Seguidores

domingo, 14 de octubre de 2007

04. La Primera Casa

El día siguiente amaneció un poco gris, pero Mike estaba ani­mado. Con los escasos fondos que había reservado se permi­tió tomar un buen desayuno en la terraza de un café local. Se sentía raro por estar en la calle a esa hora, ya que habitual­mente se encontraba en la oficina, acostumbrado a trabajar duro durante todo el día y a almorzar un tentempié sentado frente a su escritorio. Cuando el sol se ponía, él solía estar to­davía en el interior del edificio.

Una vez fuera, con las carteras en las manos y el bolso colgando de un hombro, Mike se preguntó qué camino debe­ría tomar exactamente. Sabía que no podía ir hacia el oeste, ya que inmediatamente llegaría al océano. Entonces optó por ir hacia el este hasta que no se le indicara otra ruta. Apropia­damente, Mike se sentía muy bien al iniciar un viaje basado en la fe, aunque seguía deseando tener un destino más claro.

«Si sólo tuviera algún indicio sobre qué dirección tomar; tal vez un mapa o una indicación de mi posición actual», se dijo Mike mientras andaba despacio hacia el este, atravesan­do lentamente los suburbios de Los Ángeles hacia las estri­baciones de unos barrios aparentemente interminables. «Me tomará semanas poder salir de aquí», pensó.

Verdaderamente, no sabía hacia dónde iba; pero continuó avanzando hacia el este. A la hora de comer se sentó en una cuneta y engulló las sobras que había guardado del desayuno. Una vez más, se preguntó si iba por el camino correcto.

–Si estás aquí, ¡te necesito ahora! –exclamó Mike en voz alta, dirigiéndose al cielo–. ¿Dónde está la puerta del camino?

–¡Tendrás un mapa actual!

Mike escuchó una voz familiar que le hablaba al oído. Se levantó y miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Reconoció la voz del ángel que había conocido antes.

–¿He escuchado eso o lo he sentido? –murmuró Mike con una sensación de alivio. ¡Por fin había comunicación!–. ¿Por qué has tardado tanto? –continuó Mike con un punto de humor.

–Sólo has pedido ayuda hace un momento –puntualizó la voz.

–¡Pero si he estado dando vueltas durante horas!

–Ésa fue tu elección –afirmó la voz–. ¿Por qué has tar­dado tanto en verbalizarnos tu petición?

Era evidente que la voz tenía un cierto matiz divertido, dándole la vuelta al reproche de Mike.

–¿Me estás diciendo que solamente obtendré ayuda cuan­do la pida?

–Sí. ¡ Vaya concepto! –respondió la voz–. Eres un espí­ritu libre, honrado y poderoso y capaz de marcar tu propio camino si así lo decides. Es lo que has estado haciendo du­rante toda tu vida. Nosotros siempre hemos estado aquí, pero solamente actuamos cuando lo pides. ¿Te parece tan raro?

Mike se sintió momentáneamente irritado por la lógica ab­soluta que encerraban las palabras del ángel.

–Bueno, dime ¿hacia dónde debo ir? Ya ha pasado el me­diodía, y toda la mañana he estado adivinando a dónde diri­girme.

–¡Has adivinado bien! –respondió la voz, con ironía im­plícita–. La puerta al camino está justo delante.

–¿Eso significa que iba por buen camino?

–No te sorprendas demasiado por ir en la dirección co­rrecta. Eres parte del todo, Michael Thomas de Propósito Puro. Con la práctica, tu intuición será muy eficaz. Hoy estoy aquí únicamente para darte un poco de orientación –la voz titu­beaba–. ¡Mira frente a ti! ¡Si ya estás en el umbral!

Mike se encontraba frente a un gran seto que conducía al interior de un barranco bordeado por hileras de casas.

–No veo nada.

–Mira otra vez, Michael Thomas.

Mike miró hacia el arbusto y poco a poco se fue dando cuenta de que allí estaba la silueta de una puerta. Pasaba desa­percibida porque estaba completamente integrada en el en­torno y parecía ser parte de la estructura total de la planta. Mike pensó que era imposible no ver la puerta, incluso que­riendo. ¡Era tan evidente! Giró la cara un momento, y luego volvió a verla con una nueva percepción. Estaba allí, más evidente incluso que antes.

–¿Qué está ocurriendo? –preguntó Mike, consciente de que su percepción estaba cambiando.

–Cuando las cosas ocultas se vuelven obvias –dijo la dulce voz– ya no puedes volver a la ignorancia. Ahora verás todas las puertas con claridad, puesto que has mostrado tu intención con ésta.

