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domingo, 14 de octubre de 2007

08. La Cuarta Casa

Mike iba andando despreocupadamente por el camino, sin­tiéndose mejor que nunca. Su ropa nueva, hecha a medida, y su equipo de combate se complementaban de un modo per­fecto, formando un conjunto que parecía intrínseco a esa gran­diosa tierra. Mike tenía una extraña sensación de familiari­dad respecto al entorno. A pesar de que había pasado gran parte del tiempo de su viaje dentro de las diversas casas, el camino le resultaba, de algún modo, familiar. Había empeza­do a reconocer el olor y el aspecto de las cosas que estaban a su alrededor. Era como si los recuerdos de la vida anterior de Mike estuvieran empezando a esfumarse, y las insólitas ca­racterísticas de esa nueva tierra estuvieran convirtiéndose en su hogar. Tenía la sensación de «recordar» todas esas cosas, a pesar de que sabía que nunca antes había estado allí.

Mike también experimentaba una intensa sensación de nuevo poder. Sentía como si realmente perteneciera a esa tie­rra. Sabía que buena parte de esa percepción se debía a los recientes acontecimientos que había vivido en la Casa de la Biología. Cada vez que recordaba a Verde sonreía de oreja a oreja. Mientras iba andando, reflejaba el hecho de que verda­deramente había pasado a un nuevo nivel durante su estancia en la casa verde. ¿Qué más iba a encontrar? Sólo había estado en tres de las siete casas, y se preguntaba qué otras lecciones le esperaban.

Súbitamente, escuchó un ruido a su espalda. Mike se volvió automáticamente con la rapidez de una centella, adoptando una posición de alerta defensiva. Él mis­mo se sorprendió por lo instintiva que había sido su reacción. Estaba inclinado hacia delante y su mano asía con fuerza la ornada empuñadura de su magnífica espada de la verdad. ¿Era imaginación suya, o era cierto que la empuñadura estaba vi­brando? Toda su atención se concentró en sus oídos mientras permanecía inmóvil como una estatua, esperando pasar rápi­damente a una desconocida, aunque perfecta, acción.

Pero allí no había nada.

Podía haber sido el viento, aunque notó que no se movían las hojas de los árboles que tenía cerca. Moviendo únicamen­te los ojos, pero manteniendo el resto del cuerpo completa­mente inmóvil, Michael examinó detalladamente la zona. ¡Qué precisión había adquirido su vista en ese lugar! Desde que inició el viaje, no recordaba haber tenido jamás esa maravi­llosa agudeza visual. Era como si alguien hubiera encendido una luz brillante allí donde antes no la había.

Mike trasladó el foco de su atención de los oídos a los ojos, y observó con detenimiento cada gran roca y cada risco que había en su campo visual.

Pero allí no había nada.

Empezó a darse cuenta de que, al mismo tiempo que se sentía cómodo en su recién descubierta tierra de casas de co­lores, en ella también le acechaba el peligro. Era posible que la siniestra aparición, que había estado tan presente en sus sueños mientras estaba en la Casa de la Biología, continuara allí. Debía tener cuidado. Y, aunque pueda parecer extraño, Mike no tuvo miedo. Permaneció inmóvil, atento, forzando sus sentidos hasta el límite.

En ese estado de elevada conciencia, Mike estaba descu­briendo algo nuevo sobre sus habilidades. Aunque no veía ni oía nada que fuera anormal, sentía que allí había algo. Ex­perimentaba una profunda inquietud en el fondo de su alma;

era una sensación de peligro y advertencia a todo su ser, aunque...

Allí no había nada.

Lentamente, dio media vuelta y siguió andando por el ca­mino soleado, girando levemente la cabeza hacia un lado y hacia el otro, intentando oír cualquier ruido que se produjera a su espalda, en un esfuerzo por detectar anticipadamente cualquier anomalía. Mientras iba andando, conjeturaba sobre el enigma. «¿Qué podría ser? ¿Cómo era posible que exis­tiera una entidad tan oscura en una tierra que rezumaba tan­to amor y descubrimiento espiritual? ¿Por qué le perseguía? ¿Por qué ninguno de los ángeles había querido hablar de eso?» Era todo un misterio, pero Mike sentía que estaba pre­venido, y no permitiría que esa cosa abyecta y maligna se le tirase encima sorpresivamente, como ya lo había hecho la vez anterior. Permaneció alerta, con una constante sensación de peligro.

Mike caminó hasta bien entrada la tarde. Empezó a hacer­se de noche y la siguiente casa aún no estaba a la vista. Mike detuvo su enérgica marcha y se volvió para mirar el tramo de camino que ya había recorrido. Sacó el mapa, lentamente y sin dejar de vigilar con detenimiento la zona que estaba a su espalda, por si oía algo o detectaba algún movimiento. Le tranquilizó comprobar que su valioso mapa estaba funcionando de nuevo y le mostraba el «momento presente». En él estaba, como antes, el punto con la inscripción «Estás aquí», y justo en el borde de la pequeña área que lo rodeaba se encontraba la siguiente casa, exactamente al finalizar la curva. Mike son­rió para sí, guardó el mapa y reemprendió el camino.

Recorrer el trayecto hacia la siguiente casa le había lleva­do casi todo el día. Se dio cuenta de que las casas estaban situadas en lugares lo suficientemente apartados como para que quien quisiera llegar a ellas tuviera que hacer un esfuer­zo, pero sin necesidad de pasar una noche a la intemperie. Mike se alegró de ello; se sentía un poco cansado y sabía que no todo el cansancio que sentía era físico. El estado de alerta en el que había estado durante horas se había cobrado su cuo­ta de energía.

Durante el misterioso lapso de tiempo en que tiene lugar el ocaso, todo parece adquirir un tono cálido; en ese preciso mo­mento, mientras iba por la curva del camino, avistó la siguiente casa. Aunque el ambiente reflejaba los tonos naranja y rojo del día menguante, la casa, de estilo campestre, parecía reful­gir con un color violeta puro, sin que las tonalidades del entorno la afectasen en lo más mínimo. Mike se detuvo bo­quiabierto, pasmado. ¡Jamás había visto un color tan bonito! El violeta era intenso, sereno y vigoroso al mismo tiempo. Tuvo la sensación de que toda la estructura era traslúcida y, de al­gún modo, estaba iluminada desde el interior. Siguió andan­do al recordar que no era prudente detenerse mucho rato aun­que estuviera a una distancia relativamente corta del objetivo.

La vista del hermoso edificio fue sólo un preámbulo de lo que vino a continuación, porque cuando el ángel apareció en la puerta para darle la bienvenida, Mike se quedó sin habla. ¡Nunca había visto una criatura tan hermosa! Sintió que qui­zá debería arrodillarse por respeto a la visión que estaba ante él. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Alguien había aumentado la per­cepción de los colores en sus ojos? ¡No recordaba haber vis­to jamás un color así! Guardó un respetuoso silencio ante la visión, como un niño que contempla una puesta de sol por primera vez en su vida, preguntándose si había magia en ello. Y entonces, oyó la voz. ¡Qué voz!

Era suave, acariciadora, y parecía provenir de las entrañas de la tranquilidad, serenando hasta el aire que transportaba su vibración, ¡y era una voz inequívocamente femenina!

–¡Bienvenido, Michael Thomas de Propósito Puro! –dijo la serena voz–. Se te esperaba.

Mike estaba anonadado y no dijo nada. ¡Ni siquiera podía pensar con coherencia para que el ángel leyera su pensamien­to! Estaba mudo de asombro. Se dio cuenta de que hasta ha­bía dejado de respirar. Ella sonrió y continuó:

–Soy tan femenina como Verde, Michael. Los ángeles no tenemos sexo, pero poseemos todos los atributos de vuestros dos sexos biológicos. Mi voz y mi aspecto tienen el propósito de que te sientas más cómodo en esta casa.

Mike no entendió casi nada de lo que Violeta le estaba explicando. Ahora volvía a respirar con normalidad, pero no sabía qué decir. Lo intentó, turbado por el sonido graznante que acompañaba a sus palabras.

–¡Qué guapa eres! Sabía que su saludo, además de oírse como una serie de graznidos, era increíblemente estúpido. ¡Mira que decirle esa sandez a una entidad tan hermosa! Se sintió tan torpe como cuando, siendo un niño, por primera vez se vio ante una situa­ción en la que era necesario decirle algo inteligente a un adul­to, y no fue capaz de hacerlo. El estupor de Mike se debía, en parte, a la incongruencia que estaba contemplando. Frente a él estaba un enorme ser angélico que parecía todo un com­pendio de delicadeza femenina. Pero también se daba cuenta de que, en realidad, no había ninguna diferencia corporal en­tre Violeta y cualquiera de los otros ángeles. Todos eran enor­mes, y llevaban ropajes difusos y ondeantes –del color exac­to de sus respectivas casas– que ocultaban o disfrazaban toda condición. Pero, ¡este rostro! La cara de Violeta era induda­blemente femenina. Tenía la misma delicadeza que poseían los rostros de la madre y la abuela de Mike, y la belleza de una santa. Mike suspiró y lo intentó de nuevo.

