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domingo, 14 de octubre de 2007

06. La Gran Tormenta

Aún no habían pasado dos horas desde que Mike había em­prendido el camino, cuando notó que el viento soplaba con mayor intensidad, y que el cielo empezaba a oscurecerse. «¡Vaya, hombre! ¡Fenomenal!», pensó Mike. «¡Tormentas en el paraíso!».

Durante la última hora, más o menos, había estado esfor­zándose por llevar su carga, parándose a descansar a interva­los cada vez más frecuentes. Aparte de ser pesadas, ¡sus co­sas eran incómodas de llevar! Esto irritaba profundamente a Mike y lo hacía sentirse desequilibrado. ¡Y encima, había tor­menta!

Necesitaba ponerse a resguardo lo más pronto posible, pues iba a llover y no quería que se mojaran sus maletas, y tampo­co sabía si su nuevo equipo era inoxidable.

Se detuvo de nuevo y por primera vez miró a sus espaldas. ¡Estaba ahí! La imprecisa forma verde oscuro salió dispara­da a la velocidad de la luz y se ocultó detrás de unas grandes rocas. Esta vez, Mike la había visto. ¡Era ancha y sustancial! Un sentimiento de aprensión invadió el cansado cuerpo de Mike, mientras se percataba de que la aparición no había de­jado de seguirle desde que había salido de la última casa. Recordó que el ángel Naranja le dijo que Eso era peligroso y que podía herirle. Mientras descansaba, se colocó de cara al camino que ya había recorrido, para poder vigilar en todo mo­mento. Sabía que debía permanecer alerta y no tenía la menor idea de cómo hacerlo.

El viento arreció, dificultando el poder andar. Una persona sin cargas que le estorbaran no habría tenido ningún problema; pero en su caso, el nuevo escudo de batalla actuaba casi como una vela de barco, dado que iba colgado a la espalda de Mike. Si no hubiera llevado consigo todo su equipaje, sim­plemente habría adoptado la posición de equilibrio tantas ve­ces practicada, y probablemente se habría movido mucho más rápido, colocando el escudo contra el viento para poder estabilizarse. Pero todo esto no era posible mientras llevara consigo sus carteras. Mike sabía que debía encontrar pronto un lugar donde refugiarse, hasta que cesara el inusitado cam­bio climático y se restablecieran las tranquilas condiciones atmosféricas que habían imperado hasta ese momento.

Mike nunca había visto nada parecido. ¡El tiempo cambia­ba drásticamente en cuestión de minutos! En constante alerta a causa de su perseguidor, Mike vio horrorizado que la cosa se iba acercando a él a pesar del viento y de la lluvia torrencial. ¡Era rápida! ¿Cómo podía moverse a tal velocidad con ese viento?

El tiempo, que empeoraba de forma implacable, obligó Mike a tomar cartas en el asunto. ¡Todo estaba cambiando demasiado rápido! Avanzó con dificultad, agazapándose e in­tentando presentar la menor resistencia posible al viento. Fi­nalmente, se vio obligado a detenerse y se acurrucó en el sue­lo, ya que le era completamente imposible avanzar.

La tormenta había empezado a cobrar personalidad propia mientras ululaba a causa del aumento de la velocidad del vien­to. La lluvia que caía en las partes del cuerpo de Mike que no estaban protegidas por la armadura, le hacía sentirse taladra­do por cientos de agujas. La lluvia se propagaba horizontal­mente con fuerza huracanada. Sabía que se encontraba ante un grave problema. Lanzó una mirada furtiva a la retaguardia del camino, que estaba prácticamente oscurecida por la llu­via torrencial y la niebla. A pesar de todo, pudo ver claramen­te que la siniestra figura verde estaba de pie, y que sus ojos brillaban como ascuas rojas. ¡En ese momento. Eso empezó a avanzar hacia él! La tormenta no le afectaba. ¿Cómo era po­sible? Mike estaba asustado.

Una vez más, en el interior de Mike, la inconfundible voz de Azul lo estimuló a que pasara a la acción: ¡Usa el mapa!

