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domingo, 14 de octubre de 2007

04. La Primera Casa

El día siguiente amaneció un poco gris, pero Mike estaba ani­mado. Con los escasos fondos que había reservado se permi­tió tomar un buen desayuno en la terraza de un café local. Se sentía raro por estar en la calle a esa hora, ya que habitual­mente se encontraba en la oficina, acostumbrado a trabajar duro durante todo el día y a almorzar un tentempié sentado frente a su escritorio. Cuando el sol se ponía, él solía estar to­davía en el interior del edificio.

Una vez fuera, con las carteras en las manos y el bolso colgando de un hombro, Mike se preguntó qué camino debe­ría tomar exactamente. Sabía que no podía ir hacia el oeste, ya que inmediatamente llegaría al océano. Entonces optó por ir hacia el este hasta que no se le indicara otra ruta. Apropia­damente, Mike se sentía muy bien al iniciar un viaje basado en la fe, aunque seguía deseando tener un destino más claro.

«Si sólo tuviera algún indicio sobre qué dirección tomar; tal vez un mapa o una indicación de mi posición actual», se dijo Mike mientras andaba despacio hacia el este, atravesan­do lentamente los suburbios de Los Ángeles hacia las estri­baciones de unos barrios aparentemente interminables. «Me tomará semanas poder salir de aquí», pensó.

Verdaderamente, no sabía hacia dónde iba; pero continuó avanzando hacia el este. A la hora de comer se sentó en una cuneta y engulló las sobras que había guardado del desayuno. Una vez más, se preguntó si iba por el camino correcto.

–Si estás aquí, ¡te necesito ahora! –exclamó Mike en voz alta, dirigiéndose al cielo–. ¿Dónde está la puerta del camino?

–¡Tendrás un mapa actual!

Mike escuchó una voz familiar que le hablaba al oído. Se levantó y miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Reconoció la voz del ángel que había conocido antes.

–¿He escuchado eso o lo he sentido? –murmuró Mike con una sensación de alivio. ¡Por fin había comunicación!–. ¿Por qué has tardado tanto? –continuó Mike con un punto de humor.

–Sólo has pedido ayuda hace un momento –puntualizó la voz.

–¡Pero si he estado dando vueltas durante horas!

–Ésa fue tu elección –afirmó la voz–. ¿Por qué has tar­dado tanto en verbalizarnos tu petición?

Era evidente que la voz tenía un cierto matiz divertido, dándole la vuelta al reproche de Mike.

–¿Me estás diciendo que solamente obtendré ayuda cuan­do la pida?

–Sí. ¡ Vaya concepto! –respondió la voz–. Eres un espí­ritu libre, honrado y poderoso y capaz de marcar tu propio camino si así lo decides. Es lo que has estado haciendo du­rante toda tu vida. Nosotros siempre hemos estado aquí, pero solamente actuamos cuando lo pides. ¿Te parece tan raro?

Mike se sintió momentáneamente irritado por la lógica ab­soluta que encerraban las palabras del ángel.

–Bueno, dime ¿hacia dónde debo ir? Ya ha pasado el me­diodía, y toda la mañana he estado adivinando a dónde diri­girme.

–¡Has adivinado bien! –respondió la voz, con ironía im­plícita–. La puerta al camino está justo delante.

–¿Eso significa que iba por buen camino?

–No te sorprendas demasiado por ir en la dirección co­rrecta. Eres parte del todo, Michael Thomas de Propósito Puro. Con la práctica, tu intuición será muy eficaz. Hoy estoy aquí únicamente para darte un poco de orientación –la voz titu­beaba–. ¡Mira frente a ti! ¡Si ya estás en el umbral!

Mike se encontraba frente a un gran seto que conducía al interior de un barranco bordeado por hileras de casas.

–No veo nada.

–Mira otra vez, Michael Thomas.

Mike miró hacia el arbusto y poco a poco se fue dando cuenta de que allí estaba la silueta de una puerta. Pasaba desa­percibida porque estaba completamente integrada en el en­torno y parecía ser parte de la estructura total de la planta. Mike pensó que era imposible no ver la puerta, incluso que­riendo. ¡Era tan evidente! Giró la cara un momento, y luego volvió a verla con una nueva percepción. Estaba allí, más evidente incluso que antes.

–¿Qué está ocurriendo? –preguntó Mike, consciente de que su percepción estaba cambiando.

–Cuando las cosas ocultas se vuelven obvias –dijo la dulce voz– ya no puedes volver a la ignorancia. Ahora verás todas las puertas con claridad, puesto que has mostrado tu intención con ésta.

Aunque Mike no podía comprender del todo el significado de lo que estaba recibiendo, sí estaba totalmente listo para emprender el camino principal de su viaje. ¡El seto dejó de parecer una puerta y realmente se convirtió en una! Justo ante sus ojos, estaba cambiando y definiéndose.

–¡Esto es un milagro! –susurró Mike mientras seguía observando cómo el alto seto se transformaba en una puerta tangible. Retrocedió un poco para permitir que el fenómeno que acontecía tuviera suficiente espacio.

–En realidad, no lo es –replicó la voz–. Lo que sucede es que tu propósito espiritual te ha cambiado un poco, y las cosas que vibran a tu nuevo nivel simplemente han entrado en tu campo de visión; eso no es un milagro. Sencillamente, así es como funciona.

–¿Me estás diciendo que mi conciencia puede transfor­mar la realidad? –preguntó Mike.

–Semántica –respondió la voz–. La realidad es la esen­cia de Dios y es constante. Tu conciencia humana sólo revela las partes nuevas que deseas experimentar. A medida que vas cambiando, una mayor parte se hace evidente; entonces pue­des experimentar las numerosas revelaciones nuevas y utili­zarlas como quieras. Sin embargo, no podrás dar marcha atrás.

Mike empezaba a comprender, pero antes de iniciar el ca­mino atravesando la puerta que acababa de revelarse ante él, le quedaba por hacer una pregunta más. Siempre había tenido la disposición de analizarlo todo en función de la verdad, y esto incluía a la dulce voz que ahora estaba escuchando en su mente. Mike meditó la pregunta y la formuló:

–Dijiste que soy una criatura de libre albedrío. Entonces, ¿por qué no puedo dar marcha atrás si así lo decido? ¿Qué pasa si quiero ignorar la nueva realidad y volver a una más simple? ¿No es eso libre albedrío?

–Es la física de la espiritualidad la que crea un axioma que establece que tú nunca podrás volver a un estado de me­nor conciencia –replicó la voz–. No obstante, si eliges acti­vamente intentarlo, entonces estás negando la iluminación que se te ha dado, y te desequilibrarás. Ciertamente, puedes inten­tar retroceder. Es tu libre albedrío. Pero es triste que haya humanos que intenten ignorar aquello que saben que es la verdad, porque no durarán mucho tiempo teniendo un índice vibratorio dual.

Mike no comprendió toda la nueva información espiritual que la voz le estaba impartiendo. No obstante, recibió la res­puesta a su pregunta. Sabía que podía dar media vuelta y re­gresar a la ciudad. La elección era suya. Pero mientras estu­viera allí, seguiría viendo la puerta. Y si optaba por ignorarla a pesar de saber que existía, era probable que se desequilibra­ra y, sin duda, caería enfermo. De algún modo, todo esto tenía sentido, y su deseo era avanzar, no retroceder. Así que Michael cogió las carteras y la bolsa, y entró por la puerta al camino que representaba el inicio de su viaje. Dicho camino era un simple sendero de tierra, similar a cualquier camino de cual­quier barranco. Mike estaba emocionado y se puso en mar­cha, dejando atrás la puerta rápidamente.

En cuanto lo hizo, una figura verdosa, siniestra e indefini­da, se deslizó tras él, pasando también por la puerta. Eso pisó parte del arbusto, que se marchitó inmediatamente; y si Michael no se hubiera adelantado, se habría dado cuenta de su presencia, alertado por el hedor que desprendía. Rápidamente. Eso tomó posición y empezó a seguir a Michael Thomas, manteniéndose fuera de su vista, pero yendo al mis­mo paso impetuoso que éste llevaba. Como un espectro astu­to y veloz, Eso seguía a Mike ensombreciendo su ímpetu y su alegría con la misma cantidad de odio y oscuros propósitos. Mike no podía imaginar siquiera que Eso existía.

Poco después de ponerse en camino, el panorama, e inclu­so la percepción del terreno, cambiaron ostensiblemente para Michael Thomas. Ya no podía ver la extensa ciudad de Los Ángeles, ni la multitud de casas del área suburbana. De he­cho, no había ningún indicio de civilización, como por ejem­plo, postes de teléfono, aviones o autovías. Había emprendi­do con ilusión el camino sin asfaltar que estaba delante de él, avanzando por el mismo sin pensar, como un niño que abre sus regalos de Navidad. Entonces se dio cuenta de que, paso a paso, se iba adentrando profundamente en otro mundo. El viaje lo estaba llevando a una realidad que aún estaba lejos de bo­rrar la que acababa de experimentar. Mike se preguntó si se encontraba en un lugar situado entre la Tierra y el Cielo, don­de empezaría su enseñanza espiritual. Había dado por senta­do que pronto tendría lugar ese proceso, que le prepararía para el honor de regresar al hogar. El camino, similar a un sendero, se ensanchaba gradualmente, y ahora casi tenía el ancho de una carretera. No presentaba ninguna huella de pisadas y era muy fácil de seguir.

Súbitamente, Michael miró a su alrededor. ¿Qué era eso? Sus ojos captaron una imagen de color verde oscuro que se movía rápidamente, y que salía disparada hacia la izquierda, ocultándose detrás de una roca grande y redonda.

«Debe de ser la fauna local», pensó Mike.

El camino que había recorrido hasta ahora era un reflejo exacto del lugar al que ahora se dirigía: un sendero largo que se torcía y volvía a aparecer, desapareciendo en lontananza colina tras colina.

Todo el recorrido se desarrollaba en un campo exuberante y magnífico, lleno de árboles, prados verdes y floraciones en las rocas. Las flores moteaban el paisaje como infinitos puntos de color luminiscente, situados con exactitud en los luga­res precisos del perfecto lienzo de la naturaleza.