–Por favor, perdóname... eh... Violeta.

En ese momento, pensó que estaba infringiendo las nor­mas de cortesía al dirigirse a ella con el nombre de su color, puesto que también era un nombre de mujer. Intentó expli­carse:

–No esperaba... quiero decir... no sabía que había ángeles de sexo femenino.

De nuevo, Mike se arrepintió de haber abierto la boca. ¡Qué estupidez acababa de decir! ¡Claro que había ángeles del sexo femenino! En casi todas las pinturas de ángeles que había visto, el ángel protagonista era de sexo femenino.

Violeta seguía allí, y él probó de nuevo:

–Lo que quiero decir es que... ninguno de los otros ánge­les... lo que quiero decir es que... parecían chicos... es decir, hombres... del sexo masculino.

A Mike le hubiera gustado rebobinar el episodio y empe­zar de nuevo. Había perdido momentáneamente tanto sus ha­bilidades para comunicarse como su elocuencia. Había fraca-

sado rotundamente en su intento de saludar apropiadamente a este ser. Suspiró de nuevo y simplemente se encogió de hom­bros. Violeta le sonrió.

–Te entiendo perfectamente, Michael Thomas. La mirada que le lanzó a Mike podría haber derretido su armadura. No se trataba de erotismo. El sentimiento era de un increíble amor, cuya esencia era pura y maternal. Eso era lo que había cogido a Mike por sorpresa. Era como si, súbita­mente, hubiera encontrado de nuevo a su madre; tenía la sen­sación de que estaba reuniéndose con la familia desaparecida hacía ya bastantes años, y todo esto acompañado de una im­presión de alegría e incredulidad.

¡Había pasado tanto tiempo desde la última vez que le ha­bían mirado de ese modo! Tuvo ganas de que le abrazaran cariñosamente, aunque enseguida se sintió ruborizado por te­ner tales pensamientos, ya que sabía que Violeta podía cap­tarlos. Ella continuó:

–Pronto te acostumbrarás, Michael. Hay motivos para que yo aparezca ante ti con este aspecto. No es el que suelo adop­tar ante todos los que recorren este camino, pero esta vez mi aspecto ha variado para ti.

Mike captó la idea. El aspecto y el comportamiento de Vio­leta eran para su beneficio. Aceptó el hecho, aunque se pre­guntó qué necesidad había de «ver» a un ángel maternal.

–¡Porque te lo has ganado! –respondió Violeta–. No todo lo que hay aquí es una lección, Michael. Mucho de esto se te proporciona en forma de dones para tu evolución. Aun­que solamente has pasado por tres casas, ya has destacado como uno de los seres humanos más especiales que han veni­do a visitamos.

Mike asimiló todo esto y, antes de que pudiera pensar qué decir para responder al cumplido, Violeta le pidió algo que él no olvidaría jamás.

–Michael Thomas de Propósito Puro, por favor, quítate los zapatos –le dijo suavemente.

Mike hizo lo que le pedía. Vio que en la puerta había un espacio destinado a colocar un par de zapatos, y puso los su­yos allí. Encajaron perfectamente.

–Michael, ¿quieres saber por qué te he pedido que hicie­ras esto? –le preguntó Violeta.

Michael meditó sobre ello.

–¿Porque el suelo del interior de la casa es sagrado? –Recordó a Moisés y el arbusto en llamas, así como el diá­logo de dicha historia.

–Si ése fuera el caso, entonces ¿por qué los otros ángeles no te pidieron lo mismo?

Mike siguió reflexionando sobre el tema, e hizo otra tenta­tiva.

–¿Se debe a que tú eres un ángel muy especial? Violeta se divertía con el juego y empezó a emitir risitas sofocadas. Mike se quedó perplejo. Supo que su respuesta no era la correcta.

–Pasa, por favor –le dijo Violeta dando media vuelta y entrando en la casa. Él la siguió, aunque molesto porque ha­bían dejado a medias la conversación. Por eso, mientras en­traban, le dijo:

–Violeta, explícame, ¿por qué me has pedido que me quite los zapatos?

–Serás tú quien me lo explique a antes de marcharte de aquí –respondió Violeta, y siguió guiándole.

A Michael no le gustaba cuando los ángeles le hacían es­perar para darle las respuestas, especialmente cuando le pe­dían tácitamente que las encontrara por sí mismo. «Demasia­do trabajo», pensó Michael.

–Ésa es la razón por la que estás aquí –le dijo Violeta mientras se adentraba más en el interior de la casa violeta. De nuevo, Mike se sintió tonto por tener esos pensamientos.

La casa violeta era muy simple, a diferencia de su anfitriona. Mike se dio cuenta de que, debido al asombro que le había causado la apariencia del nuevo ángel, se había despistado y no había leído el rótulo que definía a la casa.

–Violeta, ¿cómo se llama esta casa? –preguntó. Ella se detuvo y se volvió hacia él.

–Ésta es la Casa de la Responsabilidad, Michael Thomas. Violeta esperó la reacción de Michael con una bella expre­sión de expectación. Éste supo al instante que iba a tener pro­blemas.

–Ah –dijo casi inexpresivamente, sin reaccionar como Violeta quería.

Ella dio media vuelta y continuó con el recorrido.

Mike se empezó a preocupar desde el momento en que supo el nombre de la casa. Mentalmente, imaginó varios guio­nes sobre lo que sucedería durante su estancia allí. La palabra responsabilidad siempre había sido desagradable para él, en gran parte porque sus padres insistían mucho en el tema, por una cosa u otra. Sobre todo, empleaban la palabra en tono crítico. Años más tarde, Mike escuchó la misma cantinela de boca de las mujeres con las que salía, acompañada habitual­mente con algún tipo de queja sobre la actuación de Mike. «¿Por qué será que las mujeres siempre intentan "corregir­me"?», pensó. En ese momento tuvo un pensamiento horri­ble. Quizá Violeta tenía la apariencia de una mujer con el mismo propósito. «¿Dios envía a otra mujer para hacerme cambiar? ¿Y si Dios fuese una mujer? ¡Ésa sería una broma sumamente perversa!». Mike sonrió al pensar en los procesos de pensamiento que creaba su masculinidad humana; sabía con toda certeza que lo que estaba especulando no era la ver­dad. Dios no era ni masculino ni femenino. Con todo, a Mike le divertía crearse tales complicaciones mentales. ¿De qué se trataría la Casa de la Responsabilidad?

Violeta le estaba conduciendo por un laberinto de habita­ciones más bien pequeñas mientras se dirigían al lugar donde Mike iba a cenar.

–¿Qué hay ahí dentro? –inquirió éste al pasar ante una gran puerta de doble hoja.

–El teatro –respondió Violeta sin aflojar el paso. «¿Un teatro?» Los pensamientos de Mike corrían de prisa mientras iba siguiendo a Violeta. «¿Qué hace un teatro en un lugar angélico? ¿Va a tener lugar una representación?» Tuvo otra idea, más extraña aún: «¡Tal vez van a proyectar una pe­lícula!». Mike pensó que sería muy divertido que Violeta y él fueran juntos al cine al día siguiente. ¿Verían quizás una de las tantas películas populares que existían sobre ángeles? Ante la idea, casi se pone a reír en voz alta. A Violeta, que sabía exactamente lo que Mike estaba pensando, también le divir­tió mucho la ocurrencia, aunque por otras razones.

Finalmente, llegaron a su destino. El comedor y las zonas de alojamiento tenían un aspecto muy similar al de las otras casas. En el armario había zapatillas para Mike, así como ropa muy bonita de color violeta que, evidentemente, había sido confeccionada para que la llevara durante su estancia ahí.

Mike percibió el olor de la comida. Una vez más, le con­dujeron a un comedor donde había una apetitosa selección de alimentos. ¿Cómo podían saber, de un modo tan preciso, cuán­do iba a llegar? Y hablando de eso... Mike jamás había visto a nadie que preparase la comida o limpiase. Recordó el desas­tre que Verde y él habían dejado después de aquel episodio tan gracioso, y que los arándanos le habían teñido la piel de los dedos y las manchas habían tardado días en desaparecer. Como si de duendes se tratara, alguien llegaba, preparaba la comida y se marchaba, todo esto sin que nadie lo detectara. ¡ Vaya lugar!

Mike volvió la cabeza creyendo que Violeta se había mar­chado, tal como habían hecho los ángeles de las otras casas. Pero ella seguía allí.

–¿Es todo de tu gusto, Michael? –preguntó. Violeta era una criatura verdaderamente bella y a Mike le confortaban sus cualidades maternales.

–Sí, gracias. –Mike sintió ganas de hacerle una reveren­cia.

–Empezaremos por la mañana. Buenas noches, Michael Thomas de Propósito Puro –y una vez lo hubo dicho. Viole­ta salió de la habitación.

