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domingo, 14 de octubre de 2007

07. La Tercera Casa

Antes de entrar en la tercera casa, Mike se detuvo en el sen­dero para leer un letrero que había en el césped; era del mis­mo color que la casa y tenía una inscripción: «Casa de la Biología». La casa era de un solo color, como las anteriores. Su estructura era de estilo campestre, y el color era un hermo­so tono verde amarillo brillante, que parecía fundirse con las tonalidades naturales de la exuberante hierba y de los árboles. Toda la gama estaba matizada por la tenue luz del crepúsculo. Mike sabía que estaba a punto de conocer a otro ángel que, indudablemente, se haría amigo suyo. Hizo un balance de lo que había ocurrido en las dos casas anteriores y supuso, acer­tadamente, que ambas habían estado orientadas a la prepara­ción. De esta forma le habían ayudado a capacitarse para rea­lizar el viaje. Se encontraba al inicio del entrenamiento y la sustancia. «Después de todo por lo que he pasado, esto tiene que ser más fácil», pensó.

Cuando se aproximó a la casa,- un enorme ángel verde sa­lió al porche a recibirle, le miró mientras se acercaba y le saludó con la invariable frase:

–¡Bienvenido, Michael Thomas de Propósito Puro! Este ángel, al que Michael llamó automáticamente Verde, parecía ser muy alegre y especialmente bondadoso. Mike intuía que todos los ángeles tenían una gran vena humorística, que en Verde parecía estar especialmente potenciada, ya que son­reía constantemente. El ángel miró a Mike y le guiñó un ojo mientras decía:

–¡Bonita espada!

–Buenas noches. Verde –saludó Mike ignorando el comentario acerca de la espada, mientras pensaba: «Apuesto a que lo ha dicho para que me sienta mejor, pues llevo a cuestas algo que creo está fuera de lugar en esta búsqueda espiritual».

–¡Nanay! –respondió el ángel, leyendo los pensamien­tos de Mike–. No todas las espadas son tan espléndidas como la que llevas. Sé de lo que estoy hablando, pues he visto mu­chas.

–¿Y qué es lo que la hace diferente? –preguntó Mike.

–Nosotros te dimos un apelativo por una razón, Michael. Tu propósito es realmente puro y tu corazón literalmente re­suena acompasado con tu búsqueda. Por lo tanto, tus instru­mentos reflejan algo que todos los que son como yo pueden ver. Pasa, por favor.

Mike siguió a Verde y entró en la casa, donde continuó la charla.

–¿Eso me hace diferente... especial... mejor?

–¡Hace que tu potencial sea enorme, Michael! Recuerda que, como ser humano, tienes elección. Nosotros nunca cla­sificamos a los seres humanos ni los dividimos en categorías. Lo que hacemos es ver a cada uno de vosotros como un nivel de potencial energético.

–¿Potencial para qué?

–¡Para el cambio! –exclamó Verde.

–¿Por qué?

Verde se detuvo y se volvió hacia Mike. Acababan de pa­sar por varias habitaciones pequeñas, de color verde, y en ese momento se encontraban en la entrada de lo que parecían ser los aposentos temporales de Mike. El ángel habló en tono suave, con un enorme sentido de la paciencia y del honor ha­cia el ser humano que tenía frente a él.

–¿Por qué estás aquí, Michael Thomas?

–Para hacer posible mi regreso al hogar –afirmó Mike al instante, con franqueza.

–¿Y qué debes hacer para conseguir que eso sea posible? El ángel estaba propiciando una oportunidad para que Mike definiera su situación actual.

–¿Recorrer el camino de las siete casas?

–¿Y...? –dijo Verde, presionando todavía más.

–¿Convertirme en un ser dimensional diferente? Con esa respuesta, Mike estaba repitiendo, tímidamente y como un loro, lo que recordaba que Naranja le había explica­do. Verde sonrió de oreja a oreja y dijo:

–Al final, Michael, el del Propósito Puro, comprenderás realmente algunas de las palabras y conceptos de los que aho­ra haces eco. Naranja te ha explicado eso que acabas de decir­me, ¿verdad?

Mike supo que le había descubierto.

–Sí, eso fue lo que me dijo y, para ser sincero, aún no sé qué significa.

–Ya lo sé –dijo el enorme ser verde, pensativo–. Y vuel­vo a preguntarte... ¿Qué vas a hacer para llegar al hogar?

–¡Cambiar! –afirmó Mike triunfalmente.

–¿Por qué? –preguntó Verde.

Ahora, la pregunta estaba cerrando un círculo, y Mike se encontró con que tenía que responder a su propia pregunta.

–¿Porque no puedo ir ahí a menos que cambie? –res­pondió Mike socarronamente.

–¡Exacto! El viaje a casa consta de varias etapas, mi hu­mano amigo. Primero, está el propósito de ir. Luego, viene la preparación. Esto siempre implica el descubrimiento de uno mismo y la comprensión de que los cambios que debes expe­rimentar son necesarios para conseguir llegar a tu objetivo. Tú ya estás sintiendo eso. Y, finalmente, debes estudiar cómo funcionan las cosas para que seas capaz de sentirte a gusto con la perspectiva de conjunto. Abrir la puerta final, que tie­ne la inscripción «hogar», es como una graduación, Michael. ¡No existe nada parecido!

Esta era realmente la primera vez que un ángel habla­ba sobre la culminación del viaje y la puerta final. Mike es­taba muy emocionado.

–Explícame más sobre qué puedo esperar. Verde. Eso era lo que más le interesaba a Mike: el objetivo final, y qué le esperaba cuando abriera esa puerta.

–Tú mismo definiste esas cosas al hacer tu petición al inicio –respondió Verde.

–¿Y cuándo ocurrió eso? –Mike no podía recordarlo.

–Cuando por primera vez pediste hacer este viaje –con­testó Verde.

De repente, Mike recordó la conversación que había desen­cadenado todo el proceso, con aquel personaje enorme, blan­co y sin rostro que le pidió una descripción del lugar que lla­maba el hogar.

–¿Lo sabías? –preguntó Mike, conmocionado.

–Todos nosotros formamos parte de una familia, Michael. –Verde se deslizó dentro de la habitación donde Mike iba a hospedarse, y comentó–: Todo esto debe resultarte familiar.

Mike miró a su alrededor. El ambiente era muy parecido al de las otras casas, además de ser extremadamente favorable al sueño y al descanso. Percibió el olor de la comida que ya i estaba preparada en la habitación contigua,

El ángel señaló el armario y dijo:

–Esta vez también puedes contar con ropa para ti, Michael. De pronto, Mike fue consciente de que su aspecto debía de ser horrible: sus ropas desgarradas estaban llenas de sangre y fango secos, producto de la tormenta que acababa de pasar y que había amenazado su vida. Miró hacia la zona que Verde había señalado. ¡En efecto, la ropa estaba allí! Miró con ma­yor detenimiento y vio que era ropa de viaje de buena calidad, exactamente de su talla. También había una espléndida túnica verde. Se volvió hacia Verde para preguntarle cómo se había enterado de la talla que usaba, pero no lo vio por ningún sitio. Mike sonrió para sí y habló en voz alta, sabiendo que Verde podía oírle:

–Buenas noches, mi angélico y verde amigo. Te veré por la mañana.