Aunque Mike no podía comprender del todo el significado de lo que estaba recibiendo, sí estaba totalmente listo para emprender el camino principal de su viaje. ¡El seto dejó de parecer una puerta y realmente se convirtió en una! Justo ante sus ojos, estaba cambiando y definiéndose.

–¡Esto es un milagro! –susurró Mike mientras seguía observando cómo el alto seto se transformaba en una puerta tangible. Retrocedió un poco para permitir que el fenómeno que acontecía tuviera suficiente espacio.

–En realidad, no lo es –replicó la voz–. Lo que sucede es que tu propósito espiritual te ha cambiado un poco, y las cosas que vibran a tu nuevo nivel simplemente han entrado en tu campo de visión; eso no es un milagro. Sencillamente, así es como funciona.

–¿Me estás diciendo que mi conciencia puede transfor­mar la realidad? –preguntó Mike.

–Semántica –respondió la voz–. La realidad es la esen­cia de Dios y es constante. Tu conciencia humana sólo revela las partes nuevas que deseas experimentar. A medida que vas cambiando, una mayor parte se hace evidente; entonces pue­des experimentar las numerosas revelaciones nuevas y utili­zarlas como quieras. Sin embargo, no podrás dar marcha atrás.

Mike empezaba a comprender, pero antes de iniciar el ca­mino atravesando la puerta que acababa de revelarse ante él, le quedaba por hacer una pregunta más. Siempre había tenido la disposición de analizarlo todo en función de la verdad, y esto incluía a la dulce voz que ahora estaba escuchando en su mente. Mike meditó la pregunta y la formuló:

–Dijiste que soy una criatura de libre albedrío. Entonces, ¿por qué no puedo dar marcha atrás si así lo decido? ¿Qué pasa si quiero ignorar la nueva realidad y volver a una más simple? ¿No es eso libre albedrío?

–Es la física de la espiritualidad la que crea un axioma que establece que tú nunca podrás volver a un estado de me­nor conciencia –replicó la voz–. No obstante, si eliges acti­vamente intentarlo, entonces estás negando la iluminación que se te ha dado, y te desequilibrarás. Ciertamente, puedes inten­tar retroceder. Es tu libre albedrío. Pero es triste que haya humanos que intenten ignorar aquello que saben que es la verdad, porque no durarán mucho tiempo teniendo un índice vibratorio dual.

Mike no comprendió toda la nueva información espiritual que la voz le estaba impartiendo. No obstante, recibió la res­puesta a su pregunta. Sabía que podía dar media vuelta y re­gresar a la ciudad. La elección era suya. Pero mientras estu­viera allí, seguiría viendo la puerta. Y si optaba por ignorarla a pesar de saber que existía, era probable que se desequilibra­ra y, sin duda, caería enfermo. De algún modo, todo esto tenía sentido, y su deseo era avanzar, no retroceder. Así que Michael cogió las carteras y la bolsa, y entró por la puerta al camino que representaba el inicio de su viaje. Dicho camino era un simple sendero de tierra, similar a cualquier camino de cual­quier barranco. Mike estaba emocionado y se puso en mar­cha, dejando atrás la puerta rápidamente.

En cuanto lo hizo, una figura verdosa, siniestra e indefini­da, se deslizó tras él, pasando también por la puerta. Eso pisó parte del arbusto, que se marchitó inmediatamente; y si Michael no se hubiera adelantado, se habría dado cuenta de su presencia, alertado por el hedor que desprendía. Rápidamente. Eso tomó posición y empezó a seguir a Michael Thomas, manteniéndose fuera de su vista, pero yendo al mis­mo paso impetuoso que éste llevaba. Como un espectro astu­to y veloz, Eso seguía a Mike ensombreciendo su ímpetu y su alegría con la misma cantidad de odio y oscuros propósitos. Mike no podía imaginar siquiera que Eso existía.

Poco después de ponerse en camino, el panorama, e inclu­so la percepción del terreno, cambiaron ostensiblemente para Michael Thomas. Ya no podía ver la extensa ciudad de Los Ángeles, ni la multitud de casas del área suburbana. De he­cho, no había ningún indicio de civilización, como por ejem­plo, postes de teléfono, aviones o autovías. Había emprendi­do con ilusión el camino sin asfaltar que estaba delante de él, avanzando por el mismo sin pensar, como un niño que abre sus regalos de Navidad. Entonces se dio cuenta de que, paso a paso, se iba adentrando profundamente en otro mundo. El viaje lo estaba llevando a una realidad que aún estaba lejos de bo­rrar la que acababa de experimentar. Mike se preguntó si se encontraba en un lugar situado entre la Tierra y el Cielo, don­de empezaría su enseñanza espiritual. Había dado por senta­do que pronto tendría lugar ese proceso, que le prepararía para el honor de regresar al hogar. El camino, similar a un sendero, se ensanchaba gradualmente, y ahora casi tenía el ancho de una carretera. No presentaba ninguna huella de pisadas y era muy fácil de seguir.