«¡La voz es tan clara! ¡Sin duda, está dentro de mí!», pen­só Mike. La furia de la tormenta estaba empezando a superar la de cualquier otra que este chico de Minnesota pudiera ha­ber presenciado antes. Sentía como si estuviera dentro del embudo de un tomado. Ahora se encontraba plano contra el suelo, intentando con todas sus fuerzas no ser arrastrado por la increíble fuerza de la tormenta. Mientras más pegado al suelo estuviera, mejor para él. Se había incrementado el so­noro bombardeo de los elementos. ¡Era ensordecedor! El te­mor de Mike podía haberle desestabilizado y haberse conver­tido en terror, pero algo en la situación parecía tener sentido. ¡Si por lo menos pudiera coger el mapa!

Desafortunadamente, en ese momento Mike estaba inha­bilitado para poder acceder al mapa: estaba demasiado ocu­pado en sobrevivir. La furia de los elementos parecía un ata­que a su persona; con una mano estaba literalmente colgado de las plantas resistentes del suelo cercano a él, mientras que con la otra sostenía su preciosa carga de fotos y libros. La bolsa con el mapa colgaba de su cuello, pero se encontraba estrujada debajo de Mike: a buen recaudo, pero completa­mente fuera del alcance de sus manos. En un momento de­terminado sintió que el ululante viento huracanado le levan­taba del suelo, potenciado por las propiedades de vela de bar­co del escudo que llevaba en la espalda. La furiosa tormenta, cual personalidad tiránica, le impulsó a la acción. Mike forzó su cuerpo pegándolo al suelo tanto como le era posible, y por pura fuerza de voluntad, se ancló a la tierra hundiendo los dedos de los pies en el fango, mientras que con una mano seguía prendido a una mata de hierbajos especialmente resis­tente.

Ahora todo estaba completamente oscuro. Los bancos de nubes negras que cubrían el cielo habían descendido hasta la zona donde se encontraba Mike, impidiéndole ver. Intentaba mirar a su alrededor, con los ojos semicerrados para proteger­los del ataque de la lluvia y el viento, pero no veía nada. ¡In­cluso tenía dificultades para ver el suelo que tenía debajo! ¿Dónde estaba la cosa siniestra? ¿Se acercaba ya para pillarle? ¿Se atrevería él a moverse, o la tormenta le arrastraría hacia la muerte? Todas y cada una de las células de Mike vibraban cual alarmas en un simulacro de incendio, experi­mentando un estado de alerta más intenso que nunca. ¿Mie­do? ¡No! Dominaba su voluntad de sobrevivir y de luchar contra la situación. Estaba en una situación comprometida. ¡Tenía que encontrar el modo de agarrar el mapa!

La voz de Naranja resonó dentro de la cabeza de Mike, y fue un sonido increíblemente bienvenido. «¿Cómo es posible que un sonido tan sutil se escuche en medio de tanto ruido?», pensó Mike.

–¡Michael Thomas, deshazte del equipaje! Mike sabía que no le quedaba más alternativa que ésa: o lo hacía, o moriría. Tenía la ropa empapada, aun bajo la arma­dura, y ya empezaba a temblar de frío. A través del ulular del agresivo viento, Mike oyó y también sintió un golpe tremen­do y percusivo. ¿Qué ruido era ése? Podía sentir su vibración en el suelo. ¿Se iba acercando? Debía hacer lo que Naranja le había indicado. ¡Sabía que Eso se estaba acercando!

Una a una, Mike soltó lenta pero metódicamente las carte­ras en las que había guardado cuidadosamente su precioso bagaje de recuerdos. Primero le tocó el tumo a los libros. Mike simplemente estiró dos dedos para liberar el asa de la primera cartera, que fue engullida por la tormenta como si ésta fuera un instrumento poderoso e implacable que la estuviera espe­rando para triturarla. Al soltarla, Mike sintió la fuerza con que era arrancada de su mano y se preguntó si no se habría roto un dedo. Pudo oír claramente cómo se desgarraban las costuras de la cartera, y el sonido exasperante –que estruja­ba su corazón– de los cientos de páginas ahora convertidas en trocitos de papel, que sólo permanecieron arraigadas en su mente. Era el sonido más horrible que había oído nunca. ¡Sus preciados libros!

Sin detenerse a pensar demasiado en ello, estiró el pulgar de la misma mano y se libró de la cartera restante. ¡Esto aún fue peor! La tormenta tenía la violencia de un luchador loco por conseguir un trofeo, y aporreándole contra el suelo le arrebató la cartera que estaba soltando. En ese momento, Mike se preguntó si la cosa siniestra ya le había dado alcance y estaba empezando a vapulearle y a desgarrarle. ¡La embravecida tor­menta se descargaba sobre él como una lluvia de taladros que agujereaban toda su espalda!