Mike cenó y durmió profundamente esa noche, hasta las cinco de la mañana. A esa hora tuvo una pesadilla: en sueños, volvió a ver a la horrible y siniestra cosa, que se acercaba a él durante el lapso de indefensión al que estuvo expuesto a cau­sa de la tormenta, y volvió a sentir la advertencia de que ésta amenazaba su vida. Esto le aterrorizó. Se despertó sobresal­tado y bañado en sudor. ¡Y Verde estaba allí, junto a su cama!

–¿Estás preparado? –le preguntó.

–¿Es que vosotros nunca dormís? –preguntó Mike frotán­dose los ojos.

–¡Claro que no!

–¡Pero si todavía está oscuro afuera! –Mike aún se sen­tía fatigado a causa de la terrorífica pesadilla y porque, al pa­recer, le faltaban horas de sueño.

–En la Casa de la Biología tenemos esta costumbre, Mi­chael Thomas. –Verde sonrió de nuevo y permaneció de pie allí– Estaré aquí cada mañana a las cinco y media para em­pezar las lecciones. Antes de que hayamos terminado la ins­trucción, ya habrás entendido todo lo referente a los patrones del sueño y la energía biológica... y las pesadillas.

–¿Conoces mis sueños? –interrogó Mike, asombrado.

–Michael, sigues sin darte cuenta de nuestra conexión contigo. Lo sabemos todo de ti, ¡y honramos enormemente tu proceso!

Verde retrocedió unos cuantos pasos para alejarse de la cama y le hizo ademanes a Mike para que se pusiera en mar­cha. Éste se sintió un tanto incómodo.

–Verde, estoy desnudo.

–Así es como vas a empezar tus lecciones, Michael. No seas tímido. Ponte la túnica verde que está en el armario.

Mike hizo lo que se le pedía y luego se dirigió a la habita­ción contigua para disfrutar de su desayuno. ¡Verde se com­portaba como un perro obsequioso! Se sentó con Mike y ob­servó todo lo que éste iba comiendo, aunque sin decir nada. Era la primera vez que un maestro angélico tenía para con él este tipo de atención. Había algo que era diferente a las casas anteriores.

Después de comer, Verde condujo a Mike a una zona espe­cial para la enseñanza. Las otras casas en las que había estado eran enormes, con grandes habitaciones y altos techos; en cambio, en ésta, todas las habitaciones eran pequeñas. La ma­yor parte de la enseñanza tenía lugar en una sola de ellas. Verde empezó a impartir su instrucción en ese preciso instan­te. Le pidió a Mike que se quitara la túnica.

–Michael Thomas de Propósito Puro, señala tu ilumina­ción.

–No te entiendo –dijo Mike.

–¿Dónde está tu Propósito Puro? ¿Dónde está tu amor? ¿Dónde está esa parte de ti que conoce a Dios? –Verde tenía un objetivo y continuó–: Adelántate un poco, y ahora señala la parte de tu organismo donde residen tales atributos.

Mike no tuvo que devanarse los sesos. Ahora comprendía que Verde, que no era humano, quería que le mostrase en dónde residían esos valores.

–Algunos están aquí... –dijo Mike señalando su fren­te– y otros están aquí –dijo, poniendo la palma de su mano sobre el pecho–. Esos son los sitios en donde siento eso que me estás preguntando.

–¡Incorrecto! –afirmó Verde en voz alta sobresaltando a Mike–. ¿Quieres probar de nuevo?

Pausadamente, Mike empezó a hacer un recorrido por su cuerpo, preguntando a Verde si lo que buscaba podría estar en tal o cual parte, mientras iba señalando. Cada vez, Verde daba una respuesta negativa.

–Verde, me doy por vencido –dijo Mike exasperado, des­pués de haber señalado casi todas las partes de su cuerpo–. ¿Dónde está?

–Déjame que te cuente un chiste, Michael Thomas. Des­pués volverás a intentarlo.

Mike pensó que la situación era muy singular. Estaba allí vestido sólo con una túnica, con un ángel verde, en una tierra que realmente no existía en su vida anterior, y encima, ¡el ángel iba a contarle un chiste! ¿Quién lo diría? ¿Es que no era ése un sitio serio, o qué pasaba?

–Había una vez un hombre que se sentía muy iluminado –comenzó Verde, disfrutando de cada momento con la ex­periencia de contar una historia divertida–. Cuando sintió que había alcanzado un buen nivel de iluminación para conti­nuar su viaje, paró un taxi.

Verde sonrió de oreja a oreja e hizo una pausa, observando la reacción de Michael ante el hecho de que un ángel conociera la palabra «taxi». Mike no le dio a Verde la satisfacción de expresar la sorpresa que éste buscaba obtener, reprimien­do su espontáneo deseo de reír. En cambio, esbozó una leve sonrisa afectada. No obstante, Verde continuó su narración:

–Cuando el hombre paró el taxi, metió la cabeza por la ventanilla y le dijo al conductor: «¡Estoy listo, vámonos!». El conductor, reaccionando a la orden que se le daba, arrancó enseguida ¡llevándose únicamente la cabeza del hombre!

Verde se divertía mucho con su historia, y miró de nuevo a Mike para ver cómo reaccionaba. Éste no mostró expresión alguna; miró a Verde, ladeó la cabeza e hizo una mueca en la que se leía: «¿Bueno, y...?»

–¡Bendito sea el hombre que coloca todo su cuerpo en el taxi antes de anunciar que está listo para irse!

Verde estaba muy satisfecho de su historia, a pesar de la reacción de Michael, evidentemente contenida, y se regocijó complacido con el silencio que siguió a su narración.

–No dejes tu trabajo –declaró Mike, conteniendo a pe­nas el deseo de reír a carcajadas por las ocurrencias del gra­cioso ángel–. ¿Qué es lo que quieres dar a entender exacta­mente con tu historia, Verde?

–Michael Thomas de Propósito Puro, todas y cada una de las células de tu cuerpo humano encierran una conciencia que conoce a Dios. Por lo tanto, cada célula tiene el potencial para la iluminación, el amor y la búsqueda del cambio vibra­torio. Permíteme que te lo demuestre aquí mismo.

Y diciendo esto. Verde hizo algo que conmocionó a Mike, consternándole. Se le acercó rápidamente, y con un ágil mo­vimiento, ¡le dio un tremendo pisotón en un dedo del pie!