Súbitamente, Michael miró a su alrededor. ¿Qué era eso? Sus ojos captaron una imagen de color verde oscuro que se movía rápidamente, y que salía disparada hacia la izquierda, ocultándose detrás de una roca grande y redonda.

«Debe de ser la fauna local», pensó Mike.

El camino que había recorrido hasta ahora era un reflejo exacto del lugar al que ahora se dirigía: un sendero largo que se torcía y volvía a aparecer, desapareciendo en lontananza colina tras colina.

Todo el recorrido se desarrollaba en un campo exuberante y magnífico, lleno de árboles, prados verdes y floraciones en las rocas. Las flores moteaban el paisaje como infinitos puntos de color luminiscente, situados con exactitud en los luga­res precisos del perfecto lienzo de la naturaleza.

Mike se detuvo a descansar. No llevaba reloj, pero al mirar la posición del sol supuso que serían aproximadamente las dos del mediodía, la hora de la comida. Se sentó junto al ca­mino y se comió los restos del gran desayuno, que había guar­dado para sus dos últimos tentempiés. Miró a su alrededor y percibió la tranquilidad.

«No hay pájaros», pensó. Observó el suelo más de cerca. «Tampoco hay insectos. Este sitio es realmente extraño.» Mike lo observaba todo. Sintió una repentina brisa sobre su cabe­llo. «¡Por lo menos, hay aire!» Miró hacia el cielo y contem­pló el azul nítido de un día magnífico y renovador.

Cayó en la cuenta de que ya no le quedaba más comida, pero también sabía que no estaba solo y que, de un modo u otro, Dios le daría sustento. Recordó la historia de Moisés en el desierto, quien lo recorrió durante cuarenta años junto con las tribus de Israel. Recordó que esos nómadas recibieron ali­mento del cielo, y reflexionó sobre esta historia, preguntán­dose si sería cierta. Pensó: «Todas esas familias que siguieron a Moisés tenían adolescentes testarudos, tal como los tene­mos en la actualidad». Los podía ver quejándose ante sus pa­dres respectivos: «¡Eh! ¡Que nosotros ya hemos estado ocho veces en la misma roca desde que yo era un niño! ¿Por qué confiáis en ese tipo, el tal Moisés? ¡Nos está haciendo andar en círculos! ¡El desierto no puede ser tan grande! ¿Es que no lo veis?».

Mike rió mientras se imaginaba la escena; entonces se pre­guntó si dentro de poco vería esa roca ¡que le indicaría que también estaba andando en círculos! No tenía ni idea de a dónde se dirigía, como los israelitas en el desierto ¡y tampoco tenía comida! Esto le hizo reír con más ganas a causa de las similitudes.

Tal vez la risa fue honrada, o simplemente se trataba del momento propicio, el caso es que en el siguiente recodo del amplio camino de tierra, Mike la vio. Se trataba de la primera casa, de color azul brillante. «¡Dios!», pensó, «¡Si Frank Lloyd Wright pudiera ver esto, daría un grito!». Mike rió en su inte­rior. «Espero no haber sido irreverente», pero nunca antes ha­bía visto una casa de color azul. El camino conducía directa­mente a la puerta, por lo que supo o supuso que estaba ante su primera parada. También era evidente que no había ninguna otra edificación en los alrededores.

A medida que Mike se acercaba a la pequeña casa de cam­po, pudo apreciar que su color era azul cobalto, y que su inte­rior despedía una luz difusa. Mientras recorría el camino que conducía a la puerta, observó una pequeña señal que identifi­caba a la casa como la «Casa de los Mapas». ¡Mike constató que eso era precisamente lo que había pedido! Ahora había conseguido llegar a un lugar determinado. Tal vez el resto del viaje no estaría tan lleno de incertidumbre. Un mapa local actual podía ser un instrumento valioso en esa extraña tierra.

La puerta de la casa se abrió súbitamente y de ella salió una criatura grande y hermosa, ¡de un color azul que armoni­zaba perfectamente con el de la casa! Evidentemente, era una entidad angélica pues, como el ángel de la visión, desborda­ba la realidad y era más grande que un ser humano. Su pre­sencia llenaba el aire de una sensación de esplendor y de una esencia floral. Una vez más, ¡Michael podía percibir la fra­gancia que emanaba de la entidad! El gran ser azul se colocó frente a él.