A diferencia de los libros, las fotos desaparecieron sin ha­cer ruido. Simplemente se esfumaron al instante, y esto hizo que Michael se enfadara. Todo su árbol genealógico, más los queridos recuerdos de sus padres muertos, estaban siendo es­parcidos por una tosca fuerza de la naturaleza, en tanto que él era aporreado por la misma fuerza colérica.

El caos alrededor de Mike era virulento. Probó a incorpo­rarse un poco e intentó deslizar su mano, ahora libre, debajo de su cuerpo, para asir el mapa. El viento volvió a levantarlo ligeramente, y estuvo a punto de soltarse debido a su fuerza, potenciada por el escudo que seguía colgado a su espalda. Pero reaccionó en el momento oportuno y finalmente pudo agarrar el pergamino que estaba debajo de él. Valiéndose del índice y el pulgar, fue manipulando el mapa y desenrollándo­lo gradualmente hasta que pudo ver el sitio en el que estaba el punto rojo. Actuando únicamente por instinto, fue subiendo poco a poco el pergamino hacia su pecho, arrastrando con éste la tierra húmeda y el lodo que se había acumulado entre el resistente metal de su armadura y el suelo empapado. Ha­bía logrado establecer un equilibrio interesante al presionar, con todas sus fuerzas, su cuerpo contra el lodo y permitiendo, al mismo tiempo, que la mano con el mapa subiera por su torso. Sosteniéndose en una pequeña roca con la otra mano, intentó llevar el mapa a la altura de los ojos. Pero, ¿cómo podría mirar el mapa una vez consiguiera tenerlo a la altu­ra necesaria? Todo estaba muy oscuro, ¡no podía ver nada! Y aunque pudiera ver... ¿no se habría borrado lo que estaba escrito? La mano que estaba desesperadamente asida a la hier­ba empezaba a perder fuerza por el incesante bombardeo de la lluvia y el viento; tenía el brazo cada vez más entumecido, y su capacidad de asirse empezaba a flaquear.

La tormenta no afectaba a Eso. Como era un visitante con una vibración baja en una tierra de alta vibración, a la infeliz cria­tura no la tocaba el viento, ni la lluvia, ni la confusión que reinaba a su alrededor. Se puso de pie sin problema, y lenta­mente se abrió paso siniestra y execrablemente hacia el cen­tro del sendero, dirigiéndose a largas zancadas hacia donde yacía agazapado Michael Thomas, que apenas podía aguan­tar, asido a los hierbajos, el ataque de los elementos.

Eso ni siquiera se tambaleaba a pesar de la fuerte arreme­tida del viento ululante. Ningún elemento climático parecía afectar a la siniestra figura, excepto la falta de visibilidad. Mientras llegaba a donde estaba Michael, con la desenvoltura de quien da un paseo por el parque. Eso empezó a percibir que el destino le había deparado un regalo ese día. Pero la oscuridad de la tormenta empezó a afectarle, y pronto fue in­capaz de distinguir nada, ni siquiera a su presa. A pesar de ello. Eso se iba acercando a Michael Thomas, y estaba listo para concluir lo que la extraña tormenta había iniciado. Esta­ba preparado para diseminar los trozos del cuerpo de Mike por los confines más lejanos de esa absurda tierra de ensueño, que Eso tanto despreciaba.

La intuición de Mike era acertada, porque Eso ya estaba cerca. La oscuridad se había extendido rápidamente, como si los diversos entes de esa tierra hubieran pedido que les pusie­ran a cada uno una venda en los ojos. Eso se movía ins­tintivamente, detectando a través del suelo el sitio donde Mike yacía tendido. De pronto, Eso atacó con gran potencia y arre­bato, pero se encontró con que estaba destrozando el suelo, cerca de donde Mike se encontraba. Éste lo había oído, pero Eso había oído el ruido que hacían las páginas y la tela de los libros que Mike acababa de soltar al romperse. Eso giró la cara rápidamente en dirección al sonido que acababa de oír. ¡Ahora sabía con certeza dónde estaba Michael! Eso sintió un gran contento.