–¡Aaaay! –aulló Mike, indignado por semejante abuso de confianza–. ¿De qué va esto?

Mike sintió el dedo dolorosamente palpitante. Lo agarró e intentó aliviarlo, como cualquier otro ser humano en su situa­ción, dando saltitos mientras lo hacía.

–¡ Eso me ha dolido! –le gritó a Verde, mientras veía que el dedo se volvía rojo y luego violáceo–. ¡Me ha dolido mu­cho! ¡Creo que me lo has roto!

–¿Qué es lo que te duele, Michael? –le preguntó Verde de manera despreocupada mientras le miraba moverse por toda la habitación, haciendo muecas de dolor a cada salto que daba.

–¡El dedo! ¡Eres un sádico de color verde limón! –Mike no sabía lo que estaba diciendo, pero estaba furioso.

Verde no se dio por aludido ante el arranque de cólera de Mike y se acercó a él.

–¡No te me acerques! –gritó Mike, extendiendo los bra­zos en actitud defensiva–. ¡No quiero otra demostración de masaje de pies al estilo angélico, ni quiero saber nada del concepto que tienes acerca de la terapia podal! ¡No se te ocu­rra acercarte!

–¿A qué le he hecho daño, Michael? –preguntó Verde de nuevo, y añadió–: No es a tu dedo.

–¿Cómo que no? –exclamó Mike incrédulo, mientras se sentaba en el suelo en la postura del loto, tratando de no caer mientras se soplaba el dedo–. Entonces, dígame, su Gracio­sa Majestad Verdosa, ¿a qué le ha hecho daño? –Mike era mordaz, pero el ángel no le hizo caso.

–A nosotros, Michael –declaró Verde–. Cada célula de tu cuerpo está sintiendo en este momento tu malestar. Dilo, Michael. Di: «Nos han hecho daño»,

Mike repitió sin mucho entusiasmo:

–Nos han hecho daño.

–¿Me das permiso para realizar una curación? –preguntó Verde.

–Sí. –Mike mostró verdadero interés.

–Entonces, declara el permiso –pidió Verde.

–Te doy permiso para que me cures el dedo –dijo Mike.

–¡Incorrecto! –señaló Verde en voz alta.

Esta vez, Mike no necesitaba un mapa para no equivocar­se, y lo intentó de nuevo.

–Te doy permiso para que... –hizo una pausa– nos cures. Verde no estuvo satisfecho con la respuesta e inquirió otra vez:

–Michael, da tu permiso para poder realizar la acción, no me des permiso a mí para que lo haga.

Mike reflexionó sobre esto y volvió a formular la frase:

–Doy mi permiso para esta curación. Nos han hecho daño y todos nosotros nos beneficiaremos de esta curación.

–¡Así es! –gritó Verde entusiasmado mientras aplaudía con regocijo–. ¡Lo has corregido, Michael Thomas de Pro­pósito Puro! ¡Acabas de curar tu dedo!

A Mike dejó de punzarle el dedo casi instantáneamente. El color cambió del rojo a un saludable rosado, y todo su cuerpo se sintió aliviado del dolor. Verde se acercó a él, y esta vez Mike no le dijo que no lo hiciera.

–Michael, ¿sabes lo que acaba de suceder? –la voz de Verde era suave y amable.

–Creo que sí, pero necesito que me lo expliques. Se sentía fatigado a causa de la lección; el dolor le había dejado exhausto. Verde continuó:

–Nunca más te causaré dolor, querido amigo. Te lo pro­meto. De ahora en adelante, aprenderás de otras experiencias y no del dolor. Lo que acabas de aprender es que el dolor de una de las partes afecta a todas las demás. Es una experiencia comunitaria. ¿Verdad que ahora te sientes cansado? Si esta experiencia sólo implicara a tu dedo, ¿cómo es que toda tu cara reflejaba el efecto? ¿Por qué se manifestaba en ella la cólera? ¿Ha sido tu dedo quien me ha gritado? ¡No! ¡Ha sido todo tu cuerpo el que me ha gritado! Tu dedo ha sentido el dolor, pero todas las partes de tu yo han participado. El dedo ha sido la fuente del problema, pero te aseguro que todas las células sabían lo que ocurría. Lo mismo sucede con la ale­gría, el placer, la pasión, y el orgullo interno de la verdad. Cada célula lo siente todo y posee el conocimiento de la tota­lidad –Verde hizo una pausa para dar realce a su exposi­ción–. Esto también sucede con la iluminación y la búsque­da espirituales.

–Entonces dime, ¿en dónde se encuentra exactamente mi iluminación, Verde? –Esta vez, Mike buscaba una respuesta directa, sin bromas ni pisotones en los dedos.

–Reside equitativamente en todas y cada una de las célu­las de tu cuerpo, Michael Thomas. Cada célula posee una conciencia de la totalidad. Cada célula lo conoce absolutamente todo acerca de las demás. Cada una de ellas participa en la vibración del ser humano al completo –Verde calló un mo­mento y se sentó frente a Mike, enfatizando–: El tiempo que pases aquí estará destinado al aprendizaje de las característi­cas del incremento vibratorio. Antes de empezar, debes acep­tarte a ti mismo como un conjunto de células que lo saben todo, y no como un conjunto de partes.

–Creo que puedo hacerlo –dijo Mike con una firme in­tención.

–Yo también lo creo. –Verde sonrió de oreja a oreja y se puso de pie–. ¿Estás listo?

Todavía resentido por la experiencia del dedo, Mike sintió que se ponía de pie de modo involuntario al tiempo que repli­caba:

–Sí, señor.

Dedicaron las horas siguientes a la enseñanza de anatomía humana y salud. No era una clase de medicina, sino recomen­daciones para un estilo de vida natural, así como la aplicación práctica para tener buena salud. ¡Parecía un torrente continuo de profunda información sobre cada tema! Qué comer, cómo tener energía, cuándo hacer ejercicio y por qué. Y también, cómo saber cuál es el momento adecuado para hacerlo. A lo largo de todas las lecciones. Verde ponía especial interés en que Mike entendiera el concepto de «nosotros» de ser. Éste empezó a sentir como si no se le permitiera tener partes, y Verde estuvo de acuerdo con él.

Mike durmió sumamente bien esa noche y ya no tuvo más pesadillas. Por la mañana. Verde estaba de nuevo junto a su cama, y después le acompañó a desayunar, sin dejar de obser­varle. Esta vez, el ángel empezó a explicarle cada uno de los tipos de alimento que estaba comiendo. A Verde no parecía importarle lo que Mike ingería de la magnífica selección de alimentos, pero pasó revista a cada grupo de ellos, mientras Mike masticaba intentando memorizar todo lo que le iba di­ciendo.