Esto era diferente. Verde había modificado el protocolo quedándose en el porche mientras Mike se marchaba de la Casa de la Biología. Y ahora. Violeta también lo había cam­biado. ¿Estaban los ángeles volviéndose más educados? ¿Es­taban adoptando las normas de etiqueta de los humanos? Aunque notó la diferencia, Mike decidió no hacer preguntas sobre el tema. Comió, se metió en la cama y se durmió al instante. Se sentía a salvo, arropado y querido. Al día siguiente empezaría otra aventura, y sabía que haría diversos descubri­mientos en las lecciones que Violeta iba a impartirle. Soñó con su infancia y con sus padres, y se sintió bien.

óóó

En el exterior de la casa, la siniestra, vil y escurridiza forma ya había establecido un puesto de vigilancia. Estaba observa­dora y, al mismo tiempo, indignada. Cuando Michael hubo salido de la casa verde y emprendido el camino hacia la si­guiente casa, Eso se había quedado atónito al observar los cambios que se habían producido en él. Su poder había au­mentado ¡y llevaba esas malditas armas! Inesperadamente, ¡Michael estaba tan alerta como un verdadero guerrero! Y, ade­más, ¡no tenía miedo! ¿Qué había sucedido en esa casa que le había transformado de ese modo? Eso estaba furioso, porque la oportunidad que había tenido de enfrentarse a Michael du­rante la tormenta había acabado en un rotundo fracaso.

eso empezó a urdir un plan mejor para atrapar al humano. Conjeturó que, si Michael quería ser un guerrero hábil, debe­ría haber elegido una ruta menos conocida en lugar de ir por un camino tan conocido. De esta manera, llegó a la conclu­sión de que Michael siempre seguiría el camino. Debía ha­cerlo, dado que no sabía dónde estaba la siguiente casa. Por consiguiente, dedujo Eso, la solución era adelantarse a su presa y esperarla para que cayera en una trampa. Si Eso hubiera tenido la capacidad de sonreír, lo hubiese hecho en ese mo­mento. No dormía, aunque tenía visiones de la muerte inmi­nente de Michael Thomas de Propósito Puro.

La mañana del día siguiente fue como todas. ¡Espléndida! El desayuno fue excelente, y Michael lo finalizó con un pastel de arándanos, que era su preferido, moviendo la cabeza con incredulidad ante la frescura y el maravilloso sabor de la co­mida.

«La comida no sabía tan bien cuando la llevaba entre los dedos de mis pies.» Mike rió a carcajadas al recordar la situa­ción, anárquica y divertida en la que Verde y él se habían enfrascado en el comedor de la última casa.

Justo en el momento en que acabó de vestirse con la ropa nueva que le habían proporcionado, llamaron a la puerta. «¿Es­tán llamando a la puerta? ¿Desde cuándo los ángeles llaman a la puerta?»

–Entra, por favor –dijo Mike cortésmente. Violeta parecía estar flotando. Mike le sonrió.

–Por favor, dale las gracias de mi parte a quien quiera que sea el responsable de este delicioso desayuno humano.

–De nada –dijo Violeta.

–¿Has sido tú?

–Todos nosotros –replicó–. No existimos por separado.

–Ya he oído eso antes. Algún día entenderé lo que quiere decir. Hasta entonces, gracias a todos vosotros –dijo Michael.

–¿Estás listo? –preguntó Violeta.

–Sí.

Violeta le guió por el mismo recorrido del día anterior, pero a la inversa. Esta vez, la puerta de doble hoja estaba abierta y, a través de ella, ¡entraron en un cine de color viole­ta, elegantemente amueblado! Mike se detuvo en medio de la sala sin poder creer lo que estaba viendo. Se quedó pasmado, y Violeta dejó escapar una risita.

Frente a ellos había una gigantesca pantalla de cine pano­rámica. Mike se fijó en que había un moderno proyector de películas en la parte posterior de la sala, así como una gran cantidad de rollos de película guardados en enormes cajas metálicas. ¡Había cientos de ellos! Al parecer, todo estaba a punto para empezar una proyección en cualquier momento.

–¿A que no lo adivinas, Michael Thomas? –preguntó Violeta–. ¡Vamos a ver películas juntos!

–¡Es increíble! –exclamó Mike–. Se trata de una bro­ma, ¿verdad?

Al oír este comentario. Violeta dejó de sonreír y miró se­riamente a Mike.

–Nada de eso, Michael. Nada de eso. Por favor, siéntate en la primera fila.

Violeta fue a la parte posterior de la sala y empezó a mani­pular los aparatos. Mike todavía estaba desconcertado ante la dicotomía que estaba observando. «Los ángeles no manejan proyectores de cine», pensó, «ni tienen teatros o cines en los lugares sagrados. ¡Qué extraño es todo esto!». No obstante, hizo lo que le pedían y se sentó en el centro de la primera fila. A diferencia de las salas de cine del lugar de donde venía, la primera fila de ese teatro estaba justo en medio de la sala. Mike también se fijó en otra cosa extraña: la butaca que esta­ba precisamente en la parte central de la primera fila era afelpada y estaba acolchada, a diferencia de las otras. Era como si la hubieran puesto allí para impresionar. Mike se sentó en la silla violeta aterciopelada, mirando a la gigantesca pantalla blanca.

–Violeta ¿qué película vamos a ver? –preguntó, un tan­to inquieto.

–Vamos a ver películas caseras, Michael –respondió ella, y siguió colocando el primer rollo sin levantar la vista. A Mike no le gustó en absoluto cómo sonó esa respuesta. Sintió que el estómago se le pegaba a las costillas. ¡Estaba experimen­tando otra vez esa sensación! Su nueva intuición estaba ha­ciendo horas extras, dándole a saber que lo que se avecinaba podía ser desagradable. Pensó que debía intentar tomárselo con humor. Preguntar, por ejemplo, si había palomitas. No tuvo la oportunidad de hacerlo; las luces menguaron de una manera muy profesional, y Mike oyó el ruido del proyector. La pantalla se iluminó. Los ojos de Mike quedaron atrapados por lo que vio. El corazón se le subió a la garganta desde la primera imagen.

La película inicial de ese día, lo mismo que todas las si­guientes, tenía la calidad de reproducción más perfecta que había visto en su vida. No presentaba el más mínimo parpa­deo, y la imagen estaba proyectada en tres dimensiones ¡ sin necesidad de ponerse las ridículas gafas especiales! El sonido era natural y provenía del lugar correspondiente en la enorme pantalla, incluso cuando los personajes se movían de un lado a otro. Al instante, Mike deseó que la película no fuese tan real. Estaba demasiado cerca, y la pantalla panorámica le im­plicaba en cada escena. Quiso cambiarse a una butaca poste­rior, pero no pudo.

¡Reflejado en la pantalla, ante Michael Thomas estaba Mi­chael Thomas! Si hubiera tenido que darle un título a esa pe­lícula casera, éste hubiese sido «Todas las cosas malas que me han sucedido en la vida».

La película empezaba con el niño Michael, ¡y era tan real! Su madre se veía muy joven, y su padre, muy guapo. Se sintió profundamente conmovido por el recuerdo de esos seres tan queridos. La proyección que se estaba verificando en ese tea­tro violeta hacía que cobraran vida en el bondadoso corazón de Mike. ¡Era como si realmente lo estuviese viviendo de nuevo! Cada suceso ocupaba un rollo completo, y era presen­tado sin editar, en tiempo real, tal como había ocurrido en la vida de Michael, sólo que saltando de una fuerte experiencia negativa a otra.

Los primeros rollos, en realidad, fueron divertidos. En las películas se veía a Mike a la edad de tres años, rubio y guapo, descubriendo el maquillaje de su madre. Mike había dejado el cuarto de baño hecho un desastre. Su madre, que le había pillado, estaba muy molesta, y por primera vez, le dio una zurra.

Mike, el adulto, sentado en la butaca, se sintió conmocionado al ver que estaba experimentando otra vez, en ese mo­mento, la dolorosa sensación de daño que le había causado esa primera zurra. ¡Le estaban forzando a vivir de nuevo las emociones de cada suceso! ¡Qué películas caseras ni que ocho cuartos! La proyección iba camino de convertirse en una pelí­cula de terror, a medida que Mike iba creciendo en ella. Se sentía como si le hubiesen atado a la vía y el tren de alta velo­cidad se estuviera acercando a toda máquina.

Proyectaron muchos acontecimientos de su infancia, y cada uno de ellos implicó a Mike en una realidad en la que no había vuelto a pensar desde hacía bastantes años. Por ejemplo, en uno de los episodios se le veía encerrado en el lavabo a los seis años. Recordó perfectamente cómo se sentía. Se ha­bía quedado encerrado, ¡pero no era culpa suya! Quién sabe cómo, el tirador había girado y estaba atascado. Su padre se vio obligado a venir desde las tierras de labranza para quitar las bisagras de la puerta, lo cual le hizo enfadar mucho, de modo que Mike recibió otra paliza. De nuevo, sintió la viola­ción de su confianza en ese suceso, ya remoto. ¡Él no había hecho nada malo! Su padre estaba muy enfadado y le había pegado con el cinturón de piel más ancho que tenía. El inciden­te había hecho perder a su padre un día de trabajo en el campo, interrumpiendo con ello la cosecha. Mike, el adulto, empezó a sentirse deprimido.