Se acercó aún más, y finalmente, en medio de la turbulencia; de la colosal y violenta tormenta en la que no podía partici­par, apenas pudo distinguir la silueta del indefenso Michael Thomas, que estaba estirado en el suelo con una mano debajo de su cuerpo y la otra asida a una pequeña pero firme mata de hierba. Si Eso hubiera tenido la capacidad de sonreír, lo ha­bría hecho en ese instante.

Se lanzó con saña sobre la espalda de Michael Thomas, arrojándose violentamente con la fuerza de una docena de hombres musculosos. Al instante, Eso sintió como si un mi­llón de dardos atravesaran su cuerpo cubierto de verrugas. Con un destello cegador de luz blanca y pura y un brillo pla­teado, fue repelido por una fuerza tremenda. Como si hubiera sido disparado por un cañón, recorrió una larga trayectoria y aterrizó sin más casi en el punto de partida del ataque. Con su recubrimiento exterior humeando a causa del contacto con algo extremadamente caliente, Eso intentó hacer un balance de lo que había sucedido. Estaba, por lo menos, aturdido, y momentáneamente debilitado por la fuerza que le había re­chazado con tanto ímpetu.

El escudo de Michael Thomas había permanecido firme­mente sujeto a su espalda, cubriendo casi todo su cuerpo. El objeto que Mike pensó que iba a ser su perdición súbitamente se había convertido en su protección, y había actuado incluso sin la intervención de Mike: era parte de él. La conjunción entre la baja vibración de la siniestra criatura y el alto índice vibratorio del escudo había provocado una reacción física in­mediata y poderosa. Como dos potentes fuerzas de polarida­des opuestas, el escudo del conocimiento había repelido el ataque.

Michael Thomas se las había arreglado para subir el mapa a la altura de su garganta. Atisbo dentro de la oscuridad de la Pequeña bolsa con la esperanza de poder ver algo. De pronto, ¡se hizo la luz! A Michael le dio la impresión de que una ráfaga de viento especialmente violenta le había golpeado, pero en realidad traía implícito un milagro: una luz tan bri­llante que se filtraba a través de sus ojos casi cerrados a causa del ululante viento y de la lluvia. Era una luz tan intensa que alumbró todo el entorno durante el tiempo suficiente para que Mike pudiera ver claramente a pesar de tener los párpados entornados. ¡La sección del mapa que había desenrollado cui­dadosamente mientras arreciaba la tormenta estaba ahí! Sus ojos recorrieron el mapa y encontraron rápidamente el punto con el consabido «Estás aquí». Michael ignoró el súbito olor a quemado que le rodeaba. El mapa mostraba el camino, y justo cerca del recodo había una cueva. Si recorría unos cuan­tos metros hacia el este, ¡estaría a salvo!

Analizando el pasado inmediato, Michael Thomas pensó que Dios le había proporcionado un relámpago en el momen­to en que más lo necesitaba. Nunca comprendió que se trata­ba de una fuerza negativa que estaba resuelta a anularle, y que era sincrónicamente responsable del milagro de ilumina­ción justo en el momento de mayor necesidad. Michael Tho­mas de Propósito Puro, había experimentado su primera co-creación sin siquiera saberlo. Naranja le había instruido sobre el uso del don que podría ayudarle a estar «en el sitio correcto en el momento justo», pero Michael nunca imaginó que, aquel día, ese lugar había sido el sitio adecuado.

Fue un acto indiscutible de fuerza y voluntad lo que per­mitió a Mike avanzar a paso de tortuga, yendo de mata en mata y de roca en roca, afianzando firmemente los dedos de los pies a cada paso para mantener la estabilidad y la direc­ción. Le llevó casi veinte minutos realizar el recorrido afe­rrándose a la tierra empapada, porque la furia de la tormenta le aplastaba contra el suelo. ¡Todo ese esfuerzo para avanzar únicamente unos cuantos metros hacia el este! Pero Michael debía hacerlo. A pesar de encontrarse en una oscuridad casi absoluta, pudo dar con la entrada de la pequeña cueva que representaba una tregua y le libraba de una muerte segura evi­tándole seguir expuesto a la furia de los elementos. En cada penoso avance, arrastrándose por tierra, daba gracias a Dios porque la oscura entidad que le perseguía no se hubiera acercado más. Mientras se impulsaba trabajosamente a través de la boca de la cueva, oyó que la tormenta arreciaba. Atónito ante lo que estaba ocurriendo a su alrededor, pensó: «Este lugar mágico no es inmune a los problemas».