En los días siguientes, Mike inició un programa de ejercicios. En determinados días, Verde le pedía que se ataviara con su atuendo de combate, para que no se le olvidara cómo se sentía al llevarlo. Ésos fueron los días en que Mike dis­frutó más. Hasta ese momento no había sido consciente de cuánto echaba de menos su espada, su escudo y su armadura. Se los ciñó y se maravilló otra vez de lo bien que se acopla­ban a su persona.

Verde le instruyó sobre nutrición, plantas, hierbas medi­cinales y cómo el cuerpo se equilibraba de una forma natural. Mike se maravilló al saber cómo trabajan unidas las células, como si «supieran» algo que él ignoraba. ¡Todo era tan fas­cinante! Verde le explicó también que existía una sutil polari­dad magnética para cada órgano y para cada célula. Todas las células «sabían» lo que era eso, y trabajaban por sí mismas para conseguir el equilibrio perfecto. Al haber equilibrio, cada célula podía rejuvenecerse a sí misma perfectamente, y Mike aprendió cómo el cuerpo se renueva de modo constante. Fi­nalmente, le hizo a Verde una extraña pregunta.

–Al parecer, mis células... quiero decir, nosotros, somos muy inteligentes cuando se trata de equilibrar la biología. ¿Cómo es que, al parecer, no sé absolutamente nada de este proceso? ¿Puedo contribuir de algún modo a la situación? Mi mente no posee el conocimiento que poseen las células res­pecto de todo esto. ¿Dónde entro yo, como Mike?

–¡Es extraño que me preguntes eso, Michael Thomas de Propósito Puro!

Verde enfatizó la última parte de la frase, y Mike supo lo que venía a continuación.

–Tu cuerpo solamente necesita que lo honres con una ali­mentación adecuada y con un buen conocimiento del medio ambiente –continuó explicando Verde–. También requiere que le proporciones un mantenimiento. Él hará el resto. Hasta ahora, has aprendido cómo hacer que se sienta a gusto, cómo alimentarlo adecuadamente y ejercitarlo físicamente. Tus sis­temas están satisfechos y ocupados sin que tú tengas que ha­cer nada más. Ha llegado el momento de que comprendas la prueba del espíritu, porque tienes que proporcionar a tu cuerpo algo que nunca podría obtener por sí mismo. ¿Sabes a qué me refiero?

Mike pensó que lo sabía.

–Sí, lo sé, Verde.

Mike se sentía más sano que nunca. Ya no se avergonzaba de su desnudez, especialmente cuando estaba con Verde, a quien le admiraban los cambios graduales que se iban dando en el aspecto de Mike, y así se lo hizo saber. Verde era como un padre amoroso y, a la vez, como un entrenador de catego­ría internacional.

–Ha llegado el momento de hacer una elección –soltó Mike.

Verde casi explota de júbilo:

–¡Nunca antes un ser humano se había dado cuenta de eso en tan poco tiempo!

Mike comprendió que finalmente había dicho algo que era acertado, y se asombró por la reacción de Verde. La angélica presencia salió disparada y recorrió la habitación, mostrando por primera vez su habilidad para desafiar a la gravedad y cambiar de forma. Mike podía haberse asustado si no hubiese visto que la exhibición era exclusivamente en su honor. Cuan­do Verde se calmó, se acercó a Mike y se puso delante de él. Había adoptado nuevamente su verde aspecto angélico, aun­que seguía con los ojos muy abiertos por la alegría. Sonrió y dijo:

–Michael Thomas de Propósito Puro, ¿cuál es tu elec­ción?

–He decidido usar los nuevos dones del Espíritu y au­mentar mi vibración.

De nuevo, Mike supo que había hablado acertadamente. Verde retrocedió unos pasos, como si quisiera dejar sitio a la creciente sabiduría de Mike, para que ésta aumentara, envol­viéndole. El ángel estaba visiblemente impresionado.

–¡Así será en este día, Michael Thomas! –exclamó Ver­de–. Has acertado. Lo que tus células no pueden hacer es usar la parte de Dios que llevas contigo, que tiene el poder de optar por iluminarse a sí misma. Solamente tu espíritu puede hacer esto, y aunque sólo tu espíritu puede hacer la elección, cada célula sabrá que has dado permiso. Así como cuando te lastimé el dedo, tu espíritu lo supo, cuando solicites una vi­bración más elevada, tu dedo también lo sabrá. En este preci­so momento se está manifestando en ti la conciencia del no­sotros, Michael. Todas las células saben cuál es tu intención. Es hora de descansar.

Había sido un gran día, y Mike empezaba a sentir que ya estaba entendiendo más sobre temas espirituales. Evidente­mente, lo que había hecho era muy especial. De camino al dormitorio. Verde le comentó a Mike que había expresado la intención de alcanzar un propósito sagrado: el primero de muchos que tendría que pedir. Cada vez que fuera apropiado para pasar a otro nivel, la biología tendría que estar equilibra­da, y también debía contar con el permiso para hacerlo. Verde estaba orgulloso de Mike y le trataba con más respeto de lo habitual. Cuando llegó a la puerta del dormitorio, el ángel le pidió que se volviera de nuevo hacia él.

–Michael Thomas de Propósito Puro. Lo habitual es que desaparezca ahora y vuelva por la mañana. Ya conoces la ru­tina. Estoy aquí para decirte que te quiero muchísimo. Los atributos de un cambio vibracional tienen consecuencias que debes conocer y a las que tienes que acostumbrarte. Te dije que nunca más te haría daño, y lo cumpliré. Todo lo que suce­da a partir de ahora se desarrollará al ritmo que tú controles. Cualquier dolor que sientas provendrá de ti. Nada volverá a ser lo mismo para ti. Esta noche te meterás en la cama siendo un ser humano de una clase determinada, pero mañana ya serás otro, con todas las pruebas y propiedades que comporta un cambio vibratorio.

Verde miró a Mike durante largo rato, y éste sintió el ex­traordinario sentimiento del honor que el ángel le profesaba. Mike sabía que esto era diferente. Anhelaba pedirle a Verde que se lo explicara. ¿Qué es diferente? ¿Lo sabré mañana? ¿Cuál será la lección de mañana? ¡Explícamelo ahora!

Mike no verbalizó ninguna de estas preguntas, y Verde fin­gió que no había oído a Mike. Dio media vuelta y salió lentamente de la habitación. Éste era un modo de proceder inusual en él. Se notaba que algo estaba cambiando, y Mike percibía una amenaza en ello. Habló en voz alta dirigiéndose a las paredes:

–Supongo que tengo que esperar algo bastante drástico para poder atravesar el velo que conduce al hogar.

Mike se sentó en la cama. «Tal vez tenga que convertirme en ángel antes de llegar allí. ¡Podría volverme de un color especial!». Mike casi rió al imaginarse esto, y como otras ve­ces, esperó oír una réplica de alguno de los ángeles que le estaban escuchando. Pero sólo hubo silencio. Algo en su in­terior ya estaba empezando a cambiar. Sintió una vibración en la boca del estómago, y también escalofríos. Sabía que debía meterse en la cama.