–¡Bienvenido, Michael Thomas de Propósito Puro! Te esperábamos.

A diferencia del ángel de la visión, la cara de éste era per­fectamente visible, y Michael pudo ver en ella una expresión de bienestar y alegría que parecía ser continua, dijera lo que dijera. Mike se sintió agradecido por su compañía y se mos­tró respetuoso de la situación. Saludó al ángel.

–¡Bienvenido tú también, gran ser azul!

Mike tragó saliva. ¿Y si al ángel no le gustaba que lo lla­maran azul? ¿Y si su color azulado fuera solamente producto de la mente humana y realmente no fuera azul? «¡Tal vez ni siquiera le gusta ese color!». Mike suspiró ante la lista de ¿y si...? que estaba pasando por su mente humana.

–Soy azul para todos los seres, Michael Thomas de Pro­pósito Puro –dijo pensativo el ángel–, y acepto tu bienve­nida con alegría. Por favor, entra en la Casa de los Mapas y prepárate para pasar la noche.

Esta vez, Mike se alegró de que el ángel leyese sus pensa­mientos. ¿O era que, más que leerlos, podía sentirlos, tal como le había dicho el ángel de la visión? En cualquier caso, Mike se alegró de no haber ofendido al guardián de la primera casa.

Mike y el ángel, dos entidades diferentes reunidas, entra­ron en la casa azul. Incluso mientras la puerta se cerraba tras ellos, dos ojos descomunales, penetrantes, coléricos y de co­lor rojo remolacha los espiaban agazapados entre la espesa maleza, un poco hacia la izquierda de la entrada de la casa. Estaban muy alerta. No se fatigaban, y eran muy pacientes y silenciosos. No se moverían ni parpadearían hasta ver que Michael Thomas estaba listo para reanudar su viaje.

Al entrar en la casa, Mike se asombró ante lo que vio. ¡El interior de la estructura era inmenso! Parecía interminable, aunque su exterior fuera modesto y humilde. Recordó que el ángel de la visión le había dicho que las cosas podían no ser lo que parecían, y era evidente que esto formaba parte de la nueva y extraña realidad de su conciencia. Mike hizo conje­turas acerca de esta nueva percepción: ¿Tenía un significado mayor?

Siguiendo al ángel, Mike recorrió los amplios vestíbulos de la Casa de los Mapas. El interior evocaba al de una biblio­teca de primera categoría, similar al de algunas ilustres bi­bliotecas europeas, en donde están clasificados importantes libros históricos de todo tipo. Sin embargo, en lugar de estan­terías con libros, en las paredes había decenas de miles de agujeros y cada uno de ellos contenía lo que Mike creyó iden­tificar como un pergamino. Las paredes parecían no tener fin, y había agujeros en ambos lados de cada uno de los vestíbu­los por los que iban pasando, que tenían varias plantas de altura. Todavía no podía ver de cerca los agujeros, pero era posible que contuvieran mapas, ya que el nombre de la casa así lo indicaba. Pero, ¿por qué había tantos? El recorrido por las gigantescas habitaciones parecía no tener fin, y en el pro­ceso no encontró a ningún otro ser vivo.

–¿Estamos solos? –preguntó Mike.

El ángel se volvió hacia él y rió.

–Supongo que depende de lo que quieras decir con eso de «solos» –respondió–. Estás observando los contratos que cada ser humano tiene con el planeta.

Dicho esto, siguió andando con naturalidad.

Mike se detuvo y observó a su alrededor, reaccionando con asombro a lo que el ángel acababa de decirle. La distan­cia entre ellos aumentó, dado que el ángel siguió andando sin esperarle. Al sentir que Mike no le seguía, se detuvo, se vol­vió y le esperó pacientemente sin decir nada.

Mike vio las escaleras apoyadas contra las enormes pare­des de varios pisos de altura, llenas de interminables cubícu­los de madera que contenían pergamino tras pergamino. El ángel les había llamado contratos. ¿Y eso qué significaba?

–¡No entiendo nada de lo que me has dicho! –exclamó Mike mientras alcanzaba al ángel.

–Antes de que termine tu viaje, lo comprenderás –le dijo el ángel con voz reconfortante–. Aquí no hay nada que sea aterrador, Michael. Todo está en orden, y tu visita era espera­da y la honramos. Tu propósito es puro, y todos nosotros po­demos constatar eso. Relájate y disfruta de nuestro amor.