Dentro de la cueva todo parecía estar en calma, aunque Mike estaba hecho un desastre. Su mano estaba sangrando por haber estado agarrada a las rocas; tenía la ropa empapada, llena de lodo y suciedad, pero hacía demasiado frío en la cue­va como para quitársela. Se puso de pie lentamente y valoró la situación.

Uno podría pensar que en ese momento Michael Thomas estaba lleno de gratitud por haber escapado tanto de la tor­menta como del misterioso enemigo que alertaba a su presa por su proximidad. Pero no era así. ¡Mike estaba furioso! Tem­blaba, pero no de frío, sino por la cólera y la furia súbitas que sentía ante la situación. Le habían arrancado sus preciadas pertenencias. Sabía quién controlaba los elementos y desfogó su ira impulsivamente, dirigiéndose a cualquiera capaz de oírle:

–¡Me habéis engañado! –se dirigió hacia la entrada de la cueva y se puso a vociferar al viento, que aún aullaba–. ¿Podéis oírme?

Con la cara contraída por la ira, la indignación ocupaba un sitio primordial en su mente. Le habían forzado a abandonar sus inestimables cosas. Había sido tratado injustamente por quienes controlaban ese lugar aparentemente sagrado.

–¡Ahora sé cómo funciona! –siguió gritando furiosa­mente a quien pudiera escucharle–. Si no me ciño a una su­gerencia hecha por alguno de los ángeles, ¡ellos hacen que se lleve a cabo de cualquier modo!

Mike temblaba incontroladamente a causa de la ira y el frío mientras seguía a la entrada de la cueva. Le aguijoneaba la aflicción que sentía por la pérdida de las fotos de sus pa­dres. Sin poderse contener, empezó a sollozar atormentado por el dolor emocional, y lloró hasta que se le agotaron las lá­grimas. Sentía que no lo habían respetado y le habían robado.

De pronto, percibió una sensación de calor a su espalda, y entonces vio el súbito parpadeo de una pequeña fogata que se reflejaba en las paredes de la cueva. Se giró hacia el lugar de donde provenía la amable voz que empezó a hablarle.

–Te di un buen consejo, Michael Thomas de Propósito Puro.

Naranja estaba sentado en el fondo de la cueva, y frente a él brillaba una pequeña fogata que invitaba a Mike a calentar­se. Éste se tranquilizó algo, y lentamente se dirigió hacia el fuego y se sentó frente a él, bajando la cabeza con determina­ción. Pasó un rato y Mike, todavía con lágrimas en los ojos, miró a Naranja y le hizo unas preguntas.

–¿Era necesario todo eso?

–No –le respondió Naranja–. Ésa es la cuestión.

–¿Por qué me habéis despojado de mis cosas?

–Esta tierra sigue siendo un lugar de libre albedrío, Mi­chael Thomas. A pesar de lo que puedas pensar, el ser huma­no es el punto focal de este lugar, y aquí se le honra por sobre todas las demás criaturas.

–¡Libre albedrío! –exclamó Mike–. ¡Si no me deshago de mis carteras, hubiese muerto!

–En efecto –afirmó Naranja–. Elegiste no renunciar a tus carteras cuando tuviste la oportunidad de hacerlo. Si hu­bieras hecho caso de mi sugerencia, habrías aprendido más so­bre estas cuestiones. Las carteras habrían estado bien guarda­das. No puedes comprender la perspectiva general de este lugar. Ésa es la razón por la que estás aquí, y es también el motivo por el que se te otorgaron nuevos dones e instrumentos.

–Sigo sin entender –replicó Mike–. ¿Por qué no puedo conservar las pocas cosas que aprecio? Eran inofensivas ¡y sig­nificaban tanto para mí!

–No eran adecuadas para llevarlas en tu viaje, Michael. –Naranja se sentó en una roca al otro lado de la fogata, y dijo–: Esas cosas representaban tu parte terrenal. Te instiga­ban hacia tu antiguo Yo, y te mantenían en un lugar incompa­tible con la nueva vibración que actualmente estás estudian­do y aceptando. Todo en ti está cambiando, Michael, y sabe­mos que así lo percibes.