Mike no durmió bien esa noche. La pasó casi en vela, de­seando que ya fueran las cinco y media, pues se dio cuenta de que necesitaba a Verde y de que le echaba de menos. Pronto fue presa de la inseguridad. Cada vez que se quedaba dormi­do, tenía el mismo sueño: Eso estaba allí, mirándole feroz­mente. Y, cada vez, ¡la horrible cosa le pillaba y le destruía! Cuando Eso ya le estaba descuartizando, despertaba bañado en sudor y lleno de ansiedad, escuchando sus propios alari­dos, que al despertar cesaban bruscamente. Luego reinaba el más absoluto silencio. Cuando volvía a dormirse, tenía el mis­mo sueño. ¿Cuántas veces podrían matarle? ¿Cinco? ¿Seis? La situación parecía interminable. Su muerte se repetía una y otra vez, cada una de ellas con una ligera variante. En cada ocasión, el sueño era más real. Finalmente, no pudo soportar­lo más y empezó a sollozar. Lo hizo durante un buen rato, siendo consciente de que estaba vaciando toda su alma sobre la almohada. ¡No recordaba haber experimentado en toda su vida una aflicción tan profunda! Ni siquiera la muerte de sus padres había provocado en él tal depuración emocional. Llo­ró ruidosamente, y su llanto se convirtió en lamentos. Mike había perdido el control.

Lloró por sí mismo y por sus padres, y lloró también por el amor perdido y por las oportunidades perdidas. Sentía que Eso lo había matado, así que finalmente lloró por su propia muerte. Estaba trastornado por el pesar, y era incapaz de con­trolar los estremecimientos de su cuerpo, el cual trataba de detectar nuevas zonas de dolor para profundizar en ellas y poder reaccionar.

Por fin pudo dormir unas cuantas horas, ya que había que­dado extremadamente exhausto. Algo iba mal; casi no había luz. ¿Dónde estaba Verde? ¿Por qué le habían dejado dormir tanto? Mike se levantó y al instante sintió dolor en los múscu­los abdominales debido a la crispación de sus intestinos a causa del llanto convulsivo de la noche anterior. Se llevó las manos a un costado.

–¡Caramba, sí que lo estamos pasando mal! –oyó que le decía a su propio cuerpo.

Mike fue a la habitación que estaba habilitada como co­medor. No había ni rastro de comida. Se puso su túnica verde y empezó a buscar al ángel. Notó que las habitaciones que ya le eran familiares habían empezado a adquirir un tono verde marronoso. ¿O se trataba simplemente de un efecto de la luz? Y hablando de luz, parecía que había un fallo en el suminis­tro. ¿Dónde estaba Verde? ¿Qué estaba ocurriendo?

–¡Verde! ¿Dónde estás?

No hubo respuesta.

Mike recorrió la casa, pero no encontró al ángel por nin­gún lado. Finalmente, hambriento y cansado, fue a la habita­ción donde Verde le había dado clases muchas veces, y se sentó. Estaba perplejo y sentía que empezaba a invadirle una negrura que era inaudita en este viaje. La reconoció: era la misma depresión que había experimentado durante tanto tiem­po en Los Ángeles, antes de que empezara a sucederle todo esto.

–¿Qué está ocurriendo? –se preguntó Mike en voz alta. Sólo hubo silencio.

–¿Dónde están todos? ¿Azul? ¿Naranja? ¿Verde? ¡Eh, chi­cos, os necesito! Silencio. Mike se dio cuenta de que su depresión había empezado a controlar a su personalidad. No pasaría mucho tiempo antes de que cayera en el mismo agujero, donde no le importaba nada ni nadie. Pero se negó a permitir que eso ocurriera.

–¡De acuerdo, chicos, si no queréis ayudarme, entonces lo haré por la vía difícil! –Sea lo que fuere lo que ello impli­caba.

¡Mike se aferraba desesperadamente a la esperanza de ob­tener alguna reacción por parte de alguien! Volvió al dormito­rio y observó lo que había a su alrededor. Después fue hacia el armario. Al abrirlo, ¡se acordó del mapa! Quizás éste le haría alguna revelación. Siempre lo había hecho cuando las cosas habían ido mal en esa extraña tierra espiritual del «eter­no presente». Mike encontró fácilmente el pergamino y lo desenrolló.

Pero no estaba preparado para lo que iba a ver. Se quedó mirándolo fijamente, con incredulidad, para luego guardarlo parsimoniosamente. Volvió a meterse en la cama, sin quitarse la túnica, y se tapó con la manta. Era solamente la una del mediodía, pero a Mike le tenía sin cuidado. Permaneció ahí, mirando la pared.

Respecto al mapa, en el lugar donde siempre estaba el in­dicador «Estás aquí» había solamente una mancha negra: nin­guna palabra. No quedaban señales en el mapa. Había dejado de funcionar. Había perdido su magia.

¿Sería factible que Eso hubiera irrumpido en la casa du­rante la noche y le hubiera matado? ¿Qué era lo que él había experimentado mientras dormía? ¿Sueños o realidad? ¿Ha­bría matado Eso también a los ángeles? ¿Cómo podía ser? Mike estaba luchando contra la depresión y la negrura. Inten­tó comprenderlo todo y forzó su mente tratando de recordar cualquier cosa que Verde hubiera dicho que pudiera explicar la situación. Entre la neblina oscura que estaba invadiendo su conciencia, Mike recordó al ángel cuando éste le aseveró:

«Cualquier dolor que sientas provendrá de ti mismo. Nada volverá a ser lo mismo. Te quiero muchísimo». ¿Se trataba de una despedida? Mike recordó lo que el gran ser blanco le ha­bía dicho al principio: «Nada es lo que parece...» Mike debía, resistir; creía en Dios, y todo esto era una estratagema. ¡Una prueba!

Mike hizo lo único que se le ocurrió: se levantó y se puso su armadura. No la sentía cómoda; pesaba más que antes, y la espada parecía una estupidez. No le importó. La llevó con orgullo, y habló en voz alta.

–¡Nada vencerá a mi espíritu! ¡Proclamo la victoria so­bre mi depresión!

No hubo respuesta. Sólo silencio. Palabras vanas... No hubo manifestación de amor o de honor. Sintió que a nada ni a nadie le importaba Michael Thomas. Esa tierra estaba com­pletamente vacía. Él era el único que estaba allí.

Mike luchaba por su cordura. ¡No se daría por vencido! Se dirigió a la sala de aprendizaje y ocupó su sitio en el pupitre, completamente ataviado para el combate. Permaneció allí hasta el ocaso, esperando y vigilando, en medio del absoluto silencio de una tierra carente de sonidos. A pesar de todo, siguió sentado allí, alerta. No sabía lo que esperaba, pero se negaba a abandonarse a la oscuridad de la depresión que ha­bía conquistado de una forma tan absoluta antes de internarse en esa hermosa tierra.