Las palabras del ente azul impresionaron verdaderamente a Mike. Nadie en todo el universo podría decir una cosa me­jor que la que le acababan de decir. ¿Empezaba Mike a sentir con una mayor intensidad? El ángel de la visión le había dado un poco de las mismas vibraciones amorosas, pero ahora es­taba sintiendo una reacción emocional que superaba a cual­quier otra que hubiera experimentado jamás.

–Ser amado es una sensación maravillosa ¿verdad, Mi­chael?

El ángel azul caminaba de nuevo junto a Mike y era mu­cho más alto que él.

–¿Qué es este sentimiento? –preguntó Mike quedamen­te–. Estoy casi al borde de las lágrimas.

–Estás cambiando a otra vibración, Michael.

–No entiendo qué quiere decir eso. Eh... ¿tiene usted nom­bre, señor?

Michael se preguntó una vez más si habría ofendido al ente. ¿Y si fuera un ángel femenino? Mike no tenía la menor idea respecto a este tipo de cosas, pero el porte y la apariencia del ángel podían ser perfectamente femeninos.

–Llámame simplemente Azul –le respondió el ángel gui­ñándole un ojo–. Yo no tengo género, pero por mi tamaño y mi voz, tu mente deduce que soy del género masculino. Y a mí ya me está bien que me trates como tal –hizo una pausa para permitir que Mike captara lo que había dicho, y luego siguió hablando–: Tu estructura celular de ser humano pue­de existir en diversos índices vibratorios, Michael. El índice vibratorio al que estás habituado es, por así decirlo, el nivel número uno. Te has familiarizado con él y te ha servido dig­namente. Sin embargo, en este viaje será necesario que vayas más allá, que pases a un índice vibratorio de valor seis o siete, para que puedas avanzar hacia tu meta. En este momento es­tás cambiando a lo que podríamos llamar el índice dos, dado que no tenemos un nombre mejor que darle. Como ya te he dicho, cada índice vibratorio implica una mayor conciencia de la verdadera realidad de Dios. Lo que sientes ahora es la conciencia del amor. El amor es tangible, Michael. Tiene pro­piedades físicas y es poderoso. Tu nuevo índice vibratorio te permite sentirlo mucho más, como nunca antes lo habías he­cho. Es la esencia de esta casa, y se intensificará a medida que vayas visitando cada una de las casas.

Michael estaba encantado de escuchar a Azul. Ésta era la mayor explicación, y también la más clara, que había recibi­do hasta el momento.

–¿Eres un maestro? –preguntó Mike.

–Sí. Cada uno de los ángeles de las casas existe con esa finalidad, excepto el de la última. Tendré que hacerte varias revelaciones que son parte de mi casa, y los otros ángeles ha­rán lo mismo. Cuando hayas acabado el viaje, tu visión de conjunto respecto a cómo funcionan las cosas en el universo será mucho mayor que ahora. Mi misión es proporcionarte algo de lo que te has hecho merecedor por haber expresado tu propósito. Estás aquí, en mi casa, para recibir el mapa de tu contrato. Mañana temprano, antes de que prosigas tu camino, te lo mostraré y responderé a algunas preguntas. Es muy im­portante que esta casa sea la primera porque te ayudará en tu viaje. De momento, te exhorto a que disfrutes de nuestros regalos, que consisten en sustento y descanso.

De nuevo, Mike siguió al ángel, a quien empezaba a sentir como si fuera un amigo al que conocía bien, aunque muy azul. Entraron en un hermoso jardín interior donde todos los frutos y vegetales, hilera tras hilera, eran cultivados empleando una meticulosa agricultura. La luz, como en todas las demás habi­taciones, entraba a raudales por las troneras del techo, llenan­do cada zona de una esencia exterior natural. Mike también podía percibir el olor del pan horneándose, que provenía de otra zona del inmueble.

–¿Quién se encarga del mantenimiento de toda esta casa? –preguntó Mike–. Al único que veo aquí es a ti. ¿Tú co­mes?

–Cada casa tiene espacios como éste, Michael, y no, yo no como. Este jardín existe exclusivamente para los humanos que, como tú, están siguiendo este camino y dedican un tiem­po suspendido a esta experiencia de aprendizaje, y pasan por aquí. El jardín tiene muchos cuidadores, sólo que ahora no puedes verlos. Mientras recorras tu camino de conocimiento, no te faltará sustento, salud y alojamiento. Ésta es nuestra manera de honrarte a ti y honrar tu propósito.

Mike empezó a sentir la arrolladora sensación de estar pro­tegido mientras los dos seguían paseando por otras salas; el ser humano siguiendo siempre al enorme ente azul.