Los rollos se fueron proyectando uno tras otro. En otro episodio, Mike tenía diez años e iba en el autobús camino de la escuela, que estaba en la ciudad. Recordó la cara de Henry, el matón del colegio, que le atormentaba curso tras curso. Todos los niños parecían odiar a ese grandullón, pero no ha­cían nada en su contra porque le tenían miedo. Debido a que Mike era un granjero que venía de un pueblo que ostentaba el curioso nombre de Tierra Azul, los otros chicos se burlaban de él. Pero el abusón era implacable. La escuela tenía alum­nos que provenían de todo tipo de familias; pero en esos días en que la modernidad ya estaba instaurada, los granjeros eran una minoría. La ropa de Mike le delataba, porque se la con­feccionaba su madre. No tenía el mismo aspecto que la de los demás niños, y el abusón siempre estaba allí para recordárse­lo. El y los otros chicos se burlaban de la ropa de Mike, de su olor e incluso del estilo de vida de sus padres.

El proyector seguía funcionando y Mike vio en la película a un grupo de niños que le llamaban para que jugase con ellos. El se sentía contento. ¡Deseaba tanto su compañía! Entonces se dio cuenta, angustiado, de que el requerimiento era un tru­co: en lugar de incorporarlo al juego, él se convirtió en el juego. En un momento determinado, varios chicos le reduje­ron, mientras otro se colocaba a cuatro patas detrás de él. Luego, en el momento preciso, lo empujaron. Mike cayó hacia atrás sobre el chico que estaba a gatas. Todos los demás se rieron a carcajadas a sus expensas. Mike también se rió, in­tentando integrarse en la broma, pero le rechazaron y, cuando hubieron acabado, se marcharon dejándolo solo.

Eso fue doloroso. A Mike no le gustó verlo. ¿Qué de bue­no podía haber en ello? Empezaba a enfadarse al ver que es­taban exhibiendo su vida privada y presentándola de ese modo. Además, estaba el hecho de tener que vivir de nuevo aquellos acontecimientos ya lejanos. ¿No era suficiente haberlos vivi­do ya una vez?

Se proyectaron más películas. Ahora Mike tenía catorce años, y la escena estaba reviviendo el funesto día en que le acusaron de copiar, cuando no lo había hecho. Un alumno ha­bía cogido unos papeles del escritorio del profesor, y los había vuelto a poner en su sitio, pero con tan mala traza que el profesor se había dado cuenta del hecho. El responsable de la falta señaló a Mike, afirmando haberle visto coger los pa­peles. El profesor le creyó; después de todo, Mike era sola­mente un pobre granjero, que seguía vistiendo ropa rara, aun­que sus notas fueran excelentes. Le enviaron a su casa con una reprimenda y le expulsaron por ese día. Camino de su casa, en un autobús especial, Mike iba pensando en cómo iba a explicar todo el asunto a su madre y a su padre. Se relajó un poco, pensando que ellos le creerían. Pero no fue así, y de nuevo, sintió que estaba solo en la vida. Sabía que sus padres le querían, pero deseaba que le hubieran concedido el benefi­cio de la duda en el momento en que más lo necesitaba. Se sintió muy solo.

Mike llevaba horas sentado, pero el Mike de las películas todavía no había llegado a la edad adulta. Se preguntó cuánto tiempo más debería soportar ese castigo. Estaba lejos de sen­tir la espiritualidad de antes. ¡Lo que estaba experimentando era similar a una paliza! Las películas eran convincentemente exactas, y Mike no podía apartar de ellas ni los ojos ni la mente. Cada detalle, cada persona, cada voz, eran exactamente como habían sido. ¡El proceso era sorprendente, pero el tema que trataban era nefasto!

¡Había mucho que ver! Ahora, la película estaba repro­duciendo la época en que Mike empezaba a salir con chicas. A pesar de que en esa época ya le compraban la ropa en tien­das, su madre no entendía en absoluto de moda, y adquiría las prendas confeccionadas en variopintos materiales, haciendo desastrosas combinaciones. La chicas, tanto de la escuela como de la iglesia, encontraban guapo a Mike; pero un día, casual­mente las escuchó burlarse de su atuendo. ¡Se sintió abatido! A partir de esta experiencia, Mike, que entonces tenía dieci­séis años, empezó a ahorrar su asignación y a comprarse él mismo la ropa. Este hecho implicó un aumento de su auto­estima, porque Mike sabía que la ropa que escogía le sentaba muy bien. Se dedicó a conciencia a sacar partido a su aspecto, y siempre que iba a comprarse ropa se hacía acompañar por una chica conocida, o dos, que le ayudaban a elegir. ¡A las chicas les encantan estas cosas! ¡Imagínate, un chico a quien le gusta ir de tiendas! Ese fue el comienzo de su gran meta­morfosis: pasó de ser un adolescente de atuendo carnavalesco a ser un joven guapo y atractivo. Esto implicó un cambio en su personalidad, y Mike adquirió una mayor seguridad en sí mismo. Seguía teniendo buenas notas y participaba en mu­chas actividades escolares.

Pero entonces, sucedió: alguien, celoso del éxito de Mike, orquestó en su contra una campaña de desprestigio que le hizo perder las elecciones del colegio durante su año preuniver­sitario. Hicieron correr el rumor de que le habían pillado en el servicio de chicas haciendo obscenidades. Todos quisieron creer la calumnia; era muy sensacionalista, aunque totalmen­te falsa. Hubiera ganado las elecciones con suma facilidad, dado que ya había sido presidente de los alumnos en básica y en secundaria, pero el rumor fue devastador y Mike perdió estrepitosamente. Esto también le costó perder el cariño de Carol, la primera chica que había idolatrado en su vida. Ella no volvió a dirigirle la palabra.

Mike lamentó el suceso durante semanas, y se dio de baja de todas las actividades escolares. ¡Había sido tratado injus­tamente una vez más!

Todo esto estaba siendo proyectado –con pormenores y detalles– en la pantalla. Igual que los que le habían precedi­do, el suceso se desarrollaba en tiempo real, mostrando cada uno de los terribles aspectos de esa parte de su vida. Este incidente le había hecho cambiar entonces, y le seguía pesan­do incluso ahora que estaba sentado ante la pantalla, revi­viendo de nuevo su pasado.

Las películas siguieron proyectándose una tras otra. Llegó la hora de comer pero no le hicieron ningún ofrecimiento por­que, de alguna manera, el gran ángel que estaba al fondo de la sala sabía que Mike no tendría apetito. Y estaba en lo cierto. Cada vez que acababa una película, durante un rato se escu­chaba un sonido aleteante mientras la sala se quedaba a oscu­ras. Después había un incómodo silencio, que sólo rompía el ruido del equipo de proyección, cuando se accionaban las palancas y se pulsaban los interruptores. Ni Michael ni Viole­ta hablaban. Después, la pantalla cobraba vida de nuevo, re­flejando las peores situaciones de la vida de Mike. Mientras se iban proyectando las películas, él sabía que se acercaba el «acontecimiento crucial». Y por fin apareció allí, frente a él: el día en que murieron sus padres.

Mike sabía que no tenía por qué quedarse si realmente no quería hacerlo. Todos los ángeles le habían dicho que podía elegir. En ese preciso momento, quería salir corriendo. Men­talmente, expresó un ruego lo suficientemente «alto» como para que los ángeles pudieran oírlo: «¡Dios mío, por favor... no quiero volver a vivir esto! ¡Ya he tenido suficiente!».

De todas maneras, empezó la película, y Mike sintió como si lo arrollase un camión. Sentado en la butaca, no perdió el control ni rompió a llorar; esperaría a hacerlo más tarde, por la noche. Permaneció sentado estoicamente, mirando la pelí­cula de su vida avanzar en tiempo real. Volvió a vivir el mo­mento en que recibió la llamada telefónica, la conmoción, el funeral, el pesar y la tristeza; la subasta de la casa, del granero y de las tierras, así como la venta del equipamiento de granja de su padre, incluido el viejo tractor. Vivió otra vez la revi­sión de las pertenencias de su padre y de su madre, las fotos de tiempos mejores, los retratos de su boda, e incluso descu­brió algunas cartas que ambos intercambiaron cuando se ena­moraron.

Mike permaneció muy quieto, tratando de eludir sus senti­mientos. Había disciplinado su mente para erigir un muro entre él y sus emociones, pero mientras estaba sentado en la buta­ca, se sentía victimizado. Sintió las convulsiones involuntarias del dolor que intentaba manifestarse en oleadas, recorriendo todo su cuerpo. Ansiaba que su pena se expresara mediante una explosión de lágrimas y congoja. La presentación fue impecable, y su realismo, un verdadero suplicio. Ésta era la cosa más difícil que le habían pedido en toda su vida. Había sido el blanco de una broma de mal gusto, a través de todo lo que había estado viendo durante horas y horas. ¡En esa sala le estaban acosando y castigando! No era justo. ¿Cuál era la in­tención?

Cuando acabó el episodio de la muerte de sus padres, Mike suspiró aliviado; ya no podía haber nada peor que eso. Se sintió empequeñecido, fatigado, y estaba empapado en sudor. A pesar de todo, el tema se imponía, y siguió ahí, mirando. No podía dejar de hacerlo. ¡Era tan real!