Finalmente, se quedó dormido en la sala en penumbra. Pero esta vez su sueño no fue irregular. Empezaba a crear paz allí donde antes no la había. Su poder para realizar esto se iba ha­ciendo evidente. Mientras dormía, su espada oscilaba suave­mente y «cantaba» para sí, respondiendo al nuevo índice vi­bratorio del valioso ser humano al que pertenecía. Pero Mi­chael Thomas no era consciente de eso. Su escudo resplande­cía ligeramente, reaccionando a las nuevas instrucciones de una biología que se transformaba. Pero Michael Thomas no era consciente de eso. Su armadura le mantenía a una tempe­ratura agradable, respondiendo al nuevo conjunto de instruc­ciones espirituales provenientes de una fuente de sabiduría que acababa de despertar en el ADN de Michael. Pero Michael Thomas no era consciente de eso. Todas las células de su cuer­po estaban sufriendo una transformación, y dicha metamor­fosis estaba casi por finalizar. Durmió verdaderamente bien.

óóó

A la mañana siguiente, cuando despertó, la situación había cambiado. Seguía sentado en el pupitre en el que había pasa­do la noche, pero el salón era más luminoso y más alegre. Se levantó y puso a prueba su mente. Era extraño, pero lo prime­ro que pensó no fue si seguía estando solo, sino si se encon­traba bien. ¡La depresión había desaparecido! Mike se dio cuenta de que llevaba puesto su atuendo de combate, pero en cierto modo no lo notaba. Mientras caminaba enérgicamente hacia el comedor para averiguar si iba a pasar hambre un día más, percibió el delicioso aroma de un buen desayuno. Supo que todo iba bien de nuevo.

Mike comió como nunca lo había hecho. Dado que estaba hambriento, casi famélico, se dio un atracón con la comida que le habían preparado. Disfrutó intensamente de la sensa­ción de bienestar. De repente, se dio cuenta de que estaba cantando a pleno pulmón, ¡con la boca llena!

–¡Ojalá mamá pudiera verme ahora! –dijo Mike verbalizando sus pensamientos en voz alta mientras masticaba alegremente. Tenía las comisuras de la boca rebosantes de yema de huevo–. También se avergonzaría de mis moda­les...

–Pues está muy orgullosa de ti, Mike –afirmó Verde, apareciendo en el quicio de la puerta–. Todos lo estamos.

Mike se levantó para mostrar respeto a su verde amigo. Estaba encantado de volver a ver al ángel.

–¡Verde! –gritó de alegría–. No sabía si volvería a ver­te. ¡Por favor, ven y siéntate aquí conmigo! –Mike se sentó de nuevo y siguió comiendo.

El enorme ángel fue hacia la mesa y se sentó frente a Mike. Esperó a que éste iniciara la conversación. Verde sabía que su amigo humano tenía docenas de interrogantes sobre lo que había ocurrido el día anterior, pero quería saber cuánto tarda­ría en empezar a formularlas. Hubo un silencio mientras Mike tarareaba y comía al mismo tiempo, mirando a Verde con ojos chispeantes y sonriendo como un tonto. El ángel observaba su comportamiento y examinaba su cuerpo con la vista, repa­rando en el atuendo de combate. El ente verde no pudo conte­nerse más, y comentó sonriendo:

–Bonita espada.

Mike rió a carcajadas con la observación, recordando que ése había sido el primer comentario que Verde le había hecho al llegar. La comida que estaba masticando salió disparada de su boca, cual metralla, esparciéndose por todas partes. Al ver esto, el gran ser verde también empezó a reír. Entonces se abrazaron afectuosamente. Era la primera vez que se le per­mitía a Mike tocar a un ángel de esa tierra, y sabía intuiti­vamente que ahora era apropiado hacerlo. Ninguno de los dos podía parar de reír. En ese momento, Mike se dio cuenta de que estaba bailando con el gran ángel verde al ritmo de la música de su espíritu, pisando los deliciosos panes que ha­bían caído de la mesa con el jaleo. De pronto, Mike se perca­tó de que tenía trozos de pastel de arándano entre los dedos de los pies. La habitación estaba hecha un desastre, pero le tenía sin cuidado. Se sentó de nuevo y sintió una opresión en el pecho a causa del ajetreo y la euforia; tuvo que hacer un esfuerzo para recuperarse del efecto de sus manifestaciones de júbilo. Finalmente le dijo a Verde, que se encontraba fren­te a él:

–¿Sabes una cosa? Estaba seguro de que volverías.

–¿Cómo es que estabas tan seguro?

–Porque me dijiste que me querías.

–Y te quiero –reiteró Verde sonriendo de nuevo. Mike dio un bocado a uno de los innumerables fragmentos de la comida que ahora estaba esparcida por todos lados. Hizo una pausa.

–Verde, ¿realmente pueden verme mi madre y mi padre? Esta era la pregunta más importante para él. Recordó el comentario que Verde le había hecho al entrar en la habita­ción unos minutos antes.

–Que sea esto lo primero que me preguntas es una mues­tra de tu nueva conciencia, Michael Thomas de Propósito Puro. A veces, los ángeles de esta tierra hacemos apuestas sobre cuál será la primera pregunta que formulará la persona des­pués de afrontar el reto del cambio. Pero tú aún no has hecho aquella que suele formularse habitualmente. A pesar de que hace ya un buen rato que hemos vuelto a reunimos en esta ha­bitación, aún no has formulado dicha pregunta, y en cambio, has preguntado por tus padres. ¡Verdaderamente, estoy ante un ser humano especial!

Mike no podía afirmarlo con seguridad, pero creía que Ver­de se estaba poniendo un poco emotivo, si es posible que eso pueda sucederle a un ángel. Hubo una pausa, y después Verde habló de nuevo:

–Sí, Michael Thomas, tus padres pueden verte, y están sumamente orgullosos de ti. –El ángel esperó a que Michael le hiciera más preguntas.

Mike reflexionó sobre lo que Verde le había dicho, y luego comentó:

–Creo que sé exactamente qué ocurrió ayer. Verde ladeó la cabeza y dijo:

–¿De verdad? Entonces, explícamelo.

El ángel era todo oídos. Normalmente, a esas alturas del proceso de enseñanza que se impartía a un ser humano en la Casa de la Biología, el ángel dedicaba todo su tiempo a tra­tar de explicar al perplejo discípulo a dónde se habían ido todos en el transcurso del día anterior, y el motivo de la horri­ble y solitaria jomada en aparente oscuridad espiritual.