Finalmente, llegaron a una singular zona de descanso, in­tegrada por dependencias privadas provistas de una fantás­tica cama con dosel y prístinas sábanas blancas de encajes, que invitaban a Mike a dejar caer en ellas su cuerpo fatigado. Las mullidas almohadas llamaban su atención ofreciéndole la comodidad y la seguridad de un sueño profundo. Mike estaba atónito por el nivel de organización que había en esa casa.

–¿Todo esto es por mí? –Mike estaba impresionado.

–Por ti y por otros, Michael. Esto ha sido preparado para cualquiera que tenga el mismo tipo de propósito que tú.

En la habitación contigua había un banquete tal, ¡que Michael no podría habérselo terminado por mucho que lo in­tentase! Estaba compuesto por la comida más suculenta que había visto jamás, y era demasiada para una sola persona.

–Come lo que quieras, Michael –le dijo Azul– que no quedará nada sin aprovechar. Pero no guardes lo que sobre; resiste la tentación de llevártelo. Forma parte de una prueba de tu proceso, y es algo que entenderás más adelante.

Azul lo dejó solo y salió del recinto. Mike dejó a un lado su equipaje, se sentó y se puso a comer como rara vez lo había hecho. Tuvo cuidado de no caer en la glotonería, pero comió las deliciosas viandas hasta quedar más que satisfecho. Sus párpados empezaron a cerrarse, y el entorno propiciaba un grado de comodidad que Mike no había vuelto a experimen­tar desde que era un niño al cuidado de sus cariñosos padres.

«¡Si pudiera conservar esta sensación!», pensó Mike. Ha­cía que el hecho de ser humano valiera la pena. Mike se le­vantó de la mesa pensando que ya se encargaría de lavar los platos sucios al día siguiente por la mañana. ¡Se sentía tan cansado! A duras penas consiguió quitarse la ropa, que colgó en las perchas de la pared. Cayó rendido en la cama y rápida­mente fue arropado por la cálida envoltura de un tranquilo sueño.

En la quietud de la mañana, Mike se levantó sintiéndose increíblemente renovado. Se lavó y se dirigió al comedor, donde constató que ya habían recogido la mesa. ¡En vez de los platos sucios de la cena había un fantástico desayuno!

En parte, se había despertado al percibir el olor de patatas fritas y huevos frescos fritos, y el aroma de un delicioso pan recién horneado. Mike desayunó solo, y en la soledad se pre­guntó nuevamente si su petición de ir a casa había sido apro­piada, y se preguntó a sí mismo:

«¿Es un error querer salir de la experiencia terrenal? ¿Qué ocurre con aquellos que dejamos atrás?» Ellos no tendrían la capacidad de experimentar los niveles de progreso vibratorio a los que él podía llegar. ¿Era justo? Empezó a invadirle un sentimiento de melancolía al pensar en sus amigos y en sus compañeros de trabajo. ¡Incluso estaba preocupado por su ex amante!

«¿Qué está ocurriendo?», se preguntó. «Estoy empezando a sentir empatía con todo el mundo. Y esto no suele sucederme. ¡Es verdaderamente doloroso! Empiezo a lamentar el he­cho de poseer algo que los demás no tienen. ¿Significa esto que estoy equivocado? ¿Debería dar marcha atrás?».

Súbitamente, Azul apareció en el umbral de la puerta y le dijo:

–Es inevitable que te hagas esa pregunta, Michael. Una vez más, el ángel había sintonizado con los sentimien­tos de Mike. Aunque sobresaltado, Michael estuvo encanta­do de ver a Azul y le dio la bienvenida con una inclinación de cabeza.

–Háblame de estas cosas, Azul –dijo–. Con toda ho­nestidad, necesito orientación. Empiezo a cuestionarme si he hecho lo que debía.

–El trabajo del Espíritu es maravilloso, Michael Thomas de Propósito Puro –dijo Azul–, y el postulado de la ilumi­nación humana es éste: primero, ocúpate de ti mismo, y el honor de tu viaje será transmitido a quienes te rodean de una manera sincrónica, dado que el propósito de una persona siem­pre afectará a muchas otras.

–Una vez más, me resulta difícil comprender totalmente lo que me explicas, Azul –replicó Mike, confuso.

–Aunque no lo comprendas en este momento, Michael, tus acciones afectarán a los demás, dándoles oportunidades para tomar sus propias decisiones. No tendrían estas opcio­nes si no te hubieras decidido a estar justo aquí y ahora. Con­fía en la verdad de estas cosas, y no te hagas reproches.