Mike se detuvo a descansar. No llevaba reloj, pero al mirar la posición del sol supuso que serían aproximadamente las dos del mediodía, la hora de la comida. Se sentó junto al ca­mino y se comió los restos del gran desayuno, que había guar­dado para sus dos últimos tentempiés. Miró a su alrededor y percibió la tranquilidad.

«No hay pájaros», pensó. Observó el suelo más de cerca. «Tampoco hay insectos. Este sitio es realmente extraño.» Mike lo observaba todo. Sintió una repentina brisa sobre su cabe­llo. «¡Por lo menos, hay aire!» Miró hacia el cielo y contem­pló el azul nítido de un día magnífico y renovador.

Cayó en la cuenta de que ya no le quedaba más comida, pero también sabía que no estaba solo y que, de un modo u otro, Dios le daría sustento. Recordó la historia de Moisés en el desierto, quien lo recorrió durante cuarenta años junto con las tribus de Israel. Recordó que esos nómadas recibieron ali­mento del cielo, y reflexionó sobre esta historia, preguntán­dose si sería cierta. Pensó: «Todas esas familias que siguieron a Moisés tenían adolescentes testarudos, tal como los tene­mos en la actualidad». Los podía ver quejándose ante sus pa­dres respectivos: «¡Eh! ¡Que nosotros ya hemos estado ocho veces en la misma roca desde que yo era un niño! ¿Por qué confiáis en ese tipo, el tal Moisés? ¡Nos está haciendo andar en círculos! ¡El desierto no puede ser tan grande! ¿Es que no lo veis?».

Mike rió mientras se imaginaba la escena; entonces se pre­guntó si dentro de poco vería esa roca ¡que le indicaría que también estaba andando en círculos! No tenía ni idea de a dónde se dirigía, como los israelitas en el desierto ¡y tampoco tenía comida! Esto le hizo reír con más ganas a causa de las similitudes.

Tal vez la risa fue honrada, o simplemente se trataba del momento propicio, el caso es que en el siguiente recodo del amplio camino de tierra, Mike la vio. Se trataba de la primera casa, de color azul brillante. «¡Dios!», pensó, «¡Si Frank Lloyd Wright pudiera ver esto, daría un grito!». Mike rió en su inte­rior. «Espero no haber sido irreverente», pero nunca antes ha­bía visto una casa de color azul. El camino conducía directa­mente a la puerta, por lo que supo o supuso que estaba ante su primera parada. También era evidente que no había ninguna otra edificación en los alrededores.

A medida que Mike se acercaba a la pequeña casa de cam­po, pudo apreciar que su color era azul cobalto, y que su inte­rior despedía una luz difusa. Mientras recorría el camino que conducía a la puerta, observó una pequeña señal que identifi­caba a la casa como la «Casa de los Mapas». ¡Mike constató que eso era precisamente lo que había pedido! Ahora había conseguido llegar a un lugar determinado. Tal vez el resto del viaje no estaría tan lleno de incertidumbre. Un mapa local actual podía ser un instrumento valioso en esa extraña tierra.

La puerta de la casa se abrió súbitamente y de ella salió una criatura grande y hermosa, ¡de un color azul que armoni­zaba perfectamente con el de la casa! Evidentemente, era una entidad angélica pues, como el ángel de la visión, desborda­ba la realidad y era más grande que un ser humano. Su pre­sencia llenaba el aire de una sensación de esplendor y de una esencia floral. Una vez más, ¡Michael podía percibir la fra­gancia que emanaba de la entidad! El gran ser azul se colocó frente a él.

–¡Bienvenido, Michael Thomas de Propósito Puro! Te esperábamos.

A diferencia del ángel de la visión, la cara de éste era per­fectamente visible, y Michael pudo ver en ella una expresión de bienestar y alegría que parecía ser continua, dijera lo que dijera. Mike se sintió agradecido por su compañía y se mos­tró respetuoso de la situación. Saludó al ángel.

–¡Bienvenido tú también, gran ser azul!

Mike tragó saliva. ¿Y si al ángel no le gustaba que lo lla­maran azul? ¿Y si su color azulado fuera solamente producto de la mente humana y realmente no fuera azul? «¡Tal vez ni siquiera le gusta ese color!». Mike suspiró ante la lista de ¿y si...? que estaba pasando por su mente humana.

–Soy azul para todos los seres, Michael Thomas de Pro­pósito Puro –dijo pensativo el ángel–, y acepto tu bienve­nida con alegría. Por favor, entra en la Casa de los Mapas y prepárate para pasar la noche.

Esta vez, Mike se alegró de que el ángel leyese sus pensa­mientos. ¿O era que, más que leerlos, podía sentirlos, tal como le había dicho el ángel de la visión? En cualquier caso, Mike se alegró de no haber ofendido al guardián de la primera casa.

Mike y el ángel, dos entidades diferentes reunidas, entra­ron en la casa azul. Incluso mientras la puerta se cerraba tras ellos, dos ojos descomunales, penetrantes, coléricos y de co­lor rojo remolacha los espiaban agazapados entre la espesa maleza, un poco hacia la izquierda de la entrada de la casa. Estaban muy alerta. No se fatigaban, y eran muy pacientes y silenciosos. No se moverían ni parpadearían hasta ver que Michael Thomas estaba listo para reanudar su viaje.

Al entrar en la casa, Mike se asombró ante lo que vio. ¡El interior de la estructura era inmenso! Parecía interminable, aunque su exterior fuera modesto y humilde. Recordó que el ángel de la visión le había dicho que las cosas podían no ser lo que parecían, y era evidente que esto formaba parte de la nueva y extraña realidad de su conciencia. Mike hizo conje­turas acerca de esta nueva percepción: ¿Tenía un significado mayor?

Siguiendo al ángel, Mike recorrió los amplios vestíbulos de la Casa de los Mapas. El interior evocaba al de una biblio­teca de primera categoría, similar al de algunas ilustres bi­bliotecas europeas, en donde están clasificados importantes libros históricos de todo tipo. Sin embargo, en lugar de estan­terías con libros, en las paredes había decenas de miles de agujeros y cada uno de ellos contenía lo que Mike creyó iden­tificar como un pergamino. Las paredes parecían no tener fin, y había agujeros en ambos lados de cada uno de los vestíbu­los por los que iban pasando, que tenían varias plantas de altura. Todavía no podía ver de cerca los agujeros, pero era posible que contuvieran mapas, ya que el nombre de la casa así lo indicaba. Pero, ¿por qué había tantos? El recorrido por las gigantescas habitaciones parecía no tener fin, y en el pro­ceso no encontró a ningún otro ser vivo.

–¿Estamos solos? –preguntó Mike.

El ángel se volvió hacia él y rió.

–Supongo que depende de lo que quieras decir con eso de «solos» –respondió–. Estás observando los contratos que cada ser humano tiene con el planeta.

Dicho esto, siguió andando con naturalidad.

Mike se detuvo y observó a su alrededor, reaccionando con asombro a lo que el ángel acababa de decirle. La distan­cia entre ellos aumentó, dado que el ángel siguió andando sin esperarle. Al sentir que Mike no le seguía, se detuvo, se vol­vió y le esperó pacientemente sin decir nada.

Mike vio las escaleras apoyadas contra las enormes pare­des de varios pisos de altura, llenas de interminables cubícu­los de madera que contenían pergamino tras pergamino. El ángel les había llamado contratos. ¿Y eso qué significaba?

–¡No entiendo nada de lo que me has dicho! –exclamó Mike mientras alcanzaba al ángel.

–Antes de que termine tu viaje, lo comprenderás –le dijo el ángel con voz reconfortante–. Aquí no hay nada que sea aterrador, Michael. Todo está en orden, y tu visita era espera­da y la honramos. Tu propósito es puro, y todos nosotros po­demos constatar eso. Relájate y disfruta de nuestro amor.

Las palabras del ente azul impresionaron verdaderamente a Mike. Nadie en todo el universo podría decir una cosa me­jor que la que le acababan de decir. ¿Empezaba Mike a sentir con una mayor intensidad? El ángel de la visión le había dado un poco de las mismas vibraciones amorosas, pero ahora es­taba sintiendo una reacción emocional que superaba a cual­quier otra que hubiera experimentado jamás.

–Ser amado es una sensación maravillosa ¿verdad, Mi­chael?

El ángel azul caminaba de nuevo junto a Mike y era mu­cho más alto que él.

–¿Qué es este sentimiento? –preguntó Mike quedamen­te–. Estoy casi al borde de las lágrimas.

–Estás cambiando a otra vibración, Michael.

–No entiendo qué quiere decir eso. Eh... ¿tiene usted nom­bre, señor?

Michael se preguntó una vez más si habría ofendido al ente. ¿Y si fuera un ángel femenino? Mike no tenía la menor idea respecto a este tipo de cosas, pero el porte y la apariencia del ángel podían ser perfectamente femeninos.

–Llámame simplemente Azul –le respondió el ángel gui­ñándole un ojo–. Yo no tengo género, pero por mi tamaño y mi voz, tu mente deduce que soy del género masculino. Y a mí ya me está bien que me trates como tal –hizo una pausa para permitir que Mike captara lo que había dicho, y luego siguió hablando–: Tu estructura celular de ser humano pue­de existir en diversos índices vibratorios, Michael. El índice vibratorio al que estás habituado es, por así decirlo, el nivel número uno. Te has familiarizado con él y te ha servido dig­namente. Sin embargo, en este viaje será necesario que vayas más allá, que pases a un índice vibratorio de valor seis o siete, para que puedas avanzar hacia tu meta. En este momento es­tás cambiando a lo que podríamos llamar el índice dos, dado que no tenemos un nombre mejor que darle. Como ya te he dicho, cada índice vibratorio implica una mayor conciencia de la verdadera realidad de Dios. Lo que sientes ahora es la conciencia del amor. El amor es tangible, Michael. Tiene pro­piedades físicas y es poderoso. Tu nuevo índice vibratorio te permite sentirlo mucho más, como nunca antes lo habías he­cho. Es la esencia de esta casa, y se intensificará a medida que vayas visitando cada una de las casas.