–¿Por qué simplemente no me diste esta explicación en­tonces? Me habría evitado muchos problemas. –Mike posó la vista en su mano, que sangraba, y después en su ropa hecha jirones.

–Rechazaste la oportunidad, Michael Thomas, y por lo tanto tu elección debía ser personal.

Mike captó la sabiduría implícita en lo que decía Naranja.

–¿Qué habría pasado si no me deshago de ellas?

–No habrías podido seguir adelante si conservabas los objetos cargados con la vieja energía –le señaló Naranja–. El viento te habría llevado de regreso a un lugar perteneciente a tu conciencia anterior. Aunque finalmente habrías estado a salvo, habrías perdido todo cuanto has aprendido y consegui­do en este recorrido sagrado. Eso significaría la muerte del nuevo Michael Thomas; por consiguiente, habrías tenido que abandonar este sitio –Naranja hizo una pausa para subrayar lo que había dicho, y luego prosiguió con su explicación–:

Esto es importante, Michael Thomas de Propósito Puro. No puedes aferrarte a nada que sea parte de la vieja energía, ni siquiera a las cosas aparentemente insustituibles, y avanzar hacia la nueva energía. Ambas son incompatibles. Verdade­ramente, te estás moviendo hacia una nueva dimensión, y la física de la vieja energía no puede mezclarse con la física de la nueva. Déjame preguntarte algo... –Naranja se acercó a Mike–. ¿Sigues amando y recordando a tus padres a pesar de haber perdido sus objetos físicos? ¿O es que también has perdido eso con la tormenta?

–Les sigo amando y recordando –contestó Mike sabien­do a dónde quería llegar Naranja con la conversación.

–Entonces ¿dónde está la pérdida? –inquirió Naranja. Mike guardó silencio. Se daba cuenta de que le habían dado una lección. Naranja siguió hablando como si fuera un padre que imparte el conocimiento más elemental a un hijo curioso.

–El recuerdo de seres queridos reside en la energía de tu experiencia vital. No proviene de ningún objeto antiguo. Cuan­do desees recordarles, utiliza la conciencia amorosa y los do­nes del nuevo Michael Thomas. Cuando empieces a hacerlo, descubrirás que hasta tus percepciones del pasado son distin­tas de lo que pensabas. Estás adquiriendo una nueva sabiduría respecto de quiénes eran tus padres... y también respecto de quién eres tú. Los nuevos dones e instrumentos potenciarán el recuerdo que tienes de esas cosas. Los viejos objetos de interés solamente te arrastran hacia el pasado, a un período en el que eras incapaz de comprender la perspectiva general.

Mike seguía sin entender el nuevo lenguaje y la conversa­ción de los Espirituales. Naranja conocía sus pensamientos y habló de esta manera:

–Cuando hayas finalizado tu estancia en la séptima casa... –y al decir esto, sonrió– tendrás una comprensión absoluta.

Mike solamente entendió una parte de lo que Naranja es­taba diciendo, pero estaba empezando a captar el meollo del asunto. La situación era similar a la interpretación del suceso de la comida podrida; se dio cuenta de que no podía llevar nada que perteneciera al anterior Mike al sitio llamado «el hogar». Lamentaba la pérdida, y de alguna manera seguía sin­tiéndose traicionado por sus amigos ángeles porque no ha­bían sido más específicos. Pero empezaba a notar la meta­morfosis que le habían vaticinado, y también se dio cuenta de que, hasta ese punto del viaje, le habían hecho dos sugeren­cias: la primera se la hizo Azul, de que no se llevara comida, y la segunda Naranja, de que dejara el equipaje. En ambos casos había ignorado la recomendación, y las dos veces había tenido problemas.

Mike se prometió empezar a escuchar con atención lo que los ángeles le dijeran a lo largo del viaje. Se encontraba en un sitio extraño que presentaba facetas multidimensionales, y se dio cuenta de que él poseía la información biológica y los ángeles poseían la información espiritual. Por lo tanto, si es­cuchara más y supusiera menos, su viaje podría ser más tran­quilo. Aunque fuera incapaz de entender plenamente el len­guaje y muchos de los conceptos, tenía que seguir confiando en el punto de vista de los ángeles, dado que estaba en una tierra que ellos conocían bien, y todavía tenía por delante la empresa de recorrer por sí mismo el trayecto.