Cuando vio a «Grillo» (era el apodo que le había puesto a Shirley) Mike supo que nuevamente iba a pasarlo mal. La siguiente historia que empezó a proyectarse era la de su últi­ma relación amorosa en Los Ángeles, y de su rápido deterio­ro. Mike se había volcado completamente en la relación, y en cambio. Grillo la había vivido muy a la ligera. La situación no implicaba ninguna muerte, aunque en realidad podía de­cirse que sí, ya que significó la muerte de su corazón. Una vez más, intentó endurecer su corazón mientras miraba las imágenes de la pantalla. ¡Qué buen aspecto tenía ella! ¡Qué memorable era su voz! El suceso era todavía muy reciente;

después de todo, había sido la causa de su depresión, de la falta de autovaloración y, consecuentemente, de acabar de­sempeñando un empleo de mala muerte. Mike lo vio todo y volvió a vivir los pormenores del segundo incidente más de­primente de su vida. Los episodios avanzaron hasta llegar al lugar donde Mike había trabajado cuando vivía en Los Ánge­les. Uno de los papeles más negativamente destacables lo te­nía el director de la oficina, a quien le gustaba ofender verbal­mente a sus subordinados. También salía el claustrofóbico cubículo donde Mike había trabajado de tan buena gana.

El pase de películas terminó a las cuatro en punto; las últi­mas escenas trataron sobre el allanamiento de morada y el atraco en su apartamento. La película acabó en la escena en la que le llevaban al hospital. Cuando la pantalla quedó en blan­co, Mike escuchó el sonido intermitente, provocado por un trozo de cuero que golpeaba ruidosamente contra la bobina, que indicaba que se había acabado el rollo. El ruido continuó, pero las luces siguieron apagadas. Mike se levantó y puso una mano a modo de visera para proteger sus ojos de la inten­sa luz del foco del proyector, intentando ver si Violeta seguía en el fondo de la sala. Pero no estaba allí. El final de la pelícu­la indicaba también que, por ese día, la lección había acaba­do. Mike estaba solo, tan solo como había estado en las pelí­culas.

El proyector continuó haciendo ruido mientras Mike salía de la sala. Hizo el recorrido hasta llegar a sus habitaciones. No sentía la necesidad de cenar. Estaba deprimido. Había sido golpeado emocionalmente, y cayó sobre la cama, sin desves­tirse siquiera. Violeta no apareció para darle las buenas no­ches. Mike sabía que el ángel le dejaba, sabiamente, a solas esa noche. Él no estaba de humor para charlar.

Mientras dormía, Michael siguió viendo las películas en sueños. Se repitió el episodio del matón, el de sus padres y el de Grillo. No le dejaban en paz. Finalmente, se abandonó y sollozó incontrolablemente en la almohada. Las imágenes de sus padres, tan vivas y vibrantes, sólo hacían que aumentar su pena. Ésa era la segunda vez que, en esa tierra sagrada, angé­lica y ungida, Michael se sentía totalmente solo y desconsola­do: víctima de la vida. ¡Ahora tenía las películas para consta­tarlo!

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Por la mañana se encontró mejor, aunque pensativo. Como tenía hambre, desayunó mucho. Seguía sintiéndose victimizado por la situación del día anterior, pero de alguna mane­ra se había convencido de que lo peor ya había pasado. Era fuerte y, a pesar de no comprender la necesidad de vivir todo eso, había tomado la firme resolución de no caer de nuevo en la oscuridad y la depresión. Fuera lo que fuera lo que le estu­viera deparando el día de hoy, debía de ser mejor.

Después de desayunar, Mike se vistió. Le habían propor­cionado ropa nueva, de color violeta, para reemplazar aquella con la que había dormido. Pronto estuvo listo. Violeta apareció en el umbral de la puerta, que estaba abierta, y permane­ció ahí en silencio, como dando tiempo a que Mike reaccio­nara y expresara cualquier cosa que necesitara decir, o para que la reprendiera por la dolorosa experiencia del día ante­rior. Michael sabía que estaba allí. Ella le miró un rato y final­mente dijo:

–Michael Thomas de Propósito Puro, ¿hay algo que de­sees decir o algo que quieras preguntar?

–Sí –Michael adoptó una actitud estoica–. ¿Quedan pe­lículas por ver?

–Sí –afirmó dulcemente Violeta.

–En ese caso, cuanto antes lo hagamos, mejor. –Michael se puso de pie y esperó a que ella empezara a andar.

Violeta estaba sorprendida. Las experiencias que el ángel había tenido con otros seres humanos en esa casa no se pare­cían en nada a ésa. Verde tenía razón, este ser humano era especial. Era probable que llegara a conseguirlo. Era posible que estuviera entre los pocos que consiguen recorrer todo el camino. Ella nunca había visto tanta determinación, ni un cam­bio vibratorio tan rápido. Eso le hacía sentir que la parte de entrenamiento que le correspondía impartir era especial, y por ese motivo quería muchísimo a Mike. Violeta dio media vuelta y le condujo otra vez al teatro.

Mike ya sabía lo que tenía que hacer. Se sentó en la gran butaca acolchada de color violeta que estaba en la primera fila, como un prisionero sentado en la silla eléctrica esperando que la electricidad empezara a fluir. En este caso, lo que esperaba era que las luces menguaran y empezara la película. Mike estaba resuelto, y tenía propósito y determinación. Nada podría impedirle llegar al hogar. ¡Nada!

De nuevo, su vida se desarrolló ante él en forma de pelícu­la, empezando por su infancia. En esta ocasión el tema fue distinto, y él se dio cuenta enseguida. Lo tituló «Todas las cosas malas que he hecho en mi vida». Los episodios de su infancia fueron divertidos, y Mike se rió a carcajadas de mu­chos de ellos. Reír le hacía sentirse bien, aunque todavía te­nía las costillas doloridas de tanto llorar la noche anterior.

A medida que fue aumentando su edad en las películas, algunas de las cosas que había hecho, que eran exhibidas con lujo de detalles, empezaron a avergonzarle. Seguramente Vio­leta conocía los hechos, pero él no quería vivirlos otra vez. Se deslizó hacia abajo en su butaca mientras se representaban. Se encogió y se sintió incómodo.

En la película tenía diez años y se encontraba en la iglesia, burlándose del pastor y pasando notas que contenían dibujos obscenos y tontos sobre las partes íntimas del cuerpo. Él y sus compañeros de la Escuela Dominical pensaban que era muy divertido dibujar esas cosas, que posteriormente metían en los sobres destinados a los billetes; una vez hecho esto, los depositaban en la canasta para el cepillo. Reían y reían imagi­nando la cara que pondrían «las del pelo azul», las mujeres mayores que abrían los sobres y contaban el dinero que se había recaudado ese día.

En otra película, Mike tenía doce años. Era un domingo por la mañana y sus padres habían ido a la iglesia. Salió a hurtadillas y puso en marcha el tractor de su padre. Había fingido estar enfermo y por eso le permitieron quedarse en casa. El tractor se puso en marcha, pero Mike no sabía cómo hacer que se moviera; lo intentó accionando todas las palan­cas y pisando los pedales, pero no lo consiguió. El problema era que no sabía conducir con transmisión manual; había creído que el tractor tenía transmisión automática, como la del co­che familiar, en la que solamente había dos pedales: uno para acelerar y otro para frenar. De pronto, se oyó un ruido estrepi­toso, que duró un buen rato. Mike había finalizado su aventu­ra con el tractor estropeándole la transmisión.

Cuando su padre descubrió la avería, fue a hablar con él y le pidió que le dijera la verdad:

–Mike, ¿has intentado poner en marcha el tractor y con­ducirlo?

–No, padre –mintió.

Mike se avergonzó por ello entonces y también ahora. De alguna manera, su padre lo sabía, y Mike lo captó en su mira­da. Ésa fue una de las ocasiones que le enseñaron a Mike lo que se sentía al quebrantar la integridad de la familia. No era una sensación agradable, y recordaría el hecho durante el res­to de su vida. La factura de la reparación fue cuantiosa, y Mike fue consciente, por primera vez, de lo que su impruden­cia le había costado a sus padres. Después del suceso, duran­te semanas solamente comieron alubias y carne de cerdo en conserva, intentando recuperarse del gasto imprevisto. Cada vez que se sentaba a la mesa, Mike veía los resultados de su insensatez, y durante un tiempo «saboreó», literalmente, su mentira. Ahora lo experimentaba de nuevo, a todo color y en formato tridimensional. Se hundió todavía más en la butaca. ¡Parecía tan real!

A medida que Mike iba creciendo en edad y estatura, se iba volviendo más fuerte. En el sistema escolar de entonces, muchos estudiantes eran transferidos de una escuela a otra, a la que asistían durante el tiempo que la familia vivía en el mismo distrito. Así fue cómo Henry, el «matón» de la escuela primaria de Mike, se trasladó con todos los demás. Aunque la escuela primaria era un panorama, el «abusón» dejó de ser importante cuando llegó al bachillerato. Los cuerpos de ma­yoría de los otros chicos habían alcanzado ya el nivel de desa­rrollo precoz del matón, y el campo de juego de los adoles­centes estaba más nivelado. Henry, el abusón, no iba bien en la escuela y apenas se las arregló para poder terminar. Michael aprovechó cada ventaja que tuvo para hacerle imposible la vida escolar. Utilizaba su estatura y popularidad como un instrumento de intimidación, a menudo mofándose de él perso­nalmente o amenazando con hacerle daño.