Mike sintió que su espíritu se liberaba de un gran peso. Aunque Azul no había podido hacerle comprender por qué las cosas funcionan espiritualmente, le bastaba con la afirma­ción del ángel, y esto le hacía sentirse mucho mejor para po­der seguir adelante.

Mike recogió sus pertenencias y salió del comedor priva­do y de la zona de dormitorios. Entró en el enorme vestíbulo que desembocaba en la puerta por la que había pasado el día anterior viniendo del exterior. Azul caminaba lentamente de­trás de él, mientras Mike se maravillaba de la inmensidad de lo que le rodeaba. El ángel no dijo nada cuando observó que en su bolsa había unos bultos: sabía que eran pan y bollos.

–¿Adónde vamos? –preguntó Mike–. ¿Sigo en esa di­rección?

Sabía que tenía que recibir su propio mapa y quería que Azul le condujera a donde estaba éste.

–Detente aquí –le dijo Azul.

Los dos se pararon en el centro de un enorme vestíbulo de color azul, profusamente adornado. Azul se dirigió en silen­cio hacia una pared lejana próxima a una escalera y dijo:

–Ven aquí, Michael.

Mike le obedeció y, en un santiamén. Azul le hizo subir por una escalinata muy alta para buscar el cubículo específi­co en donde estaba su mapa. A medida que iba subiendo asi­do del pasamanos, notó que había un nombre escrito en cada cubículo horadado en la pared. En realidad, había dos nom­bres en cada compartimiento: uno de ellos parecía escrito en caracteres árabes y el otro en caracteres romanos. En lugar de estar ordenadas alfabéticamente, las casillas estaban dispues­tas según un sistema desconocido para Mike, pero sin duda familiar para Azul. Este le había dicho exactamente dónde buscar y ahora Mike estaba a una corta distancia del lugar que Azul le había indicado.

Finalmente, lo vio. La casilla tenía escrito «Michael Tho­mas» junto con otro letrero inscrito en extraños caracteres que las demás casillas también tenían. «Probablemente están es­critos en lenguaje angélico», pensó Michael. Le habían dado las siguientes instrucciones: no mirar lo que le rodeaba, sacar el pergamino del compartimiento correspondiente y volver a bajar para examinarlo. Mike acababa de sacarlo de la casilla y estaba empezando a bajar por la escalera cuando sus ojos se fijaron en otro grupo de nombres. Sintió que su corazón deja­ba de latir. ¡Los nombres de sus padres también estaban allí! La disposición de los pergaminos era en grupos familiares! En eso consistía el sistema espiritual empleado en el enorme vestíbulo. Mike sabía que tenía absolutamente prohibido to­car el pergamino de otra persona; sin embargo, se retrasó un poco para examinar algunos de los nombres que carecían de sentido para él. «¿Por qué están esos otros nombres junto a los de mi familia?», se preguntó

–¿Michael? –Azul lo llamó desde abajo.

–Ya voy, señor –respondió un tímido Mike. Azul sabía lo que estaba pensando, pero Mike no quería formular una clase de pregunta que pudiera romper el proto­colo de este lugar sagrado. Pensativamente, bajó la larga es­calera azul y le enseñó el pergamino a Azul. Éste miró a Mike durante un buen rato, y en su firme mirada no había secretos. Antes bien, transmitía la gratitud de Azul hacia Mike, pues éste había honrado los caminos de unción del sistema. Mike sintió que el amor de Dios inundaba todo su ser, y ambos sonrie­ron ampliamente ante la comunicación sin palabras. Mike empezaba a sentir que las palabras ya no eran necesarias. ¡Era como si pudiera comunicar a Azul todo cuanto quisiera sin emitir ningún tipo de sonido! «¡Esto es extraño!», pensó.

–No tan extraño como lo que estás a punto de ver –res­pondió Azul a sus pensamientos.

«¡Caramba!», pensó Mike. «Aquí no me libro.» Azul ignoró este último pensamiento y colocó el pergami­no sobre una mesa; luego se volvió hacia Mike.

–Michael Thomas de Propósito Puro –dijo formalmente–, éste es el mapa de tu vida. En una forma u otra, lo lleva­rás contigo a partir de ahora. Se te da con mucho amor y será una de las cosas más valiosas que poseerás.

De pronto, Mike recordó las palabras del ángel de la vi­sión del hospital respecto a que la nueva energía sería mucho más activa que antes. Mike hizo la pregunta obligada:

–¿Es un mapa actualizado?

–Más actualizado de lo que podrías desear –fue la fan­tástica respuesta del alto ser de color azul. Mike creyó escu­char que Azul se reía con disimulo.