Michael estaba encantado de escuchar a Azul. Ésta era la mayor explicación, y también la más clara, que había recibi­do hasta el momento.

–¿Eres un maestro? –preguntó Mike.

–Sí. Cada uno de los ángeles de las casas existe con esa finalidad, excepto el de la última. Tendré que hacerte varias revelaciones que son parte de mi casa, y los otros ángeles ha­rán lo mismo. Cuando hayas acabado el viaje, tu visión de conjunto respecto a cómo funcionan las cosas en el universo será mucho mayor que ahora. Mi misión es proporcionarte algo de lo que te has hecho merecedor por haber expresado tu propósito. Estás aquí, en mi casa, para recibir el mapa de tu contrato. Mañana temprano, antes de que prosigas tu camino, te lo mostraré y responderé a algunas preguntas. Es muy im­portante que esta casa sea la primera porque te ayudará en tu viaje. De momento, te exhorto a que disfrutes de nuestros regalos, que consisten en sustento y descanso.

De nuevo, Mike siguió al ángel, a quien empezaba a sentir como si fuera un amigo al que conocía bien, aunque muy azul. Entraron en un hermoso jardín interior donde todos los frutos y vegetales, hilera tras hilera, eran cultivados empleando una meticulosa agricultura. La luz, como en todas las demás habi­taciones, entraba a raudales por las troneras del techo, llenan­do cada zona de una esencia exterior natural. Mike también podía percibir el olor del pan horneándose, que provenía de otra zona del inmueble.

–¿Quién se encarga del mantenimiento de toda esta casa? –preguntó Mike–. Al único que veo aquí es a ti. ¿Tú co­mes?

–Cada casa tiene espacios como éste, Michael, y no, yo no como. Este jardín existe exclusivamente para los humanos que, como tú, están siguiendo este camino y dedican un tiem­po suspendido a esta experiencia de aprendizaje, y pasan por aquí. El jardín tiene muchos cuidadores, sólo que ahora no puedes verlos. Mientras recorras tu camino de conocimiento, no te faltará sustento, salud y alojamiento. Ésta es nuestra manera de honrarte a ti y honrar tu propósito.

Mike empezó a sentir la arrolladora sensación de estar pro­tegido mientras los dos seguían paseando por otras salas; el ser humano siguiendo siempre al enorme ente azul.

Finalmente, llegaron a una singular zona de descanso, in­tegrada por dependencias privadas provistas de una fantás­tica cama con dosel y prístinas sábanas blancas de encajes, que invitaban a Mike a dejar caer en ellas su cuerpo fatigado. Las mullidas almohadas llamaban su atención ofreciéndole la comodidad y la seguridad de un sueño profundo. Mike estaba atónito por el nivel de organización que había en esa casa.

–¿Todo esto es por mí? –Mike estaba impresionado.

–Por ti y por otros, Michael. Esto ha sido preparado para cualquiera que tenga el mismo tipo de propósito que tú.

En la habitación contigua había un banquete tal, ¡que Michael no podría habérselo terminado por mucho que lo in­tentase! Estaba compuesto por la comida más suculenta que había visto jamás, y era demasiada para una sola persona.

–Come lo que quieras, Michael –le dijo Azul– que no quedará nada sin aprovechar. Pero no guardes lo que sobre; resiste la tentación de llevártelo. Forma parte de una prueba de tu proceso, y es algo que entenderás más adelante.

Azul lo dejó solo y salió del recinto. Mike dejó a un lado su equipaje, se sentó y se puso a comer como rara vez lo había hecho. Tuvo cuidado de no caer en la glotonería, pero comió las deliciosas viandas hasta quedar más que satisfecho. Sus párpados empezaron a cerrarse, y el entorno propiciaba un grado de comodidad que Mike no había vuelto a experimen­tar desde que era un niño al cuidado de sus cariñosos padres.

«¡Si pudiera conservar esta sensación!», pensó Mike. Ha­cía que el hecho de ser humano valiera la pena. Mike se le­vantó de la mesa pensando que ya se encargaría de lavar los platos sucios al día siguiente por la mañana. ¡Se sentía tan cansado! A duras penas consiguió quitarse la ropa, que colgó en las perchas de la pared. Cayó rendido en la cama y rápida­mente fue arropado por la cálida envoltura de un tranquilo sueño.

En la quietud de la mañana, Mike se levantó sintiéndose increíblemente renovado. Se lavó y se dirigió al comedor, donde constató que ya habían recogido la mesa. ¡En vez de los platos sucios de la cena había un fantástico desayuno!

En parte, se había despertado al percibir el olor de patatas fritas y huevos frescos fritos, y el aroma de un delicioso pan recién horneado. Mike desayunó solo, y en la soledad se pre­guntó nuevamente si su petición de ir a casa había sido apro­piada, y se preguntó a sí mismo:

«¿Es un error querer salir de la experiencia terrenal? ¿Qué ocurre con aquellos que dejamos atrás?» Ellos no tendrían la capacidad de experimentar los niveles de progreso vibratorio a los que él podía llegar. ¿Era justo? Empezó a invadirle un sentimiento de melancolía al pensar en sus amigos y en sus compañeros de trabajo. ¡Incluso estaba preocupado por su ex amante!

«¿Qué está ocurriendo?», se preguntó. «Estoy empezando a sentir empatía con todo el mundo. Y esto no suele sucederme. ¡Es verdaderamente doloroso! Empiezo a lamentar el he­cho de poseer algo que los demás no tienen. ¿Significa esto que estoy equivocado? ¿Debería dar marcha atrás?».

Súbitamente, Azul apareció en el umbral de la puerta y le dijo:

–Es inevitable que te hagas esa pregunta, Michael. Una vez más, el ángel había sintonizado con los sentimien­tos de Mike. Aunque sobresaltado, Michael estuvo encanta­do de ver a Azul y le dio la bienvenida con una inclinación de cabeza.

–Háblame de estas cosas, Azul –dijo–. Con toda ho­nestidad, necesito orientación. Empiezo a cuestionarme si he hecho lo que debía.

–El trabajo del Espíritu es maravilloso, Michael Thomas de Propósito Puro –dijo Azul–, y el postulado de la ilumi­nación humana es éste: primero, ocúpate de ti mismo, y el honor de tu viaje será transmitido a quienes te rodean de una manera sincrónica, dado que el propósito de una persona siem­pre afectará a muchas otras.

–Una vez más, me resulta difícil comprender totalmente lo que me explicas, Azul –replicó Mike, confuso.

–Aunque no lo comprendas en este momento, Michael, tus acciones afectarán a los demás, dándoles oportunidades para tomar sus propias decisiones. No tendrían estas opcio­nes si no te hubieras decidido a estar justo aquí y ahora. Con­fía en la verdad de estas cosas, y no te hagas reproches.

Mike sintió que su espíritu se liberaba de un gran peso. Aunque Azul no había podido hacerle comprender por qué las cosas funcionan espiritualmente, le bastaba con la afirma­ción del ángel, y esto le hacía sentirse mucho mejor para po­der seguir adelante.

Mike recogió sus pertenencias y salió del comedor priva­do y de la zona de dormitorios. Entró en el enorme vestíbulo que desembocaba en la puerta por la que había pasado el día anterior viniendo del exterior. Azul caminaba lentamente de­trás de él, mientras Mike se maravillaba de la inmensidad de lo que le rodeaba. El ángel no dijo nada cuando observó que en su bolsa había unos bultos: sabía que eran pan y bollos.

–¿Adónde vamos? –preguntó Mike–. ¿Sigo en esa di­rección?

Sabía que tenía que recibir su propio mapa y quería que Azul le condujera a donde estaba éste.

–Detente aquí –le dijo Azul.

Los dos se pararon en el centro de un enorme vestíbulo de color azul, profusamente adornado. Azul se dirigió en silen­cio hacia una pared lejana próxima a una escalera y dijo:

–Ven aquí, Michael.

Mike le obedeció y, en un santiamén. Azul le hizo subir por una escalinata muy alta para buscar el cubículo específi­co en donde estaba su mapa. A medida que iba subiendo asi­do del pasamanos, notó que había un nombre escrito en cada cubículo horadado en la pared. En realidad, había dos nom­bres en cada compartimiento: uno de ellos parecía escrito en caracteres árabes y el otro en caracteres romanos. En lugar de estar ordenadas alfabéticamente, las casillas estaban dispues­tas según un sistema desconocido para Mike, pero sin duda familiar para Azul. Este le había dicho exactamente dónde buscar y ahora Mike estaba a una corta distancia del lugar que Azul le había indicado.

Finalmente, lo vio. La casilla tenía escrito «Michael Tho­mas» junto con otro letrero inscrito en extraños caracteres que las demás casillas también tenían. «Probablemente están es­critos en lenguaje angélico», pensó Michael. Le habían dado las siguientes instrucciones: no mirar lo que le rodeaba, sacar el pergamino del compartimiento correspondiente y volver a bajar para examinarlo. Mike acababa de sacarlo de la casilla y estaba empezando a bajar por la escalera cuando sus ojos se fijaron en otro grupo de nombres. Sintió que su corazón deja­ba de latir. ¡Los nombres de sus padres también estaban allí! La disposición de los pergaminos era en grupos familiares! En eso consistía el sistema espiritual empleado en el enorme vestíbulo. Mike sabía que tenía absolutamente prohibido to­car el pergamino de otra persona; sin embargo, se retrasó un poco para examinar algunos de los nombres que carecían de sentido para él. «¿Por qué están esos otros nombres junto a los de mi familia?», se preguntó

–¿Michael? –Azul lo llamó desde abajo.

–Ya voy, señor –respondió un tímido Mike. Azul sabía lo que estaba pensando, pero Mike no quería formular una clase de pregunta que pudiera romper el proto­colo de este lugar sagrado. Pensativamente, bajó la larga es­calera azul y le enseñó el pergamino a Azul. Éste miró a Mike durante un buen rato, y en su firme mirada no había secretos. Antes bien, transmitía la gratitud de Azul hacia Mike, pues éste había honrado los caminos de unción del sistema. Mike sintió que el amor de Dios inundaba todo su ser, y ambos sonrie­ron ampliamente ante la comunicación sin palabras. Mike empezaba a sentir que las palabras ya no eran necesarias. ¡Era como si pudiera comunicar a Azul todo cuanto quisiera sin emitir ningún tipo de sonido! «¡Esto es extraño!», pensó.