En el último año de bachillerato, Mike usó el poder que tenía como presidente del curso para excluir al ex gorila de todas las actividades y diversiones beneficiosas que podía ofrecerle la escuela. Manejó su influencia como lo haría un profesional y, de este modo, el rufián de antaño se vio privado de todos los eventos y actividades gratificantes y divertidos que se llevaron a cabo (desde negarle la entrada a los bailes organizados en el colegio, hasta boicotear su acceso a las asig­naturas optativas para las que tuviera aptitudes). Mike nunca comentó con nadie lo que estaba haciendo, pero le encantaba emplearse a fondo para estropearle los años de bachillerato. Aunque Henry sabía lo que estaba sucediendo, no podía ha­cer nada por evitarlo. Más adelante pudo vengarse, pero Mike no lo supo hasta el momento en que, sentado en la butaca, miraba en la película cómo se desarrollaban los hechos. ¡Ha­bía sido Henry quien había orquestado la difamación contra Mike en el último año del instituto! Él inició con éxito los dañinos rumores que anularon las posibilidades de Michael de ser presidente de su clase.

Posteriormente, en la vida real, Mike se enteró de que Henry, siendo adulto, se había vuelto un auténtico matón y que estaba en la cárcel. A menudo se preguntaba si las cosas habrían evolucionado de otro modo si hubiera dejado en paz a Henry en sus años de bachillerato. Mike se sentía avergon­zado por lo que había hecho, mientras iba viendo de nuevo cómo se desarrollaron los acontecimientos.

Mike se estaba empezando a sentir un cretino. Ésta era una película larga sobre las cosas malas que había hecho en la pubertad y en la adolescencia y lo poco ético que había sido en ese período de su vida. ¡Quizás hasta había estropeado las oportunidades en la vida de ese hombre! Mike se sintió real­mente empequeñecido. Siguió viendo la película.

Durante el último año del instituto, Mike había hecho tram­pa en un examen. Sus notas eran altas en promedio, pero te­ma problemas con Historia. Él echaba la culpa al profesor, porque era aburrido. Lo que hizo fue copiar el examen con antelación, valiéndose de la copia de una llave a la que el año anterior había tenido acceso por ser el presidente de su clase. Mike pensaba que, de algún modo, se trataba de un caso de justicia poética, y recordaba vivamente que ya le habían «cas­tigado» por la infracción que estaba cometiendo ahora. Se refería a aquella vez que en la escuela primaria le acusaron de haber copiado, siendo inocente. Así que, en su mente, el acto estaba justificado.

La cosa se puso más fea. El destino quiso que el profesor sospechara de la mejora repentina de Mike, y le acusara de hacer exactamente lo que había hecho. Mike, usando su carismática personalidad y apelando a las buenas notas obtenidas en otras clases, así como a la reputación que le precedía, cues­tionó al profesor ante la administración del colegio. Con esto consiguió que sancionaran al maestro, sanción que quedó con­signada en su expediente y que posiblemente sería un obs­táculo para que obtuviera ascensos. Mike no supo esto último hasta ese mismo momento, sentado en la gran butaca acol­chada.

«¡Maldición! Esto duele. Si ser tratado injustamente por la vida ya es bastante desagradable, peor es verse uno mismo mintiendo y haciendo trampa.» Mike no quería ver más epi­sodios sobre el tema, y deseó que la proyección acabara en ese mismo momento.

Así fue. En realidad, ya quedaba muy poco, prácticamente nada, para que Mike se viera como adulto. Toda su vida había cambiado con la muerte de sus padres. Le había hecho crecer rápidamente y despertado en él la sólida integridad que aho­ra, siendo adulto, reivindicaba. Era como si llevara el nombre de la familia escrito en la frente, y con él el arduo trabajo de sus padres. Mike dio un profundo suspiro de alivio al escu­char el ruido intermitente de la guía del rollo golpeando en la bobina. El proyector se paró y las luces se encendieron gradual­mente; Violeta fue a su encuentro desde el fondo de la sala.

–Michael, ven conmigo, por favor –le dijo con mucha suavidad.

Sin decir nada, Mike hizo lo que le pedía, y al ponerse de pie, se sintió fatigado. ¡Había pasado allí tantas horas! Espe­raba no tener que volver a ver eso nunca más, y detestaba el lugar donde habían pasado las películas sobre su vida. Mien­tras lo conducían fuera de la sala, se volvió para mirar hacia la parte posterior de ésta, donde estaba el proyector. Esperaba ver decenas de rollos apilados por todas partes, porque ha­bían sido dos días enteros de proyección. Pero no había nada: la sala estaba limpia y despejada.

Violeta era el ser más bueno que Mike había conocido ja­más. No es que fuera mejor que Azul, Naranja, o incluso, que Verde, su compinche angélico. Ella era diferente. Cada uno de los ángeles tenía cualidades entrañables que Michael ado­raba. Este ángel, en concreto, emanaba cariño e interés. ¡Mike quería permanecer allí y vivir bajo el paraguas de su paz maternopatemal! Era una sensación maravillosa sentarse frente a ella y escucharla hablar. Todo era fantástico cuando ella es­taba allí. Mike no había olvidado esa sensación; se dio cuenta de que era la misma que tenía cuando era un niño y no tenía responsabilidades. Por lo tanto, era muy adecuado que a Vio­leta se le hubiera asignado la Casa de la Responsabilidad, porque allí ella representaba al progenitor, y Mike era de nue­vo el niño. Sentía una liberación de la vida.

Violeta condujo a Mike a una gran sala. En otra situación, hubiese dicho que se trataba de una sala de conferencias, pero en este caso sólo había dos sillas. En una de las paredes había una especie de tablero, y las otras paredes estaban llenas de símbolos y grafismos.

En las otras casas, los ángeles no solían permanecer senta­dos mucho rato. A diferencia de los humanos, no se cansaban ni necesitaban dormir, y tampoco necesitaban sentarse. So­lían hacerlo sólo para que el ser humano que estaba con ellos se sintiera cómodo, como en este caso. Con elegancia, Viole­ta tomó asiento frente a Michael y dijo:

–Michael Thomas de Propósito Puro ¿cómo te sientes?

Iniciaba la conversación con una pregunta que podía per­mitir que Mike diera salida a los sentimientos que le había despertado el reciente pase de las películas. Él lo hizo, y ade­más, añadió algo que había estado pensando durante la noche anterior.

–Querida Violeta. –Mike realmente quena a ese gran ángel, tan considerado. –Sé que el causar dolor, sufrimiento, duda o miedo no concuerda con tu conciencia angélica, pero al proyectar esas películas has provocado todos esos senti­mientos en mí. Sé que debes tener una buena razón para haberlo hecho. Me preguntas que cómo me siento... –Mike hizo una pausa y caviló un rato, intentando ser totalmente honesto respecto de las emociones que había experimentado durante esos últimos días–. Me siento violado... –volvió a hacer una pausa–, fatal, victimizado, afligido por mis pro­pios errores, culpable por lo que hice y enfadado por lo que otros me hicieron a mí. Me siento hundido en la tristeza por el pesar que me causaron circunstancias que escapaban a mi con­trol, y además, apaleado, introspectivo.

Mike siguió descargando su corazón con Violeta. Un cora­zón que ya casi no contenía emociones, porque lo había ex­primido la noche anterior. Intentaba explicar a Violeta, lo mejor que podía, lo que su parte humana estaba sintiendo. Las pala­bras siguieron fluyendo, y entonces Mike empezó a repetirse, pero el ángel le dejó seguir. Su catarsis empezaba a reducir su tensión. Se había expresado a sí mismo, se había quejado de todo, y después había vuelto a quejarse. En ningún momento preguntó por qué era necesario que mirara las películas. Intui­tivamente, supo que Violeta le dejaría saber la razón. Y esta­ba en lo cierto.

Al acabar, sintió necesidad de beber agua, y entonces vio que se la habían proporcionado, aunque no supo cómo. Bebió un sorbo e hizo un gesto a su silenciosa acompañante, hacién­dole saber de este modo que ya había acabado su discurso. Violeta se puso de pie y, amablemente, empezó a darle una explicación.

–Michael –dijo, y miró en lo más profundo del alma de Mike, con una cariñosa intensidad que él supo que provenía de la mente de Dios–. Como ser humano en entrenamiento para regresar al hogar, ésta es la última vez que experimenta­rás cualquiera de estos sentimientos.

Le dejó reflexionar un instante mientras se levantaba e iba hacia una pared en apariencia lisa y sin adornos. Tiró hacia abajo de la especie de pliego de papel que estaba enrollado en la pared, cerca del techo, para extenderlo. A Mike le recordó los mapas de las aulas, que son desplegables y cuando ya no se necesitan, se enrollan para dejar libre la pizarra. El pliego de papel tenía un cuadro con algo escrito con los mismos ca­racteres de apariencia árabe que Mike había visto en las eti­quetas de la Casa de los Mapas. No pudo descifrarlos.

–Estoy aquí para explicarte que tú y las otras personas que aparecen en tu vida planeasteis cuidadosamente el poten­cial de todo lo que has visto en el Teatro de la Vida durante estos dos últimos días.

Mike dejó que las palabras calaran en él. En realidad, no podía entender cómo era posible tal cosa.

–¿Planeado? –preguntó.

–Sí.

–No puede ser. Hubo accidentes, coincidencias, cosas que simplemente sucedieron, miles de factores que creó el azar. Mike hizo una pausa.

–Tú lo planeaste junto con los demás, Michael.

–¿Cómo?

–Michael Thomas, ya sabes que eres un ser eterno. Estás aquí buscando el permiso y el entrenamiento para regresar al hogar, un lugar de sacralidad donde intuyes que habrá res­puestas, paz y propósito, según tu propia definición. Hasta ahora era un secreto para ti, pero ahora ya sabes que has esta­do en la Tierra en muchas ocasiones, y te has manifestado a través del cuerpo de muchos seres humanos, de diferentes tipos y tamaños. Esta vez eres Michael Thomas.

Mike conocía la teoría sobre las vidas anteriores, pero ahora se la estaba confirmando alguien que gozaba de toda su con­fianza, así que la aceptó y se maravilló ante la idea.

–Cuando no estás en la Tierra –continuó Violeta– las lecciones para tu próxima encarnación las planea para ti la única persona que sabe lo que necesitas: ¡Tú! Tú y los otros establecéis los potenciales para tu aprendizaje. Algunas de estas personas estuvieron de acuerdo en pincharte e impulsarte. ¡Otras acordaron incordiarte durante años! Algunos pactaron darte su compañía y, sí, Michael, otros acordaron morir pre­maturamente para facilitar tanto tus necesidades como las suyas.

Mike se sintió abrumado por la información que estaba re­cibiendo, y preguntó:

–Violeta, entonces, mis padres... ¿Ellos sabían que...?

–Además de que todos vosotros lo sabíais, con ello ha­béis tenido el regalo más grande de vuestra vida.

Los ojos de Violeta eran los más compasivos que Michael había visto. ¡Cuántas cosas sabía de él! Estaba dispuesta a explicárselo; esperaba sus emociones y estaba preparada para responder a cualquier pregunta. Era sorprendente.

–Esto es complejo, Michael –continuó Violeta–. Cada encarnación de un ser humano está vinculada a las de todos los demás, y guarda una relación con ellos. Hay contratos que se redactan incluso antes de llegar, que establecen los poten­ciales de aprendizaje y evolución. Puedes ser la espina de otra persona, así como una perla de gran valor. Las situaciones que llamas accidentes y coincidencias están planeadas con esmero.

–Eso suena a predestinación –señaló Mike.

–Nada de eso. En todo tienes opciones para elegir. Se ha creado el camino, pero puedes elegir recorrerlo o no, o crear uno nuevo si así lo deseas –el ángel hizo una pausa para dar efecto a sus palabras–. Eso es exactamente lo que estás ha­ciendo ahora –sonrió y continuó–: Cuando expresaste tu intención de recorrer este camino, te deshiciste del contrato que habías hecho con los otros. Fuiste más allá de lo munda­no que habías planeado que podía suceder para facilitar las lecciones normales, y en cambio decidiste ir en busca del oro, Michael Thomas. Ahora has conseguido verlo y entiendes la perspectiva general.

–¿Cuál ha sido la razón de ser de las películas. Violeta?

Mike tenía que preguntarlo.

–Permitirte contemplar cada aspecto aparentemente ne­gativo de tu vida, Michael, y hacerte comprender que tú ayu­daste a crearlos y a planificarlos, y que los llevaste a cabo justo como estaba programado. Dicho de otro modo, eres res­ponsable de ello.

Mike se quedó atónito al pensar en esto. Seguía sin com­prender la dinámica.

–¿Y si quería cambiarlo, Violeta? ¿Cómo es posible que haya elegido tener tantos problemas y tragedias? Violeta estaba preparada para responder.

–Cuando no estás aquí, Michael, tienes la mente de Dios. De momento, esto es algo que está oculto para ti, pero es así. La muerte y las circunstancias emocionales son energía para Dios. Tú eres eterno, y las idas y venidas de los seres huma­nos están destinadas a un propósito más elevado de lo que te imaginas, y que comprenderás de nuevo algún día, cuando adoptes la forma que yo tengo. Por ahora, basta con que com­prendas que lo que llamas tragedia, aunque sea horrible para ti en tu mentalidad actual, puede ser el catalizador del cambio planetario y del incremento vibratorio, además de ser un don incalculable. Lo importante es la perspectiva de conjunto y no el acontecimiento en sí mismo. Sé que suena confuso, pero es así –Violeta hizo una pausa para dejar que Mike reflexio­nara sobre todo ello. Luego continuó–: En cuanto a querer cambiarlo, siempre tuviste esa opción y esa oportunidad, pero ese hecho también está velado para la mayoría de los seres humanos. Todo esto forma parte del examen de la vida, Mi­chael. Míralo de este modo: cuando dejes este lugar, tu ten­dencia natural será seguir el camino. El camino es la vía más natural. Es fácil, y no tienes que pensar mucho en hacia dón­de te diriges. Ya existe, mostrándote el camino, así que no hay razón para no seguirlo. La verdad es que en esta tierra de las siete casas, el camino siempre va en la misma dirección, aunque serpentee un poco. Por lo tanto, podrías llegar más pronto a cada casa si simplemente fueras en esa dirección, sin ir por el camino. Si lo haces, probablemente descubrirás cosas nuevas y maravillosas a lo largo del trayecto. En la vida humana ocurre lo mismo. El camino representa tu plan po­tencial con otras personas. Aunque serpentea, siempre te lle­va en la misma dirección, hacia el futuro. La mayoría de los seres humanos van por el camino y nunca se dan cuenta de que tienen la opción de no seguirlo, si así lo desean. Cuando un ser humano deja de ir por el camino, las cosas cambian para él o ella, especialmente su futuro. Tan pronto como ex­presa el propósito de salirse del camino, realmente empieza a escribir un nuevo futuro. Encuentra la paz al ser capaz de controlar mejor su vida; experimenta lo que es tener inten­ción. A algunos de estos seres humanos los recibimos aquí, Michael.

Violeta sonrió con intención, y Michael le hizo la siguien­te pregunta:

–¿Qué hay respecto a la Casa de la Responsabilidad?

–Es el lugar donde aprendes que tú, Michael Thomas de Propósito Puro, eres el responsable directo de todo lo que sucede en tu vida: la tristeza, la aflicción, lo que en apariencia son accidentes, la pérdida, el dolor, lo que otros te hacen, y sí, incluso, de la muerte. Lo sabías cuando llegaste, ayudaste a planificarlo todo junto con los demás, y lo has protagonizado hasta ahora.

–¿Y cuál es el propósito de tal cosa?

–El amor, Michael. El amor en su nivel más elevado. El plan sublime es algo que conocerás a su debido tiempo. Por ahora, entiende sólo que todo esto es lo apropiado y forma parte de una visión de conjunto del amor que ya conoces y en la que estás participando en este preciso momento. Las cosas no siempre son lo que parecen.

Las palabras resonaron en los oídos de Michael. «Las co­sas no siempre son lo que parecen...» Ésas fueron las palabras que le dijo el primer ángel, el que se presentó ante él en la visión posterior al atraco. A lo largo del viaje, había escucha­do la misma frase de boca de los otros ángeles. Mike se deva­naba los sesos pensando en estos nuevos conceptos. De pron­to, recordó las palabras de Azul en la Casa de los Mapas: «Estás viendo los contratos de todos los seres humanos que están en el planeta». Dentro de aquellas pequeñas cavidades, que Azul controlaba (había millones de ellas) estaban los pla­nes potenciales de toda la humanidad, planificados por cada individuo y listos para ser modificados si los humanos así lo deseaban.

Súbitamente, el verdadero mensaje de todo esto golpeó la mente de Mike como un martillo. ¡Si lo hubiera sabido cuan­do era joven! Habría podido entender mucho más acerca de la vida. Podría haber cambiado su futuro. Podría haber encon­trado la paz al tener esa visión de conjunto. Las muertes, el amor perdido, la depresión. ¡Cuánta esperanza y sabiduría podría haberle aportado esta información! Le asombraba pen­sar que existía la opción de cambiar su vida. Violeta tenía razón. Mike había seguido la trayectoria de su vida como si fuera un camino, dejando que las cosas se desarrollaran de acuerdo a lo que...¿había planeado? Era un concepto difícil de asimilar. Significaba que él era responsable de todo lo que le había ocurrido. Esto le daba una perspectiva totalmente nueva a todo. ¡Podría haber usado esa información! Su vida habría sido muy diferente. Pero nadie de la iglesia le había explicado esto. Amaba a Dios y siempre había percibido el carácter sagrado de ese lugar, pero siempre le habían dicho que él era una oveja que seguía a un pastor. Ningún maestro espiritual le había dicho que él tenía este poder.

–Escucha, Violeta, si esto es tal como dices, ¿por qué en la iglesia no me enseñaron nada al respecto?

–La iglesia no te lo explicará todo, Michael. A veces te enseña muchas cosas sobre los seres humanos y su concep­ción de Dios.

Violeta no estaba criticando ni juzgando a ningún ser hu­mano. Simplemente, era objetiva y veraz.

–Entonces, ¿la iglesia estaba equivocada?

–Michael, la verdad sigue siendo la verdad, y hay frag­mentos y partes de ella en todos vuestros sistemas espirituales. Todos vosotros sois honrados por buscar la verdad de Dios. El amor, los milagros y los mecanismos del modo como funcionan las cosas están representados, en cierto grado, en vues­tros lugares de culto. Esa es la razón por la que sentías el espíritu de Dios cuando ibas allí, Michael. El espíritu honra la búsqueda, incluso cuando no se conocen todos los hechos. Recuerda que tu verdadera existencia te está velada, incluso ahora, mientras escuchas la verdad. Tu iglesia y a todas las búsquedas espirituales que hay en vuestro planeta, son honra­das porque representan la búsqueda de Dios y de la verdad espiritual. Lo único triste es que cuando los seres humanos controlan esta búsqueda y la limitan para evitar que se poten­cie y escape a su control, aíslan mediante el miedo a aquellos que están bajo su potestad. El honor reside en la búsqueda, y no en lo que habéis montado a su alrededor. Por lo tanto, el carácter sagrado de vuestro planeta reside dentro de quienes lo habitan y no en los edificios llenos de chapiteles –Violeta se acercó al gráfico que había desenrollado anteriormente y prosiguió–: ¿Crees que vuestras sagradas escrituras son sa­gradas? Mira esto –dijo, señalando el escrito críptico que se veía en el pliego de papel–. Éste es el registro akásico de la humanidad. Contiene los registros de vuestras vidas y de vues­tros contratos potenciales –hizo una pausa reverencial–. Michael, éste es el escrito más sagrado que existe en el Uni­verso, y fue redactado y ejecutado por aquellos que decidie­ron emprender el viaje ¡como seres humanos!

Por primera vez en bastante rato, miró directamente a Michael, a quien no le había pasado desapercibido el mensa­je. De pronto, se dio cuenta de que la actitud del ángel de­notaba un respeto hacia él. ¡Un respeto espiritual! Que los papeles se estuvieran invirtiendo resultaba sorprendente e in­cómodo para Mike. Deseaba saber más sobre el tema, y ella le dio la información.

Los días subsecuentes que Mike pasó en la Casa de la Res­ponsabilidad fueron pasmosos por la profundidad del mensa­je de vida y humanidad que contuvieron. No solamente apren­dió más acerca de quién era él, sino también acerca de quién había sido. Todo fue encajando como un rompecabezas de inmensas proporciones. Violeta le mostró los registros y contratos de sus padres y los de las otras personas que formaban parte de lo que había sido su vida hasta ahora. No había reci­bido nada que no fuera apropiado, y no consiguió ver nada que pudiera cambiar lo que iba a suceder, pero una amplia perspectiva de su propia existencia empezaba a tomar forma.

¿Cuál fue la información más asombrosa? ¡Que los huma­nos eran, en realidad, partes de Dios, que habitaban el planeta sin tener conocimiento de este hecho para llevar a cabo un proceso de aprendizaje que, de algún modo, cambiaba los aspectos espirituales y la vibración de la Tierra misma!

Violeta se refería continuamente a los seres humanos como «los elevados». Los seres humanos eran entidades que cam­biarían la estructura de la realidad; cambiarían todo lo que sucediera a gran escala, y todo eso estaba centrado en las lec­ciones aprendidas en la Tierra, ¡lecciones que habían planea­do todos juntos!

Finalmente, llegó la hora de partir. Mike se sentía transfor­mado en una nueva criatura. Sus conocimientos respecto a cómo funcionan las cosas en realidad se habían centuplicado. Lo había retenido todo y sentía como si la verdad le hubiera otorgado más poder. Mientras se ponía el atuendo de comba­te para emprender el viaje hacia la siguiente casa, las palabras de Naranja resonaron en sus oídos. «La espada de la verdad... el escudo del conocimiento... la armadura de la conciencia...» Las cosas estaban empezando a encajar de una manera que, espiritualmente, tenía mucho sentido. Reconoció que las ar­mas eran ceremoniales y tenían un propósito. Gran parte del lenguaje había sido repetido, explicado y, finalmente, estaba siendo comprendido.

Violeta condujo a Michael hasta la puerta principal de la casa y le dijo:

–Michael Thomas de Propósito Puro, te echaré de me­nos.

–Violeta, ¡siento como si estuviera dejando mi propio ho­gar, y no dirigiéndome a él!

Mike se había sentido bien atendido ahí, y Violeta se había convertido en un miembro de su familia. Primero, había conocido a tres buenos hermanos angélicos, y ahora, a una ma­dre angélica. «¿Qué vendrá a continuación?», se preguntó.

–Más familia, Michael –respondió Violeta a los pensa­mientos de Mike.

Ya en la puerta, Mike vio que sus zapatos seguían exacta­mente donde los había dejado. Esto le hizo recordar que tenía una pregunta pendiente de respuesta respecto de ellos. Miró los zapatos y luego a Violeta.

–Todavía no hemos acabado, Violeta –dijo Mike. Quería que le aclarase por qué le había pedido que se qui­tara los zapatos.

–Sí, Michael, lo recuerdo. Ahora, serás quien me dé la respuesta –le dijo sonriendo el ángel, y esperó pacientemen­te. Mike la sabía, pero le incomodaba contestar. Le parecía demasiado presuntuoso, demasiado pretencioso–. Dilo, Mi­chael –le instó Violeta, desempeñando de nuevo su papel de maestra.

–Porque el ser humano es sagrado... –Ya estaba dicho. Prosiguió–: Y porque en esta casa los humanos pasan a una vibración más elevada.

Violeta suspiró, visiblemente conmovida.

–No podía esperar menos de tu respuesta, Michael Tho­mas de Propósito Puro –dijo–. Es, en efecto, la presencia del ser humano, y no la del ángel, lo que hace que este lugar sea sagrado. Michael, en verdad eres un ser humano muy es­pecial. ¡Honro al Dios que está dentro de ti! Y ahora, tengo que hacerte otra pregunta. –Mike ya sabía cuál era, pero de todas maneras dejó que Violeta la formulara. –Michael, ¿amas a Dios?

–Sí, Violeta –Mike estaba empezando a llorar. No tenía miedo de que Violeta supiera el estado emocional en que se encontraba. Lamentaba dejar ese lugar de color violeta, en donde había reencontrado una energía que creía perdida des­de hacía mucho tiempo, desde que sus padres murieron. Se alejó unos cuantos pasos y luego se volvió hacia el ángel–. Yo también te echaré de menos. Violeta –le dijo–, pero siem­pre estarás en mi corazón.

Mike echó a andar por el camino que conducía a la si­guiente casa. De nuevo, se volvió para decir algo más al án­gel, que le observaba.

–¡Violeta! ¡Mírame!

Con un estilo teatral y haciendo movimientos pueriles, Michael Thomas dejó el sendero con gran determinación, y empezó a andar resueltamente por el llano cubierto de hierba exuberante. Miró hacia atrás y gritó:

–¡Mira, he decidido crear mi propio camino! Mike rió con la metáfora que estaba creando. Saltó a lo largo de la inexplorada topografía, y llegó el momento en que ya no divisó la casa violeta.

Violeta siguió observando a Mike hasta que quedó fuera del alcance de su vista. Estaba orgullosa, como una madre, de ese gran ser llamado Michael Thomas. Después, entró de nue­vo en la casa y cerró la puerta. Volvió a adoptar su forma original, que no era como la humana pero, no obstante, era magnífica. Y habló a los demás:

–Si éste es un ejemplo de la nueva raza de seres huma­nos, ¡realmente estamos en un viaje espiritual frenético!

óóó

Poco menos de quinientos metros más adelante, una repug­nante criatura se había colocado en su puesto de espera. Ha­bía preparado cuidadosamente la emboscada, y pensaba que Michael Thomas no percibiría la trampa que le esperaba. Eso sabía que Mike ya había salido de la casa y estaba de nuevo en camino. Podía sentirlo. ¡Eso estaba entusiasmado! «Ya no te queda mucho tiempo», pensó. «Cuando Michael Thomas esté buscándome detrás suyo, yo le atacaré por delante. ¡Ni se enterará de qué lo ha golpeado!». El inmundo ser rió sofocadamente por lo listo que se estaba volviendo desde que estaba en ese país de hadas. En cualquier momento...

La espera fue larga. Michael Thomas ya no seguía el cami­no que había esperado.

PARA CONTINUAR LA LECTURA IR A: 09-LA QUINTA CASA.

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