–¡Naranja! –Michael demandó la atención del ángel–. ¿Por qué hay tormentas aquí?

–Michael Thomas de Propósito Puro, voy a darte otra res­puesta que es una verdad, pero que no entenderás.

Naranja fue hacia la boca de la cueva, y cuando llegó allí, se giró hacia Michael y le dio esta respuesta:

–Cuando el ser humano no se encuentra aquí, no hay tor­mentas.

Naranja tenía razón. Mike no tenía ni la más remota idea de por qué sucedía eso. Cuando se puso de pie para preguntar sobre la cosa siniestra que le había estado persiguiendo... ¡se dio cuenta de que Naranja se había ido!

–Adiós una vez más, camarada de color naranja brillante –dijo Mike, hablando al espacio vacío en donde acababa de estar el Espíritu Naranja. Y por primera vez, obtuvo una res­puesta a su despedida. En su mente, oyó con claridad su voz, tranquila, cariñosa y sabia:

–Cuando seas consciente de por qué nunca decimos adiós, sabrás que eres parte de nuestra dimensión.

«Ésta es una explicación mas confusa todavía –pensó Mike–, pero, de algún modo, es reconfortante.»

Aprovechó el fuego que Naranja –no se sabe cómo– le había proporcionado, para calentarse y secar la ropa, que se quitó y extendió sobre las rocas cercanas a las cálidas llamas. Mientras dejaba con cuidado las piezas de su atuendo de com­bate cerca de la roca, notó que ni la armadura ni el escudo se habían estropeado. Se fue quedando dormido paulatinamen­te, sin saber si en el exterior era de noche o de día, y durmió varias horas. La tormenta continuó durante un rato, pero cuan­do Mike se despertó, ya había escampado completamente.

Michael se asomó para echar un vistazo al entorno de la cueva, y pudo ver que era el momento del crepúsculo de ese mismo día. Había dormido toda la tarde, que era el tiempo que había durado lo que quedaba de la tormenta, y ahora se sentía con energía. Con cautela, reunió su equipo de comba­te, se lo puso tal y como le habían dicho, se colgó al cuello la bolsa con el mapa, y emprendió de nuevo el camino. ¡Todo parecía tan tranquilo! Miró hacia atrás pero no detectó nin­gún peligro, ni vio vestigio alguno de la siniestra forma que le perseguía, y que siempre corría a esconderse detrás de un ár­bol o de una roca. ¡Mike se sentía estupendamente!

A pesar de que casi era de noche, sintió que pronto avista­ría la siguiente casa, y estaba en lo cierto. Recorrió el camino a grandes zancadas y encontró la casa, bastante oculta a la vista, sobre una colina. ¡Se sentía tan liviano! Tema las ma­nos libres, y como no llevaba las carteras, su equipo de com­bate no hacía el molesto ruido metálico de antes; por eso casi había olvidado que lo llevaba a cuestas. Su paso era ágil. Michael Thomas había aceptado la pérdida de sus cosas ma­teriales como un hecho conveniente para su viaje, y había podido asimilar la experiencia. Practicó la visualización mental de las fotos de sus padres, y las pudo recordar nítidamente. Seguía sintiendo su amor y experimentaba todas las sensa­ciones que solía tener cuando miraba esas fotos. Naranja te­nía razón. Lo que era auténticamente suyo, se encontraba en su mente. En el fondo, eso era todo cuanto necesitaba.

Varios cientos de metros más atrás, una repugnante figura de color verde oscuro se estaba recuperando de una dolorosa experiencia. Cada vez que se movía, experimentaba un punzan­te recordatorio de la quemadura que había sufrido. No lo sa­bía, pero esa herida nunca sanaría. A pesar de estar descon­certado, Eso seguía resuelto a frustrar el viaje de Michael Thomas. Estaba convencido de que no tardaría en llegar el momento en que Michael Thomas vería esos ojos rojos como ascuas, sentiría ese aliento abrasador y, finalmente, conocería el mie­do absoluto antes de poder dar un paso más hacia el hogar. Como si le fuera la vida en ello. Eso estaba dispuesto a conse­guirlo, aunque ello implicara el sacrificio de sí mismo en el combate.

PARA CONTINUAR LA LECTURA IR A: 07- LA TERCERA CAS

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