–No tan extraño como lo que estás a punto de ver –res­pondió Azul a sus pensamientos.

«¡Caramba!», pensó Mike. «Aquí no me libro.» Azul ignoró este último pensamiento y colocó el pergami­no sobre una mesa; luego se volvió hacia Mike.

–Michael Thomas de Propósito Puro –dijo formalmente–, éste es el mapa de tu vida. En una forma u otra, lo lleva­rás contigo a partir de ahora. Se te da con mucho amor y será una de las cosas más valiosas que poseerás.

De pronto, Mike recordó las palabras del ángel de la vi­sión del hospital respecto a que la nueva energía sería mucho más activa que antes. Mike hizo la pregunta obligada:

–¿Es un mapa actualizado?

–Más actualizado de lo que podrías desear –fue la fan­tástica respuesta del alto ser de color azul. Mike creyó escu­char que Azul se reía con disimulo.

Le entregó el mapa y, sin pronunciar palabra, lo invitó a que lo examinara. Mike lo cogió y lo apretó contra su pecho durante un momento, disfrutando del regalo como si fuera un niño. Sintió el carácter sagrado del momento, y abrió el mapa con tal ceremonia que hizo sonreír a Azul, quien conocía lo que estaba por llegar.

Cualquier reacción de asombro o expectación desapareció mientras Mike desenrollaba el pequeño pergamino. ¡Estaba en blanco! ¿O no? Justo en el centro del pergamino, y sólo visible mediante un cuidadoso examen, se encontraba un grupo de símbolos y letras. Mike se inclinó y observó de cerca los caracteres agrupados. Una flecha señalaba un pequeño punto rojo. Junto al punto estaban las palabras «Estás aquí». A un lado del mismo había un pequeño símbolo que representaba la casa de campo, en el que podía leerse «Casa de los Mapas». Alrededor de éste había una pequeña zona ricamente detalla­da, de aproximadamente tres centímetros, que contenía el ca­mino recorrido por Mike hasta el momento ¡Y se acababa ahí, sin más! El mapa sólo mostraba dónde estaba en ese mo­mento, y detallaba únicamente una pequeña zona que se ex­tendía más o menos cien metros en cada dirección.

–¿Qué es esto? –inquirió Mike, sin demasiado respe­to–. ¿Es una broma angélica. Azul? He recorrido todo este camino hasta la Casa de los Mapas para recibir un maravillo­so pergamino sagrado que me dice que... ¡estoy en la Casa de los Mapas!

–Las cosas no siempre son lo que parecen, Michael Tho­mas de Propósito Puro. Toma este don y llévalo contigo.

En realidad, Azul no estaba respondiendo a la pregunta. Mike supo intuitivamente que no era una buena idea volver a formularla, así que enrolló el aparentemente inútil mapa y lo guardó en su mochila. Estaba claramente decepcionado. Azul, seguido por Mike, recorrió de nuevo el camino que conducía a la puerta principal y salió al aire libre. El ángel se dirigió a Mike:

–Michael Thomas de Propósito Puro, debo hacerte una pregunta antes de que continúes el viaje a casa.

–Dime, mi azul amigo, ¿cuál es la pregunta? –inquirió Mike.

–Michael Thomas de Propósito Puro, ¿amas a Dios? Azul estaba muy serio. Mike encontró muy extraño que el ángel de la visión del hospital también le hubiera hecho la misma pregunta, y casi con el mismo tono. Se preguntó cuál sería el significado de esta repetición.

–Querido y esplendoroso maestro azul, dado que puedes ver en mi corazón, ya sabes que amo a Dios sin lugar a dudas.

Mike miró de frente al ángel mientras le daba su sincera respuesta.

–Así sea –dijo Azul y entró en la pequeña casa de cam­po azul cobalto, cerrando la puerta con firmeza.

Michael tenía una sensación de repentina desconexión, y se preguntó: «¿Alguna vez dirán adiós estos tíos?».

óóó

El tiempo era agradable y balsámico. Mike cogió su equipaje y su bolsa con víveres, entre los que estaban los bollos y el pan que había cogido de la casa azul, y echó a andar por el camino de tierra siguiendo una dirección que sabía lo condu­ciría a otra casa de enseñanza. Empezó a pasar lista de todos los elementos humorísticos pertenecientes a los sucesos que le habían ocurrido en la Casa de los Mapas, y pensó: «¡Imagí­nate, un mapa que sólo te dice en dónde estás en ese preciso momento! ¡Vaya inutilidad! Es evidente que ya sé dónde es­toy. ¡Qué lugar más extraño es éste!».

Ecos de risas resonaron en las colinas mientras Michael Thomas de Propósito Puro hacía participar de la alegría de su situación a las rocas y a los árboles, mientras continuaba su viaje al hogar. Su risa también llegó a las orejas verdes cubiertas de verrugas del ente tenebroso que le seguía a sólo doscientos metros de distancia. Mike no tenía la menor idea de que dicha forma oscura había esperado pacientemente a que él reanuda­ra su camino y, una vez más, estaba siguiendo sus pasos. El ente no proyectaba alegría, sólo la determinación de que Michael Thomas jamás llegara a la última casa. Ya había de­terminado su estrategia, y consistía en reducir la distancia entre él y Michael Thomas de Propósito Puro.

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05. La Segunda Casa

No pasó mucho tiempo sin que Mike notara que se había pro­ducido un cambio respecto a lo que había estado acostumbra­do hasta entonces. Avanzaba fácilmente por el camino, y nunca pensó que podría presentársele algún tipo de elección en cuanto a qué dirección tomar. Además, estaba desconcertado porque de un modo intuitivo tenía la sensación de ser observado.

Pudo ver claramente que a lo lejos se presentaba una situa­ción problemática: había una bifurcación en el camino que le obligaría a elegir entre dos rumbos a seguir para llegar a la siguiente casa. Se encogió de hombros y se detuvo, observan­do lo que había más adelante.

«¿Qué es esto?», pensó. «¿Cómo se supone que he de co­nocer el camino en esta extraña tierra de ángeles y casas de colores?» Mike no esperaba obtener respuestas, dado que las preguntas eran retóricas y las había formulado sólo para sí mismo; no obstante, se preocupaba. En ese preciso momento, se acordó del mapa.

Se sentó a la orilla del camino. Había puesto el mapa en la misma bolsa en la que llevaba el pan, y estaba a punto de sacarlo cuando casi cayó desmayado a causa del mal olor que se desprendía del interior de la bolsa. «¿Qué es lo que se está pudriendo ahí dentro?», se preguntó.

Olía tan mal que Mike estuvo a punto de no querer averi­guar cuál era la causa de semejante pestilencia. Indudable­mente, era un olor orgánico, por lo que dedujo que se trataba del pan; y no se equivocaba.

Con cuidado, Mike sacó el mapa de la bolsa, dándole el trato adecuado, ya que era un preciado regalo, y con la espe­ranza de que el olor no hubiera dañado el objeto sagrado pero aparentemente inútil. El mapa estaba entero, pero el pan y los bollos, no. Michael vació el contenido de la mochila en el suelo y se estremeció ante lo que vio.

Allí estaban, podridas, las sobras del pan y de los bollos, como si hubieran estado colgadas a la intemperie en una llu­viosa selva tropical. Los pútridos restos estaban cubiertos de moho, y Mike descubrió los primeros y únicos insectos en esa tierra sumamente extraña, y los había a miles. ¡Parecía un criadero de gusanos! Mike dejó caer la bolsa y se levantó de un salto. «¡El pan no se pudre!», pensó. «¡Y aquí no hay carne muerta!» «¿Cómo es posible? Además, sólo hace unas pocas horas que he dejado la casa azul. ¡Ni siquiera la carne podría descomponerse de una forma tan contundente. ¿Qué está pa­sando aquí?».

Tapándose la nariz, Mike se acercó para observarlo con más detenimiento. En el suelo, la masa negra hervía de gusa­nos y seguía degradándose ante sus ojos. Observó cómo las pequeñas y repugnantes criaturas devoraban los restos de la asquerosa masa descompuesta. ¡Y así sucedió con la totali­dad de los restos! Ante este espectáculo, a Mike se le revolvió el estómago y giró la cabeza para evitar tan repugnante visión. En ese momento, le llamó la atención algo que estaba detrás suyo.

«¡Sí, hay algo ahí!». Sabía que anteriormente había visto algo verde y confuso que desaparecía de su vista y se ca­muflaba entre los matorrales. Mike sintió los escalofríos que recorrían de arriba a abajo su espalda. Intuitivamente, era cons­ciente del peligro al que se exponía si daba marcha atrás para ir a ver qué era aquello, así que no se movió. ¿Una bifurca­ción en el camino? ¿Un animal o criatura o lo que fuera que quizá le estaba siguiendo? ¿Qué estaba sucediendo en ese lu­gar sagrado? ¿Qué era lo que le había ocurrido al pan?

Mike se volvió para mirar de nuevo la abominable asque­rosidad que se apilaba en el camino, ¡y entonces se dio cuenta de que estaba viendo un montón de polvo! Ya no había ni gusanos, ni pan, ni hedor. Todo había vuelto regresivamente a sus orígenes básicos, y el suave viento que soplaba estaba empezando a dispersarlo.

¿Qué significaba todo aquello? Mike recordó que el ángel le había advertido que no guardara ningún alimento. ¡Pero él no había pensado que esto también era aplicable a cualquier tentempié para el camino! ¿Sería que lo que había en las ca­sas era diferente, en cierto modo, y no podía conservarse du­rante el viaje? Miró el mapa con preocupación, sosteniéndolo con cuidado para no tocar a algún gusano que pudiera quedar. El mapa estaba absolutamente limpio, tal como lo había colo­cado en la bolsa. Mike no podía entender que no estuviera contaminado a pesar de haber estado guardado junto con la comida. Entonces decidió hacer otra prueba: cogió la bolsa y la olió, no sin cierta vacilación. No quedaba rastro de la horri­ble pestilencia que había agredido su olfato hacía apenas unos minutos. Mike no tenía la menor idea de lo que había ocurri­do, pero aprendió una valiosa lección: durante su viaje, jamás volvería a llevarse comida de ninguna casa.

De nuevo, ¡vio que algo se movía a su espalda! Las alarmas empezaron a dispararse en su cabeza. ¡Ponte en marcha! Mike se sintió desesperado, e instintivamente desenrolló el mapa con la esperanza de encontrar en él una pista para decidir qué camino de la bifurcación seguir. En el mapa aparecía otra vez el punto rojo con la inscripción «Estás aquí», mostrando sim­plemente la posición actual de Mike y nada más. ¡La bifurca­ción ni siquiera aparecía en el inútil objeto!

–¡Maldición! –exclamó Mike en voz alta. Evidentemente, el improperio estaba completamente fue­ra de lugar en esa tierra, pero reflejaba la frustración que Mike sentía.

–¡Vaya mapa que me has dado, Azul!

Una vez más, Mike detectó movimiento a su espalda. ¿Esa cosa, o lo que quiera que fuese, se estaba acercando? ¿Por qué no podía verla? ¿Cómo podía moverse tan rápido? ¿Qué era? En ese momento, los sensores de alarma en el cerebro de Mike señalaban alarma de pánico, por lo que se levantó de un salto y se puso a andar hacia la bifurcación, vigilando a menudo por encima del hombro. Pero la fugaz sombra no dio señales de vida. ¿Cómo podía saber con tal exactitud el momento preciso en que Mike miraría hacia delante? Cada vez que lo hacía, Mike aceleraba el paso y avanzaba a gran velocidad. La presencia que lo perseguía siempre se adecuaba a su rit­mo. Los trescientos metros que le separaban de la bifurcación los cubrió a una velocidad mayor que la que había desarrolla­do desde el inicio de su viaje por esa enigmática tierra. Se sentía aterrorizado.

De este modo, llegó rápidamente a la bifurcación, jadean­do debido tanto al esfuerzo por mantener un paso veloz como a su miedo. Llegó al cruce de caminos sin ningún indicio so­bre qué dirección tomar, sintiéndose muy turbado por la inde­cisión. Se quedó inmóvil en la encrucijada, lleno de pánico, y gritó desesperado hacia las nubes:

–¡Azul! ¿Qué camino tomo?

En realidad, Mike no esperaba que Azul le respondiera, así que se quedó conmocionado cuando la suave voz que pa­recía emanar de su cabeza le respondió:

–¡Rápido, Michael, usa el mapa!

Mike no estaba de humor para cuestionar si la petición era rara o ilógica, así que repitió exactamente la misma acción de antes: desenrolló el mapa tan rápido como pudo y constató que el punto rojo con la inscripción «Estás aquí» indicaba el mismo lugar en el centro del mapa. Pero... ¡Un momento! ¿Qué era eso que estaba ahí? Mike acercó el mapa para exa­minarlo con más detalle, y varias gotas de sudor cayeron bre el pergamino.

¡El punto mostraba ahora la bifurcación! Dado que en preciso momento Mike se encontraba en la encrucijada, el mapa estaba actualizado. La mente de Mike no se detuvo para captar el humor que había en el significado que el ángel le había dado a la palabra. Se acercó el mapa todavía más para examinarlo y vio que ahora, junto a la encrucijada, ¡había una flecha señalando claramente hacia la derecha!

Mike no vaciló; echó a andar mientras enrollaba el mapa, y tomó el camino de la derecha, que ascendía por una peque­ña colina. Siguió vigilando, mirando atrás con frecuencia, por­que percibía, sabía, que su perseguidor estaba escondido en algún lugar cercano. La indefinida figura verde saltaba rápi­damente de rocas a arbustos, y ajustaba su paso al de Mike, acelerando cuando éste aceleraba. Mike respiró aliviado cuan­do llegó a lo alto de la colina, porque divisó una casa a lo lejos. Sintió que la salvación estaba al alcance de su mano. Sin dejar de vigilar lo que estaba a su espalda, aceleró el paso y bajó corriendo por el camino que le llevaba al lugar donde sabía que encontraría seguridad, refugio y comida.

¡El ente vil y siniestro que perseguía a Mike estaba furio­so! Si Mike hubiera estado dudando un poco más de tiempo, ¡Eso lo habría alcanzado! Estaba furioso porque había des­perdiciado una buena oportunidad, y se situó entre las copas de los árboles que estaban en el exterior de la casa en la que Mike acababa de entrar, que era de color naranja brillante. Apo­sentado allí, el repugnante ser se dispuso a esperar paciente­mente. Sería una larga espera, pero a Eso no le importaba.

El ángel esperaba a Mike en el interior de la casa, justo frente a la entrada. Mike casi se emocionó cuando «Naranja», que es como decidió llamarle, le habló por primera vez.

–¡Bienvenido, Michael Thomas de Propósito Puro! Te esperábamos.

–¡También yo te doy la bienvenida! –dijo a su vez Michael con la esperanza de no mostrar el alivio y la falta de aliento que estaba experimentando, aunque su voz era tem­blorosa. Se contuvo para no abrazar al enorme ser de color naranja que estaba frente a él, y se sintió muy contento de estar nuevamente protegido.

–Ven conmigo –le pidió su anfitrión naranja mientras le conducía al interior de la «Casa de los Fones y de los Instru­mentos». Mike se cercioró de que la puerta quedara cerrada y le siguió. Todavía estaba jadeante y tembloroso por la expe­riencia que acababa de vivir momentos antes. Seguía sintien­do miedo y se planteaba muchas preguntas acerca de esa tierra de asombrosos contrastes.

El ángel era esplendoroso como sus antecesores. Una vez más, Mike quedó impresionado por su elevada estatura y por la gran bondad que irradiaba. Esta entidad le hacía sentirse querido y acogido, de igual modo a como le había sucedido con todas las que había encontrado hasta ahora. «Me pregun­to si todos ellos están hechos de lo mismo», reflexionó.

–En realidad, todos somos de la misma familia –le co­mentó el ángel.

Mike se sintió mortificado por haber olvidado tan rápida­mente cómo funcionaba la comunicación con esas criaturas espirituales. Sólo pudo decirle: «Lo siento». Naranja se vol­vió, se detuvo y ladeó la cabeza de una manera burlona mien­tras Mike observaba su rostro.

–¿Lo sientes? –hizo una pausa–. ¿Por qué? ¿Por honrar­me en mi magnificencia? ¿Por sentirte amado? ¿Por pregun­tarte quiénes somos? –El ángel sonrió–. Solemos tener mu­chos huéspedes, Michael Thomas. De todos los que han visi­tado esta segunda casa eres, hasta ahora, el que ha formulado el menor número de preguntas.

–El día es joven –dijo Mike suspirando. Quería interro­gar al ángel sobre el miedo y posterior pánico que había sen­tido unos momentos antes. ¿Qué lo estaba siguiendo? El án­gel sabía que formularía esa pregunta.

–No puedo decirte lo que deseas saber, Michael –res­pondió el ángel.

–¿No puedes o no quieres? –preguntó Mike respetuosa­mente. Sabía que la pregunta era retórica y prosiguió–: Sé que lo sabes. –Mike dudó y entonces probó a bombardearlo con una seré de preguntas–. ¿Por qué no puedes hablarme de ello? –inquirió.

–Tú sabes más al respecto que yo –replicó el ángel.

–¿Cómo es eso?

–Aquí, las cosas no siempre son lo que parecen.

–¿Estará ahí fuera cuando yo salga?

–Sí.

–¿«Eso» pertenece aquí? Parece estar fuera de lugar en este ambiente espiritual.

–Tiene el mismo derecho que tú a estar aquí.

–¿Puede hacerme daño?

–Sí.

–¿Puedo defenderme?

–Sí.

–¿Me ayudarás?

–Para eso estoy aquí. –El ángel permaneció en silencio cuando Michael interrumpió súbitamente su interrogatorio.

Las respuestas de Naranja le confirmaron que el ángel lo sabía todo. Empezó a relajarse. «Si él sabe de qué va la cosa, entonces, potencialmente, hay más cosas que yo puedo saber. Seré paciente, porque estoy seguro de que me será revelado a medida que vaya avanzando. Parece ser que es así cómo fun­cionan las cosas aquí.» De repente, Michael recordó que no había pasado ni una hora desde que había pensado que el mapa era un objeto inútil, y en cómo le había salvado en el momen­to preciso en que lo había necesitado.

–Dios es muy actual, ¿sabes? –le dijo el ángel casi rien­do. Una vez más, había sintonizado con los pensamientos de Michael Thomas.

El ser anaranjado dio media vuelta y le empezó a conducir por las zonas interiores de la casa. Mike lo siguió.

–Estoy empezando a acostumbrarme a ello –comentó Mike mientras le seguía–. ¿Se trata de obtener lo que uno ne­cesita justo en el momento en que lo necesita?

–Algo así–respondió el ángel–. El marco temporal hu­mano de menor vibración es lineal, Michael, pero el tiempo de los ángeles no lo es. –Obviamente, el ángel era otro maestro.

–Entonces, ¿cómo percibís el tiempo?

Mientras iban conversando, el ángel lo iba conduciendo a través de un almacén. ¿Un almacén? Igual que en la casa an­terior, el área interior de ésta era enorme. Mike se quedó bo­quiabierto al observar docenas de hileras de cajas apiladas dentro de una habitación cuyo techo debía de tener unos quince metros de altura.

––Nosotros no tenemos pasado ni futuro –respondió el ángel–. Tu concepto del tiempo se desarrolla en línea recta, y el nuestro es una plataforma giratoria que se mueve en el sen­tido de las agujas del reloj con el motor en reposo. Nosotros siempre podemos ver toda la extensión de nuestro tiempo, ya que siempre está debajo de nosotros, por lo que invariable­mente nos encontramos en el «ahora» de nuestro tiempo. Siempre nos movemos alrededor de un centro conocido. Dado que I el desarrollo de vuestro tiempo es recto, e invariablemente os i movéis hacia delante, nunca llegáis a experimentar plenamente el presente. Miráis hacia atrás y veis dónde habéis estado; miráis hacia delante y veis hacia dónde vais. Perro no se os permite experimentar un tipo de existencia de ser. En cambio, experimentáis una existencia de hacer. Forma parte de vuestra vibración inferior, y es apropiado para vuestra dimen­sión.

–Eso podría explicar vuestro mapa –dijo Mike, recor­dando que el punto rojo con la frase «Estás aquí» estaba siem­pre en el centro, y que los sucesos de su nueva existencia parecían entrar y salir de un punto concreto. Mike pensó para sí:

«Es exactamente lo contrario de cómo funciona un mapa hu­mano».

–¡Exacto! –dijo Naranja por encima del hombro mien­tras seguía andando–. En vuestra estructura del tiempo, el mapa es conocido y el ser humano es el que se mueve. Esto se debe a que percibís el tiempo y la realidad como una constan­te, y al humano como la variable. Cuando os acercáis a nues­tra estructura temporal y a nuestra vibración, el ser humano es la constante y el mapa (o realidad) es la variable.

Ciertamente, Mike tenía que reflexionar sobre ello. Era difí­cil de entender pero, en cierta manera, le era familiar. La ex­periencia vivida en la bifurcación cercana a la casa naranja le había mostrado el exacto valor de su mapa espiritual, aunque fuera diferente de todo lo que él hubiera podido esperar. Sa­bía que la próxima vez que tuviera ante sí una disyuntiva del mismo tipo no se preocuparía por ello hasta que se encontrara verdaderamente frente a la bifurcación; entonces, el mapa fun­cionaría.

Al igual que Azul, Naranja condujo a Mike a través de muchas zonas de gran belleza y ornamentación, recorriendo el camino hacia el área de hospedaje, alimentación y descan­so. Sin embargo, esta espléndida casa contenía cajas de alma­cén membreteadas, en lugar de las casillas membreteadas de la Casa de los Mapas. También aquí los nombres estaban es­critos en los mismos extraños caracteres de apariencia árabe, ininteligibles para Mike, pero él supuso, acertadamente, que en alguna parte de esa sala había una caja de embalaje con su nombre escrito, y que pronto la vería.

–Éstas son tus habitaciones –le dijo Naranja–. Empe­zaremos mañana. Tus comidas se te servirán en la habitación que está a la izquierda, y puedes asearte en la habitación de la derecha. Ahora te espera una comida preparada.

Dicho esto, Naranja abandonó la habitación de Mike ce­rrando la puerta tras de sí. Mike observó la puerta cerrada, y pensó para sí: «Podrás ser un ángel, pero tus modales dejan mucho que desear». El ángel ni siquiera había tenido un gesto de despedida. «Supongo que no puedo esperar que ellos com­prendan a fondo la naturaleza humana.»

Igual que en la otra casa, Mike comió como un príncipe. Prácticamente devoró la deliciosa comida, y se quedó boquia­bierto al ver la gran belleza artesanal de los utensilios de ma­dera. Se sentía extraño por dejar los platos sucios para que otros los lavaran, aunque recordó cuánto odiaba esa tarea. Sa­bía que, aunque no pudiera verlos, debía de haber otros seres que se encargaran de esos menesteres. «¡Qué combinación más extraña!», observó. «Un lugar angélico, pero que tam­bién tiene que atender a aquellos que están en una vibración humana más baja que la suya.»

Mike empezó a hacerse preguntas sobre el sistema de al­cantarillado, y entonces se quedó atónito al descubrir algo sorprendente: ¡Llevaba varios días sin ir al lavabo! ¡Ni si­quiera había un lavabo! Las casas tenían zonas de aseo para Dañarse, pero nada más. Se dio cuenta de que, a partir del momento en que pasó por el umbral de la puerta que iniciaba el camino, ¡no había experimentado la humana «llamada de la naturaleza»! Algo estaba ocurriéndole a su cuerpo en esta tierra llena de sorpresas. No le preocupaba eliminar... pero era, ciertamente, una extraña sensación.

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A la mañana siguiente, Mike se sintió lleno de energía. Desa­yunó fruta fresca y diversos panes, paladeando el increíble sabor de los magníficos alimentos. Examinó la comida angé­lica y percibió que era un tanto distinta, por lo que pensó que debía interrogar a Naranja al respecto.

–Está en nuestra estructura temporal –le dijo Naranja alegremente desde la puerta de la habitación. El ángel acaba­ba de llegar y había captado los pensamientos de Mike, a quien continuó explicando–: Esta comida no puede existir en una vibración más baja y contiene atributos espirituales que son interdimensionales. Ésta es la razón por la que no deja resi­duos en el organismo humano, Michael, y también es la ex­plicación a que no pueda ser almacenada. Para ella no existen tampoco el futuro o el pasado. Fue creada momentos antes de que te la comieras, y no se conservará si intentas sacarla de aquí.

–Ya descubrí esa particularidad –dijo Mike, recordando la repugnante masa podrida en el suelo del camino que con­ducía a la casa Naranja; había estado a punto de causarle pro­blemas.

El ángel le condujo fuera del recinto de hospedaje y se en­caminaron hacia una enorme arena circular bien iluminada, donde había varias cajas de embalaje abiertas y unos cuantos bancos anaranjados, distribuidos con la finalidad de que los humanos se sentaran a descansar. También había otras cosas:

una especie de altar, un poco de incienso, y algunos paquetes de extraña apariencia.

–Bienvenido a la Casa de los Dones y los Instrumentos, Michael Thomas de Propósito Puro –dijo el ángel mirándo­le–. Por favor, siéntate, porque pasaremos aquí un buen rato.

Ése fue el inicio de una larga serie de sesiones de enseñan­za. Estaría seguida de un período aún más largo dedicado a sesiones de práctica y evaluación respecto al uso de los dones y los instrumentos en una nueva vibración espiritual. De esta manera, Mike permaneció más de tres semanas en la casa de color naranja.

–Poco a poco estás elevando tu vibración, Michael Tho­mas –le dijo Naranja en repetidas ocasiones durante todo el proceso de aprendizaje–. Éstos son los dones y los instru­mentos que se te prometieron para ayudarte a realizar esa ta­rea. Te pertenecen debido a tu propósito. No podrás entrar en las siguientes casas sin saber cómo funcionan, y mucho me­nos llegar a casa si no eres un experto en su uso.

Mike prestó mucha atención. Sabía que se trataba de una preparación para regresar al hogar y recordó que se le había dicho que le capacitarían para ello. Naranja desenvolvió mu­chos dones mientras Michael lo observaba. Algunos de ellos parecían estar hechos de un cristal extraordinario y, mediante la ceremonia y el propósito, fueron colocados mágicamente en el cuerpo de Mike a fin de complementar su poder espiri­tual. Le dio explicaciones muy completas sobre la función de todos y cada uno de ellos, y Mike necesitó un tiempo para di­gerir y comprender su significado. A continuación, se le pi­dió que le explicara a Naranja para qué servían. Esto no fue fácil, ya que gran parte de las pruebas requerían hablar sobre conceptos y usar palabras que eran totalmente nuevas para Mike.

Naranja habló de que los seres humanos llegan al planeta trayendo consigo determinadas cualidades que corresponden a diferentes planos de existencia: las vidas pasadas. Mike ha­bía oído hablar de eso, ¡pero no estaba preparado para escu­charlo de boca de un ángel! Para él, lo normal hubiera sido que un gurú hindú de largos cabellos tratara el tema, pero, ¿un ángel? Naranja le dijo que las vidas pasadas eran un ele­mento importante de la condición humana y que las instruc­ciones provenientes de una vida pasada se llevaban de una vida a otra como lecciones al nacer. Estas lecciones eran co­nocidas como «karma» o también se las denominaba «remi­niscencias» o «experiencias». El karma permitía el aprendi­zaje humano y, en cierto modo, también ayudaba al planeta.

Así funcionaban las cosas para los humanos, vida tras vida. Naranja le dijo a Mike que, para acceder a una nueva vibra­ción, tenía que deshacerse de algunas de sus antiguas caracte­rísticas, entre las que estaban las lecciones kármicas con las que había nacido. En el camino hacia el hogar no había lugar para ellas, del mismo modo que no lo había para la comida podrida que había descubierto en el camino.

Al instante, Mike se visualizó como un montón de carne podrida tirado en el camino: uno que no prestaba atención al maestro. Mike intensificó su interés para no crear esa situa­ción. ¡Qué asco!

Naranja captó los pensamientos de Mike y rió a carcaja­das, transmitiéndole su regocijo. Mike se quedó perplejo por lo cerca que se sentía de Naranja. Era un maravilloso maestro y un gran compañero (aunque no supiera que, por educación, se debía decir hola o adiós).

Mike aprendió a dar forma a pensamientos que verdadera­mente creaban energía.

–Así es como controlas tu realidad –le explicó Naran­ja–. Usa tu comprensión y tus sentimientos espirituales para impulsarte hacia situaciones que mereces y has planeado.

Mike no tenía ni idea de lo que eso significaba, pero siguió todas las instrucciones y, al parecer, pasó todas las pruebas. El don del poder espiritual de la co-creación fue introducido en su ser, así como el don para deshacerse de todos sus atribu­tos kármicos provenientes de pasadas encarnaciones. Cada don fue celebrado con ceremonia y verbalización, y cada uno de ellos parecía transmutar de lo físico a lo espiritual mien­tras era absorbido por el cuerpo de Mike, bajo la dirección y el esmerado tutelaje del gran ángel de color naranja.

¡Mike sintió como si estuviera estudiando para algún sa­cerdocio sagrado! Cada vez que verbalizaba lo que Naranja le enseñaba, constataba que el ángel realmente podía ver den­tro de su corazón. Naranja podía ser muy intenso, y durante esas ocasiones en las que Mike hizo promesas y verbalizó su propósito de obtener ahora este don, ahora este otro, para que le fueran implantados en su centro de poder espiritual, Naranja parecía leer su alma. Al principio, la situación fue incó­moda para Mike, pero después se dio cuenta de que Naranja únicamente estaba haciendo una revisión integral de lo que él expresaba en voz alta. Si Mike hubiera fingido, Naranja lo habría detectado inmediatamente y no le hubiera dejado se­guir adelante.

Finalmente, después de un período de dos semanas, todos los pequeños paquetes ya habían sido abiertos, explicados e integrados en el Yo espiritual de Mike. Entretanto, había pa­sado todas las pruebas, entre las que había una especialmente difícil: Mike tenía miedo de los espacios reducidos y cerra­dos; no sabía por qué, pero desde niño se percató de que siem­pre le sobrevenía un ataque de pánico cuando se encontraba confinado en un espacio tal. Uno de los dones que le otorgó Naranja consistió en el poder de superar esa fobia. Mike ex­presó su intención y llevó a cabo la ceremonia. Naranja le explicó que la sensación de pánico que sobreviene cuando se está en espacios cerrados no era otra cosa que un remanente kármico, y que deshacerse de él significaba deshacerse de mu­chas otras experiencias de vidas pasadas que Mike había traí­do a su actual encarnación.

Varios días después, durante el período de capacitación, abrieron una gran caja. En vez de que algo saliera de ella, Naranja le pidió a Mike, de una manera muy cariñosa, ¡que se metiera en ella! Cuando Mike estuvo dentro, el ángel cerró la tapa y él se quedó acurrucado en la oscuridad del contenedor. Escuchó el golpeteo inquietante de cada clavo mientras Na­ranja aseguraba la tapa. Y ahí se quedó, en medio del silencio y de la oscuridad.

Mike podía oír claramente su respiración, siendo muy cons­ciente de que estaba en una situación sumamente incómoda. Incluso podía escuchar los latidos de su corazón. Naranja ni siquiera le dio una explicación: era otra prueba en la que Mike no podía fingir.

Durante unos diez segundos, el corazón de Mike se acele­ró al recordar su problema. Entonces, en el momento preciso en que todo su cuerpo debería haber empezado a temblar de pánico, la sensación de claustrofobia se desvaneció comple­tamente y Mike se relajó. Se dio cuenta, con gran satisfac­ción, de que el don había funcionado, y que al principio su cuerpo había reaccionado como siempre había hecho antes, pero su nuevo espíritu lo había detenido. La paz lo invadió, y Mike se cantó a sí mismo varias canciones. Finalmente, se quedó dormido. Una hora más tarde, el ángel Naranja, encan­tado, abrió la caja y dejó salir a Mike.

–Eres extraordinario, Michael Thomas de Propósito Puro –le dijo el angelical ser sonriendo de oreja a oreja. Mike pudo ver el orgullo reflejado en los ojos de Naranja–. No todos consiguen llegar hasta aquí.

Fue la primera vez que Mike tuvo plena conciencia de que formaba parte de un grupo de personas que también habían pedido el camino de regreso al hogar. Este hecho se había evidenciado varias veces antes pero, hasta ahora, Mike no había visto lo que esto implicaba. Más de una noche reflexio­nó sobre ello, mientras Naranja seguía incorporándole dones y empezaba a sacar las grandes herramientas. Durante la ter­cera semana de capacitación, Naranja sacó la gran caja.

–Son tres los instrumentos que precisas para tu viaje –enfatizó Naranja. Dicho esto, fue hasta donde estaba una caja especial y la abrió. Cada vez que Naranja abría un paquete o una caja, Mike esperaba expectante, sentado en el banco, pre­guntándose cuál sería el próximo objeto mágico que le ayu­daría a aumentar su sabiduría, su conocimiento o su poder espirituales. Pero no estaba preparado para ver lo que Naran­ja le iba a dar.

El ángel estaba de espaldas a Mike, de modo que a éste le fue imposible distinguir qué había sacado de la caja. Cuando el ángel se volvió hacia él para mostrarle la primera herramienta, lo único que Mike alcanzó a ver fue un destello plateado. ¡No! ¡Era increíble! ¡Naranja sostenía una inmensa espada!

–¡He aquí la espada de la verdad! –exclamó el ángel Naranja mientras mostraba el arma a Michael Thomas.

Cuando el ángel la sostuvo parecía grande, pero cuando pasó a las manos de Michael dio la impresión de ser enorme

Era sumamente pesada y difícil de manejar. Mike no podía creer lo que estaba sucediendo y, dirigiéndose al ángel, excla­mó admirado:

–¡Esta espada es real!

–Tan real como los otros dones –afirmó Naranja–. Y es solamente uno de los tres elementos extemos que llevarás contigo cuando reemprendas el trayecto a las cuatro casas si­guientes.

Michael sostuvo la espada un rato mientras la examinaba, admirado de su belleza. Sí, su nombre estaba escrito en ella, tal como había supuesto. El arma estaba profusamente ador­nada con elaborados diseños en relieve, y todos ellos conte­nían un gran significado espiritual. El mango era largo, y la empuñadura era una piedra de color azul cobalto brillante. Era un objeto magnífico... y muy afilado.

–Intenta esgrimirla –le pidió el ángel.

Michael lo hizo y ¡la espada casi se movía sola! El inespe­rado poder del arma provocó que Mike diera un traspiés y ca­yera hacia delante. Se sentía estúpido y torpe mientras se le­vantaba para realizar otra tentativa. Naranja le cogió la mano para hacerle desistir.

–A ver si esto te ayuda.

El ángel fue de nuevo hacia la caja y extrajo un objeto de su interior. Al hacerlo, el objeto también desprendió un des­tello plateado. ¡Era un enorme escudo! Mike movió la cabeza con incredulidad. «¿Qué significa todo esto? Es verdadera­mente extraño. ¿Dones espirituales esas armas de guerra? ¿Me están preparando para una vida pasada en Camelot?».

–Nada es lo que parece, Michael Thomas de Propósito Puro. –Naranja se puso frente a él llevando el escudo entre las manos, y respondiendo al confuso estudiante–. Prueba esto.

Naranja le mostró a Mike cómo colocarse el escudo en el brazo utilizando una bandolera, y le dio algunas indicaciones respecto a cómo equilibrar el peso de la espada y el escudo, pues el peso de cada uno era complementario del peso del otro. Y esto hacía posible blandir la espada sin caerse; por lo tanto, era muy necesario aprenderlo.

–Michael –dijo el ángel–, el escudo representa el cono­cimiento del Espíritu. Si lo juntas con la verdad, ¡el equilibrio es todopoderoso! Las tinieblas no pueden existir donde hay conocimiento. Los secretos no pueden sobrevivir en la luz, y ésta será creada cuando la verdad sea revelada mediante el examen del conocimiento. No existe una combinación más grande que ésta. Y ambos deben usarse juntos.

–¿Hay algo más en la caja? –preguntó jocosamente Mike, tambaleándose por el peso del escudo y la espada.

–¡Es extraño que lo preguntes! –comentó Naranja, y se dirigió de nuevo a la caja, mientras lo observaba un incrédulo Mike. El ángel cogió un objeto que era aún más grande que los otros dos, y también de color plateado.

–¡He aquí la armadura! –exclamó el ángel Naranja, muy divertido y casi riendo al ver la expresión incrédula de Mike.

–¡No lo entiendo! –dijo Mike mientras se sentaba de golpe en el banco–. ¿Cómo esperas que pueda llevar encima todo esto a la vez?

–A base de práctica –le respondió el ángel–. Mira, dé­jame que te haga una demostración.

Naranja cogió la espada y el escudo, y ayudó a Mike a po­nerse la armadura, que era pesada y muy ornamentada; una especie de vestimenta ceremonial que le cubría el torso adap­tándose tan perfectamente a su cuerpo como si hubiera sido moldeada en él. ¡Su confección era perfecta! Naranja cerró los broches y le colocó a Mike una bandolera con una vaina especial para la espada de la verdad. Después le enseñó cómo llevar el pesado escudo sujeto a la espalda con un soporte, para poder transportarlo mientras viajaba. Cuando todo estu­vo listo, el ángel volvió a colocarse a una cierta distancia.

–Michael Thomas de Propósito Puro, ahora posees la tríada de herramientas que te permitirán pasar a una nue­va vibración. Ya tienes la espada de la verdad, el escudo del conocimiento y, finalmente, la armadura del Espíritu, deno­minada «manto de Dios», que representa la sabiduría que es necesaria para poder utilizar adecuadamente los otros dos ins­trumentos. Mañana emprenderás tu viaje convertido en un guerrero de la luz. En la tríada reside un gran poder. ¡Nunca uses sus elementos por separado!

Naranja ayudó a Mike a quitarse las armas y le condujo de nuevo a su habitación. Una vez allí, Mike se lavó, comió y se dispuso a dormir aunque, ya en la cama, pasó un buen rato cuestionándose todas las incongruencias que detectaba en esta gran tierra. Se quedó dormido con muchos pensamientos con­tradictorios en su mente.

Por la mañana, Mike ya estaba de nuevo en la sala de ins­trucción. Durante varios días, Naranja le entrenó, enseñándo­le cómo usar las armas con cierta destreza. La primera prácti­ca trató sobre el equilibrio. El ángel hizo que Mike subiera y bajara la escalera corriendo, ataviado como si fuera a librar un combate, con la espada desenvainada y blandiendo el es­cudo. También le enseñó cómo caer y cómo levantarse rápi­damente, usando el escudo como contrapeso. A lo largo del entrenamiento, Mike notó que, a pesar de ser utilizados, los instrumentos no se ensuciaban nunca ni mostraban marcas o señales.

Con la armadura puesta y llevando las armas, corrió, an­duvo, practicó giros, y llevó a cabo todo tipo de acciones y movimientos, excepto practicar combates. Gradualmente, Mike fue adquiriendo una sensación de equilibrio, y a medi­da que pasó el tiempo, se repitió una extraña situación: Por la noche, cuando se quitaba el atavío de combate, Mike no sen­tía la sensación de alivio lógica por despojarse del gran peso de las armas. Por el contrario, se sentía pequeño, indefenso, ¡y demasiado ligero!