Le entregó el mapa y, sin pronunciar palabra, lo invitó a que lo examinara. Mike lo cogió y lo apretó contra su pecho durante un momento, disfrutando del regalo como si fuera un niño. Sintió el carácter sagrado del momento, y abrió el mapa con tal ceremonia que hizo sonreír a Azul, quien conocía lo que estaba por llegar.

Cualquier reacción de asombro o expectación desapareció mientras Mike desenrollaba el pequeño pergamino. ¡Estaba en blanco! ¿O no? Justo en el centro del pergamino, y sólo visible mediante un cuidadoso examen, se encontraba un grupo de símbolos y letras. Mike se inclinó y observó de cerca los caracteres agrupados. Una flecha señalaba un pequeño punto rojo. Junto al punto estaban las palabras «Estás aquí». A un lado del mismo había un pequeño símbolo que representaba la casa de campo, en el que podía leerse «Casa de los Mapas». Alrededor de éste había una pequeña zona ricamente detalla­da, de aproximadamente tres centímetros, que contenía el ca­mino recorrido por Mike hasta el momento ¡Y se acababa ahí, sin más! El mapa sólo mostraba dónde estaba en ese mo­mento, y detallaba únicamente una pequeña zona que se ex­tendía más o menos cien metros en cada dirección.

–¿Qué es esto? –inquirió Mike, sin demasiado respe­to–. ¿Es una broma angélica. Azul? He recorrido todo este camino hasta la Casa de los Mapas para recibir un maravillo­so pergamino sagrado que me dice que... ¡estoy en la Casa de los Mapas!

–Las cosas no siempre son lo que parecen, Michael Tho­mas de Propósito Puro. Toma este don y llévalo contigo.

En realidad, Azul no estaba respondiendo a la pregunta. Mike supo intuitivamente que no era una buena idea volver a formularla, así que enrolló el aparentemente inútil mapa y lo guardó en su mochila. Estaba claramente decepcionado. Azul, seguido por Mike, recorrió de nuevo el camino que conducía a la puerta principal y salió al aire libre. El ángel se dirigió a Mike:

–Michael Thomas de Propósito Puro, debo hacerte una pregunta antes de que continúes el viaje a casa.

–Dime, mi azul amigo, ¿cuál es la pregunta? –inquirió Mike.

–Michael Thomas de Propósito Puro, ¿amas a Dios? Azul estaba muy serio. Mike encontró muy extraño que el ángel de la visión del hospital también le hubiera hecho la misma pregunta, y casi con el mismo tono. Se preguntó cuál sería el significado de esta repetición.

–Querido y esplendoroso maestro azul, dado que puedes ver en mi corazón, ya sabes que amo a Dios sin lugar a dudas.

Mike miró de frente al ángel mientras le daba su sincera respuesta.

–Así sea –dijo Azul y entró en la pequeña casa de cam­po azul cobalto, cerrando la puerta con firmeza.

Michael tenía una sensación de repentina desconexión, y se preguntó: «¿Alguna vez dirán adiós estos tíos?».

óóó

El tiempo era agradable y balsámico. Mike cogió su equipaje y su bolsa con víveres, entre los que estaban los bollos y el pan que había cogido de la casa azul, y echó a andar por el camino de tierra siguiendo una dirección que sabía lo condu­ciría a otra casa de enseñanza. Empezó a pasar lista de todos los elementos humorísticos pertenecientes a los sucesos que le habían ocurrido en la Casa de los Mapas, y pensó: «¡Imagí­nate, un mapa que sólo te dice en dónde estás en ese preciso momento! ¡Vaya inutilidad! Es evidente que ya sé dónde es­toy. ¡Qué lugar más extraño es éste!».

Ecos de risas resonaron en las colinas mientras Michael Thomas de Propósito Puro hacía participar de la alegría de su situación a las rocas y a los árboles, mientras continuaba su viaje al hogar. Su risa también llegó a las orejas verdes cubiertas de verrugas del ente tenebroso que le seguía a sólo doscientos metros de distancia. Mike no tenía la menor idea de que dicha forma oscura había esperado pacientemente a que él reanuda­ra su camino y, una vez más, estaba siguiendo sus pasos. El ente no proyectaba alegría, sólo la determinación de que Michael Thomas jamás llegara a la última casa. Ya había de­terminado su estrategia, y consistía en reducir la distancia entre él y Michael Thomas de Propósito Puro.

PARA CONTINUAR LA LECTURA IR A: 05- LA SEGUNDA CASA.-

No hay comentarios: