir de esa potente energía. Dio media vuelta y empezó a subir los escalones rápidamente. En ese momento entendió por qué había escalera allí. Era para el humano, no para el ángel, y los escalones estaban perfecta­mente adaptados al tamaño de su pie. Todo empezaba a tener sentido, pero Mike ya no quería analizar nada más. ¡Había llegado el momento de graduarse! Era el momento de entrar en ese lugar llamado el hogar. Subió los escalones del gran trono dorado y ornamentado. Se detuvo a mirar una vez más al ente dorado, la parte de Dios que era él; ahora éste adopta­ba una actitud regia, con las manos juntas y sonriéndole des­de el pie de la escalera. El ángel tenía razón. No experimenta­ba ninguna sensación de despedida. ¡Verdaderamente, formaba parte de él! Mike empezó a darse cuenta de que en ese último día había encontrado dos partes de sí mismo. Una de ellas, sin amor, y la otra, con amor. En algún lugar entre ambas residía la conciencia humana, y para él significaba elegir dónde establecerse. ¡Vaya concepto!

Mike se dio la vuelta y empezó a subir la escalera. La espesa niebla ocultaba lo que había inmediatamente arriba de él, y su mirada solamente podía abarcar unos diez escalones dorados a la vez. Estaba muy pendiente de sus pasos, pues lo último que quería era caer de esa torre en el pináculo de su viaje sagrado. Rió para sí al imaginar la ignominiosa caída hacia el pie del trono, y en cómo se disculparía con su esplén­dido Yo superior por ser tan torpe. Inmediatamente, el liviano humor le relajó.

Era consciente de que había subido por lo menos dos pisos y de que justo enfrente tenía una especie de rellano. «¡Qué trono más suntuoso!», pensó Mike. ¡Era realmente inmenso! ¡Y era suyo! Finalmente, llegó al final de los escalones. No se sintió decepcionado. Allí, junto a una silla dorada, pro­fusamente ornada y regiamente labrada, estaba la puerta que había ansiado ver durante todas esas semanas. Ahora, su vi­sión de tanto tiempo atrás surgía ante él y por fin estaba a su alcance. La puerta estaba bien iluminada y era el elemento principal cercano a la silla. Parecía estar suspendida en el aire, pues no había paredes enmarcándola, y no era tangible el punto donde su realidad convergía con la realidad del trono. Mike se dio cuenta de que dicha puerta no formaba parte de la Casa de la Autovaloración, o de la estructura en la que él se encon­traba. Era un portal y, por lo tanto, poseía un atributo dimen­sional diferente. La puerta tenía muchas cosas escritas en su superficie, algunas de las cuales Mike no podía interpretar; pero sí entendía la palabra hogar.

Había esperado mucho tiempo para esto. Había realizado un gran recorrido, aprendido mucho y alterado su propia es­tructura celular preparándose para lo que le esperaba al otro lado del portal. Ahora casi parecía fuera de contexto. Perma­neció allí, pensando en lo que había sucedido y en el bellísi­mo ángel dorado que estaba al pie de la escalinata. Pensó en lo que había ocurrido en el tercer escalón un rato antes. Y esta última experiencia, indudablemente, había marcado la dife­rencia final respecto a cómo se sentía. Mike se colocó delante de la puerta en una actitud ceremoniosa.

–¡Me lo merezco! –dijo un Michael Thomas seguro de sí mismo–. Y honro al universo por permitirme hacer lo que estoy a punto de hacer. Con pleno amor, entro al lugar en el que he pedido estar.

La ceremonia se había llevado a cabo. Michael Thomas hizo una inspiración gigantesca de aire humano y valiente­mente abrió la puerta que tenía escrito «Hogar».

óóó

Mike vomitó.

PARA CONTINUAR LA LECTURA IR A:12-ENTRANDO AL HOGAR.

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