Varios días después. Naranja empezó a impartirle el entre­namiento final, que consistía en aprender a utilizar la espada de la verdad. Mike tenía la expectativa de que Naranja se trans­formara en una especie de maestro samurai y le enseñara a combatir. Pero tuvo un entrenamiento que no tenía nada que ver con lo que había imaginado.

–Ahora ya estás preparado para aprender a utilizar las armas, Michael Thomas –le dijo Naranja–. Desenvaina la espada.

Mike desenvainó la voluminosa y larguísima espada, y lo hizo con la destreza y el vigor de un orgulloso caballero me­dieval. El ángel le miró con aprobación, y le pidió:

–Ahora, elévala hacia Dios.

Michael lo hizo.

–Siente la espada antes de expresar tu verdad, Michael Thomas.

Mike no entendía lo que Naranja quería decir con eso. ¿Sen­tir la espada? Dado que la tenía entre las manos, ¿cómo no iba a sentirla?

–Michael Thomas de Propósito Puro –lo exhortó el inten­so ser Naranja–, agarra la espada, levántala tan alto como puedas y expresa tu verdad. ¿Amas a Dios?

Michael ya imaginaba la escena que venía a continuación. ¡Otra vez esa pregunta! Sólo que esta vez se encontraba empu­ñando una voluminosa arma espiritual que apuntaba hacia el cielo. ¿Esperaban que hiciera algún tipo de discurso? Michael empezó a verbalizar su ya estereotipada respuesta.

–Sí, Naranja, lo amo. Dado que puedes leer en mi cora­zón... –pero en ese preciso momento, se quedó perplejo y sin poder acabar la frase. ¡La espada había empezado a vi­brar! Era como si el arma cantara, y Mike percibió una inten­sa calidez vibratoria que le recorría el brazo y bajaba hacia su pecho. En respuesta a la situación, el escudo empezó a zum­bar, ¡y la armadura también empezó a calentarse!

Le habían entrenado para llevar con facilidad esos utensi­lios, y ahora ellos, de algún modo, habían cobrado vida debi­do a su propósito. Sintió que le invadía la sensación de poder que contenían estos elementos que había llevado puestos y manejado. Entonces, recordó que estaba hablando. I

–¡Pues claro que amo a Dios! –Mike empuñó la espada y la levantó hacia el cielo; entonces pudo sentirla vibrar con su propósito pleno de verdad. Se sintió poderoso. Se sintió iluminado. Se sintió capaz de permanecer una hora más allí, portando la pesada y vibrante arma y manteniendo su propó­sito de regresar al hogar, a donde pertenecía. Sintió vibrar los tres elementos y cantar la nota musical «fa» que resonaba dentro de su corazón. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas a medida que iba sintiendo y viendo la propiedad de la ceremonia. Los instrumentos estaban aceptando al organis­mo de Mike y se estaban integrando dentro de su espíritu. ¡Y su propósito, tan verdadero, era el catalizador de la ceremonia! ¿Así que ésta era la razón de ser de la espada, el escudo y la armadura? Era una metáfora. ¿Qué otra cosa podía ser, sino eso? Ésta era una explicación muy válida para Michael Tho­mas, porque le había llevado a un nuevo nivel de compromi­so y consciencia.

Esa noche, el ángel Naranja y Michael Thomas intercam­biaron sentimientos afectuosos. Mike sabía que faltaba poco para el momento de partir. Naranja nunca le enseñó a comba­tir, y él sabía que era porque las armas eran únicamente sím­bolos. Mike lo interrogó respecto del hogar y camino. Se pre­guntaba por qué en esa tierra sagrada y espiritual se enseñaba a manejar las armas de guerra de la Tierra. Naranja eludió hábilmente todas las preguntas que le hizo Mike, excepto aque­llas cuya respuesta le estaba permitido saber; con todo, sus respuestas fueron imprecisas.

–Naranja, en la Tierra habrías sido un magnífico político –dijo Mike bromeando.

–¿Qué he hecho yo para que me insultes de ese modo? –Naranja le devolvió la broma.

–Siento que me une a ti un vínculo muy auténtico... –empezó a decir Mike. De pronto se dio cuenta de que se había quedado sin habla. Realmente, no quería dejar a ese gran maes­tro angélico.

–No digas nada más, Michael Thomas de Propósito Puro. Compartiré contigo un secreto de los ángeles. –Naranja ha­bía ideado una revelación exclusiva para Mike; se inclinó hacia éste hasta que los ojos de ambos estuvieron a la misma altura, y siguió hablando:

–Tú y yo somos de la misma familia. No podemos decir­nos adiós porque, en realidad, el uno no dejará al otro jamás. Yo siempre estoy contigo y a tu disposición. Ya lo verás... y ahora, ya es hora de que vuelvas a tus aposentos.

Mike estaba conmocionado por la naturaleza franca de la comunicación que había establecido con Naranja. ¿Así que eran de la misma familia? ¿Cómo era posible eso? En ese momento, Mike se sintió ridículo al comprender que Naranja le había escuchado quejarse de que los ángeles nunca se des­pedían. ¡Qué respuesta le había dado! ¡Qué gran revelación! ¡Qué pensamiento! ¿Así que ellos nunca me dejarán?

Mike recordó, por primera vez desde que había llegado a la casa naranja tres semanas antes, que en la bifurcación del camino Azul le había indicado cómo usar el mapa. Verdade­ramente, había oído la voz de Azul dentro de su cabeza.

–¿Conoces a Azul? –le preguntó Mike al ángel Naranja.

–Tanto como a mí mismo –fue la respuesta de éste. Mike calló y se retiró a la habitación que cada vez le gus­taba más: el lugar donde comía y dormía. Aunque no se le había dicho nada en concreto acerca de su partida, guardó sus cosas en las carteras y en la bolsa (casi se había olvidado de ellas) y se preparó para continuar su viaje por la mañana. Echó una ojeada a los libros y a las fotos, y suspiró de nuevo por sus experiencias en la Tierra y por lo valiosas que le eran sus pocas pertenencias. Aunque, de algún modo, empezaban a estar fuera de lugar.

Aquella mañana, después del desayuno, un pensativo Mi­chael Thomas apareció en la puerta de la casa Naranja, a don­de el ángel del mismo color le había conducido en silencio. Sin embargo, esta vez Mike iba más cargado; llevaba, ade­más de las carteras con libros y fotos, la bolsa con su mapa y los nuevos instrumentos, que se movían emitiendo un sonido metálico cuando él caminaba.

–Michael, ¿estás seguro de que quieres llevar todas esas cosas en tu viaje? –le preguntó el ser Naranja–. Quizá sería mejor que no las llevaras contigo.

–Representan todas mis pertenencias terrenales –respon­dió Mike–. Las necesito.

–¿Para qué?

Mike consideró la pregunta, pero dejar sus maletas no era una opción.

–Para recordar y honrar mi vida anterior.

–¿Para estar conectado a los estilos de vida precedentes, Michael?

Mike empezaba a sentirse irritado por el cariz de las pre­guntas. El ángel insistió:

–¿Por qué no me dejas las carteras, Michael? Ya sabes que te quiero, y te las guardaré bien por si alguna vez vuelves por aquí.

–¡No! –Mike no quería escuchar ni un solo comentario más sobre sus carteras. Eran sus pertenencias y quería mante­nerlas con él tanto tiempo como le fuera posible. En ese ex­traño lugar necesitaba algo que le recordase quién era él real­mente.

El ángel hizo una inclinación de cabeza. Mike siempre había recibido ese trato. Se percató de que todos los ángeles que había conocido honraban las decisiones que tomaba y jamás cuestionaban sus resoluciones finales.

Esa mañana, Michael Thomas no se despidió del ángel Naranja. De pie en los escalones, frente a ese ser con quien había convivido varias semanas, recordó su explicación res­pecto al tema.

–Te veré pronto –le dijo Michael, sin creer en lo que estaba diciendo.

Naranja simplemente entró en la casa y cerró la puerta. «No sé cómo pueden hacer eso», pensó Mike para sí. «Nunca hay despedidas, sólo puertas que se cierran.»

Mike echó a andar por el camino en una dirección que no había tomado antes. Hacía cuanto podía por mantener juntas las cosas que llevaba, dado lo agobiante de la carga. Era de­masiado cargamento: además de las carteras y la mochila con el mapa, llevaba encima la espada, el escudo y la armadura. ¡Lamentaba tener que portar físicamente esos símbolos de la Nueva Era! ¡ Pesaban tanto! «¡ Vaya negocio más tonto!», pensó Mike secretamente. «Debo tener un aspecto muy ridículo. ¿Realmente serán necesarias estas armas? Nunca las usaré para combatir en ninguna batalla. ¡En realidad, no sabría uti­lizarlas! Naranja no me lo ha enseñado. Son sólo parte de la ceremonia y confieren una apariencia. ¿No hubiera sido sufi­ciente reconocerlas, sin más?»

Como estaba muy ocupado tratando de equilibrarse mien­tras caminaba, cargado con su nuevo equipo y sus carteras, se había olvidado por completo del problema que le acechaba en el camino. No se acordaba de que había algo esperándole. Mientras iba por el camino haciendo ruido involuntariamente con los utensilios metálicos que llevaba consigo, tratando de equilibrarlos, y cargando con la bolsa y sus carteras, la fuerza siniestra y oscura, de color verde, le observaba desde detrás de los árboles. La cosa examinó a Mike con un interés reno­vado. Ya no se trataba del antiguo Mike. ¡Había sido reemplaza­do por otro que tenía armas y poder! Ya no sería fácil, había que idear una nueva estrategia que pudiera hacer frente a un Michael Thomas con gran poder y franqueza. El tiempo se encargaría de hacer el resto... pero, hasta entonces, el ser os­curo continuaría siguiendo a Mike a distancia, esperando la oportunidad para atacarle. Perpetraba su persecución man­teniéndose oculto para no ser detectado, siguiendo el recorri­do de Michael Thomas de Propósito Puro. Eso estaba con­vencido de que ese ser humano nunca llegaría a la puerta final, que ostentaba un rótulo con la palabra «hogar».

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