–He cambiado. Verde, tal como me vaticinaste. Me sien­to diferente. Me siento... –Mike hizo una pausa momentá­nea, y luego continuó–: Nos sentimos investidos de poder. Poseo un conocimiento sobre ti, Verde, que antes no tenía. De alguna manera, has pasado de ser mi maestro a ejercer el rol de... –Mike buscó la palabra adecuada, pero la pausa se alar­gó demasiado.

El ángel intervino.

–¿Familia?

–¡Sí! –asintió Mike rápidamente. Se estaba poniendo introspectivo, pero continuó–: Pensé que lo sucedido ayer era una prueba, pero no lo era.

Verde seguía escuchando y permitiendo que Mike expre­sara sus ideas respecto de lo ocurrido.

–Sé que finalmente me darás los detalles de lo que suce­dió, y yo creo saber por qué sucedió –Mike hablaba lenta­mente y con intención, como lo haría un instructor–. Verde, cada una de las células de mi cuerpo sintió un abandono. Fue como si me hubiese apagado y muerto. No existía consuelo en ninguna parte. Ni siquiera mi propia mente podía darme una sola razón para existir. De alguna manera, yo era un ser humano neutral. Cuando miré el mapa fue cuando supe lo que estaba ocurriendo. Se trataba de una señal para mi mente, y caí en la cuenta de lo que sucedía.

Verde estaba impresionado. Nunca antes un estudiante de la casa verde había sido tan preciso y consciente de las carac­terísticas del cambio vibracional. Habitualmente, se requería mucho tiempo para poder explicarlo. El ángel sabía que esta­ba ante un ser especial: Michael Thomas. Se sintió orgulloso de su alumno y le quiso todavía más. Mike continuó:

–El mapa también estaba muerto. Yo me encontraba en el limbo. Entonces supe lo que estaba sucediendo. Para percibir el don espiritual del propósito, tenía que pasar por una espe­cie de renacimiento. Era como si la energía se hubiera apaga­do en mi existencia durante todo un día, para ser restablecida después con un circuito nuevo. Supe que, si era capaz de con­servar la cordura en ese trance, finalmente me encontraría bien. Para conseguirlo me valí de una visualización en la que apa­recías tú diciéndome que me querías. Fue la única cosa que funcionó. Cuando pensaba en ti, conseguía concentrarme en la razón por la que estaba aquí –Mike miró a Verde y sonrió. Intentó ocultar que tenía los ojos llenos de lágrimas–. ¿Ten­go razón?

–Prácticamente me queda muy poco que añadir, Michael Thomas de Propósito Puro –Verde se puso de pie para enfatizar lo que decía. –Te diré lo siguiente: cuando estabas pen­sando en mi amor por ti, no era solamente en mí en quien pensabas. Yo formo parte de un colectivo, Michael. Cuando me hablas, estás hablando con la totalidad. Tú también eres parte de ella, pero no lo percibes como yo. A medida que vibración vaya subiendo de nivel, comprenderás todas esta cosas. Cuando sentías el amor de aquel a quien llamas Verde también estabas sintiendo el amor de Azul, el de Naranja, incluso el de tus padres, así como el de todos aquellos que vas a encontrar a lo largo del camino. Todavía no les conoces, pero ellos a tí, sí. Todos somos uno, Michael, y tú lo percibis­te en los momentos de mayor necesidad. ¡Tu intuición se im­puso! ¡Qué don posees ya!

Mike sabía que había más aún, de modo que permaneció en silencio, esperando a que Verde ordenara sus pensamien­tos. Este siguió hablando.

–Todo lo que has expresado es correcto, mi sabio amigo humano. Para que puedas pasar a un nivel superior hay un período de reto. Constituye un lapso de tiempo en el que to­dos los que integramos el colectivo debemos alejarnos para permitir que cambies. No podemos hacer nada por tí durante ese período, ya que nuestra energía interferiría en el proceso. Tú estás espiritualmente capacitado para llevarlo a cabo. Sen­tiste la pérdida de tu familia, Michael. También sentiste de­samparo y vacío durante el breve lapso en que tuviste que estar solo. La única cosa que te mantuvo centrado fue el amor, y yo, como instructor de esta casa, nunca habría podido darte la solución que encontraste por ti mismo en la oscuridad. Te felicito por la percepción y la madurez que has demostrado en este sitio –Verde hizo de nuevo una pausa para dejar que Mike asimilase el cumplido–. ¿Tienes alguna otra pregunta que formular?

–Sí. ¿Volverá a suceder esto?

–Sí, volverá a ocurrir cada vez que pases a un nuevo esta­do vibratorio.

–¿Y qué puedo hacer para resolverlo mejor la próxima vez?

Verde le miró de frente y le habló seriamente.

–Tendrás que reconocer que eso está ocurriendo y procu­rar mantenerte ocupado en otras cosas. No hay que implicar­se en la situación, y hay que recordar que es pasajera. ¡Es necesario darle un carácter ceremonial! ¡Se tiene que honrar el proceso, aunque en ese momento se esté inmerso en la os­curidad! Hazlo exactamente como lo hiciste, Michael Thomas de Propósito Puro. ¡Siente el amor que está implícito en el don!

Mike comprendió todo esto y lo asimiló.

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Las lecciones continuaron, a ritmo lento, los días siguientes. Había más enseñanza que impartir a causa del nuevo índice vibratorio de Mike. Se le transmitieron conocimientos sutiles respecto al cuerpo y se le mostraron diversas maneras de sa­ber si había algún desequilibrio. Verde le explicó a Mike en qué consistían los nuevos patrones de sueño, así como las nuevas preferencias alimenticias que podían acompañar cada cambio vibratorio. ¡Había que memorizar tantas cosas!

Se acercaban los últimos días en la casa verde, y el ángel abordó un nuevo tema, que nunca antes había tratado.

–¿Estás preparado para hablar de sexo? –inquirió. Mike casi se cae por la impresión. Miró a su enorme ami­go verde para ver si le estaba gastando otra broma.

–¡Debes estar bromeando! Se sentía turbado.

–No lo estoy –dijo Verde.

Mike habló entonces en voz baja, como si alguien más pudiese oírle:

–Verde, éste no es un tema propio de ángeles. Se trata de algo que los humanos hacen en la oscuridad. Tiene que ver con la lujuria. Es más, ¡me sorprende que utilices esa pala­bra! –Mike giró la cara, y habló hacia una esquina de la ha­bitación–. No creo que debamos tratar este tema en un lugar sagrado como éste.

Verde se mostró inflexible.

–No es lo que tú crees, Michael. Tu reacción ante el tema es únicamente la percepción que los humanos tenéis respecto a él. Se trata de una cuestión biológica, y por eso estás aquí.

El ángel guardó silencio, permitiendo que Mike se tomara tiempo para pensar en lo que acababa de decirle.

Éste estaba resignado. Sabía que no podía eludir nada que Verde tuviera que enseñarle. Acudieron a su mente imágenes de la clase de educación sexual en un instituto, en las que un desafortunado profesor tuvo el difícil cometido de explicar a un grupo de chicos lo que en realidad ellos ya sabían. El tiem­po que duró la exposición del tema, los alumnos se lo pasaron riendo sofocadamente, al estilo de las chicas, mirándose unos a otros con complicidad. La mayoría hubiera preferido estar en otra parte. Era un tema demasiado íntimo.

–Verde, ¿tenemos que tratar ese tema?

–Sí

Lo que ocurrió a continuación cambiaría para siempre la visión de Michael Thomas respecto de las relaciones físicas entre seres humanos. Verde habló con elocuencia, como si se basara en su experiencia personal ¡a pesar de ser asexuado! Explicó a Mike que el sexo era uno de los aspectos espiritua­les más relevantes de la biología. Describió a un atónito Mike cuál era el verdadero propósito, lo que las mujeres y los hom­bres debían obtener de esa experiencia, aparte de hijos. Habló sobre la elegancia que implicaba elevar simultáneamente la conciencia de dos individuos mediante la consecución con­junta de una emoción de una determinada forma. Verde le dio ejemplos de cómo funcionan las cosas en el plano espiritual del cuerpo, cuando la pasión era controlada y canalizada de ma­neras específicas. ¡El sexo era un verdadero catalizador de la iluminación!

Durante la explicación, Mike permaneció callado.

–¡No lo puedo creer! –dijo, apoyando la cara entre las manos–. Siempre creí que era un tema sucio, algo que no puedes ventilar. Un asunto camal que arrastramos de la cade­na evolutiva. ¿Y tú vienes ahora y me dices que es espiritual? ¡Caray, vaya concepto! ¡Espera a que se enteren de esto los clérigos!

Mike se estaba haciendo el gracioso, pero en realidad, el concepto desbordaba al joven granjero que había aprendido sobre ese tema únicamente a través de la observación del com­portamiento animal, cuando era niño y, años más tarde, a tra­vés de los fragmentos de información tergiversada que reci­bió de sus amigos, adolescentes como él. De pronto, captó plenamente el asunto, y levantó la cabeza, exclamando:

–¡Verde, cuánto me he perdido! Podía haber vivido esa experiencia con una mujer a la que amé. Ahora es demasiado tarde.

–No seas severo con tu conducta, Michael. No todo es lo que parece. Esta información, aunque se haya impartido tar­de, tendrá su propósito mientras sigues tu camino. Lo impor­tante de esto es la información, a pesar de que su aplicación pueda parecerte fuera de sitio en tu viaje. La clave está en cambiar tu actitud y enfocar el proceso como algo sagrado. Esto te ayudará a honrar a tu biología incluso más de lo que ya la honras.

Verde tenía razón. Mike era un ser humano del sexo mas­culino que seguía teniendo sus fantasías y sus sueños, incluso en un sitio como aquél. Había llegado el momento de empe­zar a honrarlos en lugar de percibirlos como algo malo o sór­dido. Esto significaba mucho para él. Comprendió cómo en­cajaba todo ello en la perspectiva de conjunto, y se sintió más completo. ¡Ahora, esas partes de su cuerpo consideradas ínti­mas, podían integrarse en el «nosotros» con más respeto! Mike rió al pensar en ello. Verde observó su proceso y sonrió como respuesta.

Al día siguiente, llegó el momento de partir. Mike se puso su ropa nueva, que le habían proporcionado mágicamente en la casa verde. La experiencia de su estancia allí había sido la más profunda de toda su vida. No supo qué decir cuando es­tuvo en el umbral de la puerta de la casa, recibiendo el cálido sol y acompañado por el ángel. Se sentía bien. Su atuendo de combate lucía espléndidamente sobre su ropa nueva, cuyos materiales habían sido seleccionados para aportarle una agra­dable sensación. Tanto las prendas como el equipo se acopla­ban perfectamente a su cuerpo, y Mike estaba maravillado porque quienes habían confeccionado su ropa habían sabido su nueva talla (adquirida por ejercicio físico que había practi­cado durante las semanas que había pasado allí).

Verde le miró con detenimiento y posó la vista un momen­to en el arma de Mike. Estaba a punto de decir algo cuando Mike le interrumpió:

–Ya sé, ya sé: ¡Bonita espada!

Esta vez fue el ángel quien soltó una carcajada.

–Me has quitado las palabras exactas de mi angelical y verde boca.

Se hizo un incómodo silencio mientras los dos permane­cían bajo los cálidos rayos del sol. Mike fue el primero en ha­blar nuevamente.

–Prométeme que volveremos a vemos.

–Te lo prometo -afirmó Verde al instante y sin reserva.

–¿Me has de preguntar alguna cosa? –Mike pronunció estas palabras recordando el protocolo de las dos casas ante­riores. Antes de partir, en cada una de ellas se le había pre­guntado si amaba a Dios.

–Sí, tengo que preguntarte algo, y ya sabes qué es. –Ver­de miró intensamente a Michael Thomas–. ¿Quieres respon­der sin que te haga la pregunta?

–Sí–dijo Michael Thomas, ceremonioso–. Amo a Dios con todo mi corazón. Mi propósito es puro y mi cuerpo es uno con el Espíritu vuestro. Estoy más cerca de vuestra vibra­ción que antes, y esa cercanía contiene un sentimiento de pro­pósito, sacralidad y pertenencia. Me encuentro en el camino hacia el hogar.

No había nada que Verde pudiera añadir. A diferencia de las dos veces anteriores, en las que el ángel simplemente ha­bía entrado en la casa sin decir ni una palabra, esta vez fue Mike quien se puso en marcha sin decir adiós. Lleno de con­fianza, tomó el camino y se dirigió hacia el norte, rumbo a las colinas, donde se encontraba la siguiente casa.

Verde se quedó en el porche hasta que Mike quedó fuera de su campo visual y de su oído. Entonces habló en voz alta, aparentemente para sí mismo:

–Michael Thomas de Propósito Puro, si sobrevives a la siguiente casa, realmente serás el guerrero que yo creo que eres.

Y se quedó en el porche, esperando.

No pasó mucho tiempo antes de que la detestable y fea criatura de color verde oscuro pasara silenciosamente delante de la casa, perpetrando su siniestra búsqueda en pos de Mike. Pasó mirando directamente a Verde, pero el ángel no dijo nada, ni le dio ningún reconocimiento o respuesta. Verde lo sabía todo acerca de Eso, y sabía que, en breve, Mike también lo sabría. El ángel sonrió al pensar en ello.

–¡Será todo un encuentro! –exclamó.

Luego, dio media vuelta y entró en la casa verde.

PARA CONTINUAR LA LECTURA IR A: 08-LA CUARTA CASA.

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